P. G. M. CALIN, GAY FLOWER, Y LOS LÍMITES DEL HUMOR

Dentro de la colección Best Sellers del Espacio de la editorial Toray se publicó una novela de ciencia fcción llamada “Los hombres de la quinta dimensión”,  firmada por un tal P. G. M. Calin, seudónimo que corresponde en realidad al escritor José García Martínez-Calín.

José García Martínez-Calín nació en Valencia en 1932. Estudió Ingeniería Industrial química, carrera que le procuró una profesión que ejerció durante ocho años.

En 1953, con tan sólo 21 años,  comenzó su carrera como columnista de humor en el diario valenciano Las Provincias, donde coincidió con autores de la talla de Azorín, Wenceslao Fernández Flórez, Julio Camba, o Pío Baroja. Dos años después trabajó en el semanario Don José, dirigido por Mingote. En 1959 pasa a la mítica La Codorniz, cantera de grandes humoristas donde colaboraría hasta 1973. En esa época escribió además novelas de ciencia-ficción, obras de teatro y guiones de cine.

En 1974 crea el semanario El Cocodrilo Leopoldo, que cierra en 1975, tras lo que el autor comienza a escribir en Interviú. En 1990 crea La Golondriz, que en la actualidad mantiene una presencia testimonial en versión digital.

A lo largo de su dilatada carrera ha trabajado en numerosos diarios y semanarios, así como en la radio, realizando guiones de divulgación científica para Radio 3, y colaboró durante más de 25 años en TVE en una veintena de programas.

Ingresó en la Academia Española de Humor en 1957, refundándola en 1989, siendo elegido presidente a perpetuidad.

Empleó el seudónimo Pgarcía en su obra humorística,  en homenaje al Psmith, de P.G. Wodehouse. Precisamente la obra humorística es lo más característico del autor, y a ella me referiré al final de la reseña con mayor detalle.

Para su  breve experiencia como autor de relatos populares de ciencia ficción y bélicos empleó el sobrenombre de  P. G. M. Calin, con el que publicó –al menos que a mí me consten- los siguientes títulos en colecciones de formato muy cercano al clásico bolsilibro:

  • Los hombres de la quinta dimensión, de P. G. M. Calin. Nº 20 Colección Best Sellers del Espacio. Editorial Toray.
  • Los Mentales (1965). Colección Infinitum nº 10. Editorial Ferma.
  • ¡Tengo que descubrir a Dark!. Nº 22 colección Best Sellers Bélicos. Editorial Toray.

Para hacernos una primera idea de la clase de obras de ciencia ficción que escribía, esto es lo que figura en la contraportada de “Los Mentales”:

Unos seres que son inteligencia pura crean un Universo: el nuestro. El Universo crece, se desarrolla…y trata de destruir a sus creadores.

El presente libro es la más original de las cosmogonías de fición científica, compuesta a la luz de las modernas vertientes de la ciencia y el pensamiento, y llevada audazmente hasta el último extremo (el fin lógico de la aventura cósmica), a través de personajes tan diversos como los gigantescos Turo y Oiba, o la encantadora y escultural Andrómeda Clarke.

El autor, químico, hoy plenamente dedicado a la literatura, aprovecha su formación técnica para brindarnos una obra de excepción, de profundo contenido filosófico, adobada con abundantes rasgos de humor

Como puede verse, esta colección pretendía revestir sus publicaciones con una apariencia de seriedad formal, en un intento de desmarcarse del clásico bolsilibro, que buscaba un entretenimiento sin mayores complicaciones que atrajera a un público de gustos sencillos. La mera mención al “profundo contenido filosófico” hubiera hecho que los posibles clientes de bolsilibros huyeran despavoridos de los quioscos de prensa. No obstante, debo decir que en los títulos que he podido leer de esta colección (entre ellas no está justo la de este autor), el mayor número de páginas y el texto de la contraportada son lo único que distingue a estos libros de los bolsilibros tradicionales en cuanto a calidad literaria se refiere.

La colección Infinitum de Ferma alternó obras de autores extranjeros de reconocido prestigio como Brian W. Aldiss, Murray Leinster o Harry Harrison con la publicación de obras de escritores españoles que en ocasiones procedían de la literatura de quiosco, como en el caso de Enrique Sánchez pascual (Alan Comet), Enrique Sánchez Mariñas (Max Cardiff), o Pedro Guirao (Walt G. Dovan); y otros autores españoles de aspiraciones literarias más elevadas que firmaban con su propio nombre, como Domingo Santos (que no obstante también participó en la literatura de quiosco), o Francisco Valverde Torné.

Lo mismo puede decirse de la colecciónBest sellers del espacio, de Toray, que pretendía también dar un aura de seriedad a sus títulos, escritos, eso sí, por los habituales autores nacionales de la editorial, aunque con incorporaciones puntuales de otros escritores como es el caso del propio P. G. M. Calin.

Dejo aquí reseña de “Los hombres de la quinta dimensión

TITULO: LOS HOMBRES DE LA QUINTA DIMENSIÓN

AUTOR: P. G. M. CALIN

BEST SELLERS DEL ESPACIO Nº 20. EDITORIAL TORAY

1ª EDICIÓN 1962

PORTADA: E. TORRES

El protagonista de la novela es Eduardo Gávez, un detective copropietario de una franquicia de investigación de 20 despachos a lo largo del mundo entero junto con su socio Guy Masters.

El caso es que Gálvez, que actúa desde la agencia central en Madrid, recibe el encargo de investigar la extraña desaparición del profesor Kroww.

Debo reconocer que las constantes demostraciones de la hombría del personaje protagonista han acabado por cansarme. Aunque es algo habitual que los personajes masculinos de la novela popular se comporten como dominantes machos alfa, la insistencia del autor por demostrar que Eduardo Gálvez es un hombre como Dios manda consigue que te acabe resultando verdaderamente vomitivo, pues da muestras de un machismo excesivo incluso para la época en la que se escribió la obra; y eso es decir mucho.

Respecto al argumento, es una tradicional historia de detectives encuadrada en el futuro que simplemente se deja leer, pero que desde luego no deja huella alguna. Me atrevo a decir que si hubiera sido un bolsilibro de duración tradicional (96 páginas), hubiera funcionado mucho mejor, pues la historia no da para más, provocando un buen número de páginas de relleno que el autor intenta cubrir con pasajes supuestamente humorísticos basados casi exclusivamente en la “irresistible” personalidad del varonil Eduardo Gálvez.

A pesar de todo, la novela presenta ciertos elementos de interés relacionados con la visión del futuro del autor:

  • El mundo vive una época de paz y prosperidad tras haber superado la seia amenaza de una tercera guerra mundial que no ha llegado a producirse.
  • La exploración espacial se ha visto reducida a la creación de colonias marcianas.
  • Muy interesante la existencia del hipnocinematógrafo, un espectáculo en el que los espectadores sienten en primera persona de modo absolutamente realista las sensaciones vividas por los personajes de la película. Este espectáculo es aprovechado por el autor para realizar una crítica social

Pero si por algo será recordado el autor (la realidad es que no se acuerda casi nadie de él) es por su obra humorística, en especial por su saga de novelas protagonizadas por Gaylor Rose, más conocido como «Gay Flowers”, un investigador privado en Los Ángeles de los años 40 que parodia a los grandes detectives litearrios de la novela negra anglosajona.

Gaylor se define a si mismo como un tipo duro, limpio, elegante y puntual. Siempre viste de forma impecable, combinando con gran estilo su indumentaria. Para entenderle, basta con ver como se presenta en una de sus novelas:

Me he dedicado a un oficio mitificado por el cine y los novelistas, que es en realidad el trabajo de pequeños hombres duros, en pequeñas oficinas, diciendo pequeñas palabras duras, que no significan absolutamente nada. La gente que se conoce en él a veces resulta amable, comunicativa, no intenta demostrarte su egoísmo. No es necesario. Lo tiene en hielo para cuando lo precise. Sólo que inevitablemente acaba por sacarlo de la nevera”.

A causa de su belleza y estilazo todas las mujeres intentan seducirlo, algo habitual en las clásicas novelas de detectives, aunque hay un pequeño detalle que diferencia a Gaylor del resto de investigadores privados: no le llaman Gay por abreviar su nombre, y de hecho no quita nunca ojo a los guapos novios o maridos de las mujeres que tratan de llamar su atención. Sus refinados gustos incluyen el Peppermint, y bordar en momentos en que necesita relajarse.

Una de las más interesantes aportaciones de esta saga de novelas es la aparición de lo que el autor denomina el método Flower de investigación, que consiste en acusar a diestro y siniestro a todos los sospechosos sin argumento alguno, a ver si cuela y confiesan; o en explicar complicadísimas soluciones a los crímenes al azar, normalmente sin éxito alguno, lo que provoca situaciones realmente hilarantes.  Es un detective tan completo que lo mismo recurre a la fuerza bruta liándose a guantazos, que se transforma en la bella periodista Chou Chou LaVerne para seducir a los criminales.

Su oficina se encuentra en el edificio Sausalito Arms en la ciudad de Los Ángeles, y conduce un Chevrolet.

El humor inunda desde el título de las novelas hasta cada una de las líneas que figuran en el relato, con situaciones y diálogos absurdos que buscan sorprender al lector.

Precisamente todos los títulos de sus novelas parodian algunos de las más grandes novelas del género:

«Encontrar un culpable» parodia a “Encontrar una víctima” de Ross MacDonald, en una historia en la que Flower debe proteger a la hija de un senador.

«Adiós, muñeco» obviamente nos recuerda a “Adiós, muñeca”, de Raymond Chandler, en una trama en la que Gay investiga unas extrañas muertes por agotamiento sexual.

«El nombre es Flower» es la réplica a “My name is Archer”, de Ross Macdonald. Flower debe investigar la muerte de un fabricante de preservativos al que encuentran muerto con la boca llena de profilácticos, a la vez que investiga, por orden de la revista Black Mask, si uno de sus escritores trabaja a la vez escribiendo novelas, descuidando así los relatos que escribe para ellos.

Flower siempre llama dos veces”, parodia de “El cartero siempre llama dos veces”, de James M. Cain.

«El Calzoncillo Eterno» es probablemente el título más genial de la saga (The big slip, en lugar de The big Sleep). En este complejo caso, Flower es el encargado de recuperar los calzoncillos de Humphrey Bogart.

En sus aventuras Gay Flower se verá acompañado de toda una fauna de personajes secundarios, como Flossie Vaugh, su vecina prostituta amante de la música; Azalea Moriarty, una seductora camarera de 17 años descendiente del temible archienemigo de Holmes; Elizabeth Trevillyan, sargento albina de policía de Los Ángeles, más conocida como la Mantis Religiosa, que a sus 20 y pocos años ha tenido una fulgurante carrera, y que se acuesta con todos aquellos agentes a los que envía a misiones suicidas; Marion Fulwider, detective negra a las órdenes de la mantis religiosa, una adicta al culturismo, cuyo único tema de conversación es la gimnasia…

Además, entre los grandes atractivos de las novelas de Flower tenemos que en sus historias se cruza con algunos de los más célebres detectives de la época (Charlie Chan, Marlowe, Perry Mason) así como con rutilantes estrellas de Hollywood, como Bogart, Lauren Bacall, o Errol Flynn, entre otros.

Y por si fuera poco, en una de las novelas del personaje, “El tataranieto del Coyote”, es todo un homenaje a la obra de José Mallorquí, al que dedica la novela.

El inicio de las historias de Gay Flower lo encontramos en revistas para adultos de la transición, en las que publicaron algunos relatos cortos protagonizados por este peculiar personaje. Ya a principios de los 80, comenzó a publicar las novelas de mayor duración. La relación de obras de Gay Flower es la siguiente:

Relatos cortos publicados en revistas

Encontrar un culpable, 1975

Adiós Muñeco, 1975

Orgía sexual en el invernadero de orquídeas y perejil, 1976

Manchas de sangre y moco en un cortaúñas chino, 1976

Mafia y travestismo con secuestro de testículo de cargo, 1977

El ladrón de orgasmos, 1979

La leyenda de Fulwider y Trevillyan, 1981

Novelas

Gay Flower, detective muy privado, 1978

El nombre es Flower, 1982

Flower, al aparato, 1982

Demasiados muertos para Flower, 1983

Flower en El calzoncillo eterno, 1983

¿Pero hubo alguna vez 800.000 puestos de trabajo?, 1984

Flower en El Tataranieto del Coyote, 1985

El Método Flower, 1991, que realmente incluye dos relatos (“Encontrar un culpable” y “Adiós, muñeco”) que ya habían sido pubicados en revistas en 1975, pero que el autor revisa para esta edición.

Novelas cortas

Flower siempre llama dos veces, 1995

Flower, blanco y negro, 1996

La leyenda de Fulwider y Trevillyan, 1996 (ampliación del relato publicado en revistas en 1981)

Mi nombre es Flower, 1997

La venganza de Flower, 1997

Flower, te necesito, 1998

La cliente de Flower, 1999

Fulwider, Trevillyan & Moriarty, Ltd., 1999

Flower, punto final, 2002

Flower total, 2010. Novela corta que incluye además 3 relatos inéditos: «Flower cambia el paso», «La secretaria de Flower» y «Los archivos de Flower».

Debo reconocer que sólo he tenido ocasión de leer uno de los títulos de este personaje, y el resultado me pareció muy curioso. Soy consciente de que hoy en día este personaje sería sumamente polémico, por políticamente incorrecto, por no decir que muchos lo considerarían inaceptable, ya que la parodia del personaje se basa en gran parte en la utilización de todos los clichés de la época asociados a la homosexualidad. Sin llegar a tanto, vendría a ser como intentar publicar hoy en día chistes de mariquitas de Arévalo, todo un anacronismo que triunfaban en su momento. Vuelvo a repetir que el humor está íntimamente ligado a su época, y lo que hoy resulta ser graciosísimo, mañana será nausebundo.

Voy a hacer desde aquí una defensa de las novelas de Flower, pues, aunque es cierto que desprenden en ocasiones –en especial en las primeras novelas- ese inevitable tufillo homófobo fruto de tiempos pasados, hay una forma de poder disfrutar de su humor, y no es otro que entendiendo las historias precisamente como una crítica a esa forma de ver las cosas.  Como casi todo en esta vida, uno puede tomarse las cosas de dos maneras: entendiendo que el autor se burla despiadadamente de la homosexualidad, lo que hace que la novela no tenga ninguna gracia; o entendiéndolo como una burla a la actitud de una época hacia la homosexualidad, precisamente mediante el uso exagerado de todos los clichés habidos y por haber. La cosa cambia, y uno puede reírse tranquilamente, al entender que no es más que humor.

Para apuntalar este argumento, pensad en Torrente, un personaje que representa todas las cualidades negativas posibles, y que sin embargo hace gracia precisamente por su carácter paródico.

Yo por mi parte soy defensor a ultranza del uso de la incorrección política en el humor –siempre que no se incumpla la legislación, por supuesto-, precisamente como un vehículo para la crítica social, y creo que los límites entre lo gracioso y lo ofensivo debe marcarlos el propio lector. En mi caso, no puedo reirme de algo que suponga una ofensa grave para una persona o un colectivo, pero tampoco creo que deba meterse en la cárcel a nadie por sobrepasar ese límite invisible llamado libertad de expresión que separa el humor de la estupidez. La solución es tan fácil como cerrar el libro o apagar la televisión cuando se escucha algo que uno considera ofensivo. Por poner sólo un ejemplo: si yo estoy viendo un programa de televisión en el que alguien se suena los mocos con una bandera, o hace chistes de mal gusto sobre los gitanos, puedo sentirme ofendido o simplemente no ver la gracia por ningún lado. Dejo de ver el programa y listo, pero no voy a perder ni un minuto en montar una campaña para colgar al autor en la plaza Mayor o iniciar un boicot para arruinar su carrera. Otra cosa sería si alguien se burla de forma insistente en la cara de alguien por tener síndrome de Down, o por ser homosexual, o por lo que sea, pues entraríamos en el terreno de la ofensa personal, que entre otras cosas está tipificado en el código civil como delito de injurias. En este segundo caso, además de que se personalizan las injurias, uno no tiene la libertad que le permita decidir si escucha o ve las supuestas ofensas.

Como suele ser habitual en este blog, que debería llamarse el rincón del abuelo cebolleta, pues acabo siempre por los cerros de Úbeda, comentaré un caso real que creo que puede ser revelador sobre este polémico tema de los límites del humor.

No sé si alguien que lea esto sabrá quien es Andrew Dice Clay (Brooklyn, 29 de septiembre de 1957), pero es un actor estadounidense que en su día se hizo muy popular en los clubs de monólogos (stand-up comedy, lo llaman allí) con un personaje llamado Ford Fairlane.

El personaje en sí era un macarra de look rockero (tupé engominado, chupa de cuero, motero) que representaba lo peor del ser humano. Era racista, machista, homófobo, y realmente repugnante, hasta el punto de que nuestro popular Torrente parece una hermanita de la caridad a su lado. Las barbaridades que decía en cada espectáculo eran de un calibre que no os las podéis ni imaginar, pues no había límites ni filtros a lo que salía por su boca.

Para hacerse una idea de lo que era el personaje, os invito a que veaís la película “Las aventuras de Ford Fairlane” (1990), una adaptación cinematográfica del soez personaje que muestra una versión muy suavizada de lo que eran las actuaciones en directo, pero que permite entender el tipo de persona que representaba (por cierto, el improvisado doblaje de Pablo Carbonell es para mi gusto una obra maestra del humor absurdo). El personaje en la película dice frases como “siento haberte hecho limpiar el baño y el lavabo, pero ¿Quién es el que hizo todo el trabajo en la cama?” y cosas mucho peores, pero os aseguro que nada similar a las salvajadas que decía en los espectáculos en directo.

Pues bien, hasta tal punto se metía Andrew Dice Clay en la piel de su personaje que llegó un momento en que la gente no distinguía al actor del personaje, y tras un escandaloso programa en la MTV, en el que desplegó tan sólo una mínima parte de las salvajadas que soltaba en sus funciones en los clubes de comedia, se inició una campaña en su contra que acabó con su carrera, y casi con su vida. Ford Fairlane era un personaje desmesurado que precisamente pretendía burlarse del racismo, el machismo y la homofobia que proliferaban en la Ámerica profunda de esos años. El problema fue que consiguió justo lo contrario de lo que pretendía, pues era tal su mimetismo con el papel, que todo el mundo entendía el personaje como una apología de todas esas actitudes.

A pesar de la caza de brujas iniciada en su contra, Andrew Dice Clay decidió continuar con el mismo tipo de shows en clubs privados, pues estaba convencido de que hacía lo correcto, y de hecho sus espectáculos tenían un gran éxito de público.

El propio Andrew Dice Clay se encargó de aclarar en muchas ocasiones que Fairlane era sólo un personaje que no tenía nada que ver con lo que pensaba, y sin embargo el actor comprobó un buen día que su amplio público lo componían única y exclusivamente los rednecks (palabra empleada en Estados Unidos para el colectivo de lo que aquí llamaríamos paletos; gente basta a la que le gusta de reírse de colectivos minoritarios y que odia a todo el que no sea un varón heterosexual de raza blanca). Cuando entendió que la gente no se reía de la parodia, sino que celebraban cada una de las barbaridades que salían por su boca, supo que se había equivocado.

El público que idolatraba a Ford Fairlane era precisamente el tipo de personaje que despreciaba y que pretendía parodiar. En ese momento comprendió que había sobrepasado los límites, y abandonó el personaje, entrando en una espiral de fracaso y autodestrucción que le llevó durante muchos años al olvido.

LA REALIDAD SUPERA A LA FICCIÓN: WILBURN O. HOGUE, O COMO APRENDÍ A DEJAR DE PREOCUPARME Y AMAR LA BOMBA

En estos tiempos convulsos en los que la guerra fría parece resurgir de la tumba, y con la posibilidad de un invierno nuclear mucho más cerca de lo que nos gustaría, he considerado oportuno sacar a relucir a uno de esos autores con una vida sorprendente, y que resulta perfecto para el caso que se nos plantea.

Wilburn Oswald Hogue

El 2 de Agosto de 1939, Albert Einstein, un pacifista declarado, envió una carta a Roosevelt que acabaría cambiando el curso de la historia. En su misiva, avisaba al entonces presidente de Estados Unidos de que la Alemania Nazi podía estar desarrollando una bomba atómica. Einstein explicaba que estaba convencido que a partir del Uranio se podía generar una nueva e increíble fuente de energía causada por una reacción en cadena, y que esto podía derivar en el desarrollo de un arma de terrible poder. Advertía que Alemania estaba haciendo acopio del uranio de las minas de Checoslovaquia, y que Estados Unidos debía hacerse con una fuente de este raro elemento. Resumiendo: sin Uranio, no hay bomba atómica.

Este fue el germen de una carrera entre Estado Unidos y Alemania para ver quien era capaz de construir la primera bomba nuclear, algo que podía decidir el rumbo de la guerra en un abrir y cerrar de ojos.

Estados Unidos tenía pocas opciones: en Canadá había pequeñas cantidades de Uranio, pero de muy baja calidad energética. La antigua Checoslovaquia estaba ocupada por la Alemania nazi, así que no era una opción. África era la solución más obvia, en particular el antiguo Congo Belga (actual República democrática del Congo), que poseía la mayor mina de Uranio conocida del mundo: las minas de Shinkolobwe, dirigida por la gigantesca empresa minera belga Union Meniere du Haut Katanga (UMHK), una compañía que empleaba trabajadores locales en un régimen de semiesclavitud, y a los que condenó a una muerte espantosa al ignorar los efectos de la radiación.

Dicha compañía mantuvo el monopolio de la explotación del Uranio a nivel mundial hasta 1940, año en que Alemania ocupó Bélgica, lugar donde la UMHK refinaba el Uranio que extraía del Congo.

Hay que decir que el Congo también estaba en esos momentos en el punto de mira de Alemania, con riesgo serio de ser invadida en cualquier momento, con toda probabilidad conocedores de la importancia estratégica de sus recursos naturales, entre los que se encontraba el Uranio (los alemanes ya trabajaban desde hace un tiempo en el proyecto Uranio). Tras la invasión de Bélgica por los alemanes, el Congo se mantuvo fiel al gobierno en el exilio, y de hecho apoyó tenazmente a los aliados durante la guerra en África aportando las tropas de la Fuerza Pública (su ejército colonial), aparte de por supuesto una ingente cantidad de recursos imprescindibles para la economía bélica, como por ejemplo el caucho. Pero la amenaza era clara. Toda la zona era un polvorín, con parte de la población congoleña con simpatías hacia la causa alemana, y con un entorno absolutamente hostil, pues recordemos que la vecina Angola era por entonces una colonia portuguesa, país que apoyó abiertamente a Hitler durante el conflicto mundial. La zona se convirtió en un hervidero de espías de uno y otro bando.

Por suerte para Estados Unidos, hacia finales de 1940, el director de la UMHK, Edgard Sengier, ya había comprendido el peligro de que el uranio cayese en manos alemanas, así que decidió transportar a Nueva York unas 1.250 toneladas de Uranio directamente desde el Congo en lugar de trasladarlas a Bélgica. Todo ese material permaneció almacenado durante más de dos años en Staten Island dentro de bidones de acero, en un almacén propiedad de la Societé Genérale de Belgique, una filial de la UMHK.

El 9 de octubre de 1941, dos meses antes del ataque a Pearl Harbour, Rooselvelt dio el visto bueno al proyecto Manhattan, y para su suerte, pudo comprar el uranio almacenado en Staten Island (el general Leslie Groves se enteró de que todo ese uranio se encontraba ya en el país), y se inició el proceso para la adquisición de otras 1.500 toneladas procedentes de las mencionadas minas del Congo: tras una reunión del general Kenneth Nichols (uno de los mandamases del Proyecto Manhattan) con Edgard Sengier (director de la UMHK), se alcanzó un acuerdo de exclusividad para la compra del mineral que era requerido para acabar el proyecto. Hay que señalar que esta mina era excepcional en cuanto a la calidad del uranio, con una pureza del 65% (para hacerse una idea, el uranio canadiense o el de Checoslovaquia explotado por los nazis no llegaba al 1%).

Edgard Sengier fue por cierto condecorado en 1946 con la medalla del mérito de Estados Unidos, por su contribución a la victoria aliada. Fue el primer civil no estadounidense en recibir esta distinción.

Los mineros de Shinkolobwe trabajaron a destajo en este periodo, en penosas condiciones y a manos descubiertas, y se estima que bastaron tan sólo 2 semanas de trabajo para recibir una exposición letal de radiación.  Por si esto hubiera supuesto no pocas víctimas directas, la mina radió toda la zona, incluidos los suministros de agua y alimentos en muchos kilómetros a la redonda, e incluso muchas de las casas de los mineros se construyeron directamente con materiales altamente radioactivos que en muchos casos siguen hoy en día en pie.

Ha habido cientos de estudios sobre las víctimas de las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, y de los efectos a largo plazo de la radiación sobre la población, y, sin embargo, se desconoce el número de fallecidos de forma directa o indirecta por la extracción del Uranio del Congo. Desde 1936 hasta 1960 no hubo el más mínimo protocolo ni medida de seguridad en relación con la extracción de este elemento, así que el alcance real de la exhaustiva actividad realizada durante esos años es un completo misterio, aunque dada la experiencia obtenida sobre los supervivientes de Hiroshima y Chernobyl, no es difícil de imaginar. Menciono el año 1960, porque es cuando el Congo obtuvo la independencia de Bélgica, a pesar de lo cual la todopoderosa empresa minera Belga UMHK apoyó la secesión de la provincia de Katanga (donde casualmente se encontraban las minas), e incluso hubo denuncias de ser la mano en la sombra tras el asesinato de Patrice Lumumba, el primer ministro del Congo tras la independencia, y que quería nacionalizar la explotación de las minas, algo que finalmente ocurriría en 1966 con el Presidente Mobutu Sese Seko. Desde 1960 el país se ha visto envuelto en una constante sucesión de guerras civiles que ha provocado el mayor número de bajas desde la II Guerra Mundial (hay estimaciones de más de 6 millones de personas fallecidas)  y que el Congo se encuentre entre los países más convulsos del mundo, algo que por cierto supone un gran problema de seguridad mundial, al circular sin control enormes cantidades de plutonio que podrían llegar a las manos equivocadas (y en mi opinión, en estos temas todas las manos son equivocadas). El Congo Belga pasó a ser el Estado libre del Congo, luego Zaire, actualmente República Democrática del Congo, y mañana, quién sabe.

El caso es que, como ya sabemos, Pearl Harbour fue bombardeada, y Estados Unidos entró en la guerra definitivamente. Uno de los temas que surgieron es que sorprendentemente Estados Unidos no disponía de un servicio de inteligencia efectivo, y el ataque a Pearl Harbour era la mejor prueba de ello. Hasta el inicio de la II Guerra Mundial, los asuntos de inteligencia estaban repartidos entre diferentes departamentos gubernamentales, sin ningún tipo de coordinación, hasta el punto de que el Ejército y la Armada empleaban códigos cifrados diferentes. De este modo, aconsejado por un espía canadiense llamado William Stephenson, y bajo la batuta del veterano William Joseph Donovan, Roosevelt crea en 1942 la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS en inglés), el verdadero antecedente de la CIA.

William “Wild” Donovan fue el corazón del OSS en su origen, todo un personaje cuya personalidad puede resumirse en una anécdota que, como siempre, no sé si es real o una mera leyenda urbana. En junio de 1944 Donovan y el coronel David Bruce (jefe de la OSS en Inglaterra) formaron parte directa de las fuerzas invasoras, y en un momento dado se encontraron acorralados bajo el fuego de una ametralladora nazi, sin posibilidad de escape, y armados únicamente con sus pistolas reglamentarias. El general Donovan se dirigió a Bruce y le dijo: “yo dispararé primero”. Bruce, totalmente sorprendido, le respondió que “no creía que pudieran hacer nada con sus dos pistolas contra la ametralladora”, a lo que Donovan replicó diciendo: “No me ha entendido… quería decir que, si llegamos a estar en peligro de ser capturados, le dispararé yo primero y luego me pegaré un tiro. Después de todo, sigo siendo su Oficial Superior”.

Lo más sorprendente de todo es que, con independencia de si la historia anterior es o no real, lo que es totalmente cierto es que Donovan ejerció como oficial en primera línea de batalla durante la guerra, algo increíble e impensable hoy en día para un cargo de su importancia estratégica.

La recién creada OSS se puso a reclutar de forma inmediata a personas que pudieran servir a los intereses de la organización en todo el mundo, llegando a disponer en su momento álgido de una plantilla de 13.000 personas, de los que la cuarta parte eran civiles, y 900 mujeres.

En este punto es donde aparece el protagonista de nuestra historia.

En la colección Rastros, de la editorial ACME, concretamente en su número 113, nos encontramos una novela firmada por un tal Carl Shannon llamada El monte Sagrado, publicada en 1950 por primera vez en castellano. La novela es en realidad la traducción de Fatal Footsteps, novela publicada en 1948 y cuya autoría corresponde a Wilbur Owings Hogue, verdadera identidad de un escritor ocasional que publicaba sus obras de misterio como Carl Shannon, y como Dock Hogue una serie de aventuras juveniles protagonizadas por Bob Clifton.  Wilbur Owings «Dock» Hogue nació el 23 de septiembre de 1.909, en Boise, y murió el 15 de abril de 1.952 en Chicago. Wilbur, al que llamaban Dock porque por lo visto odiaba su nombre,  creció en Idaho, y allí se casó con Ruth West en 1940.

El motivo por el que este autor ha acabado en la sección de La realidad supera a la ficción, es que nos encontramos con un personaje que participó de forma muy directa en la fabricación de las bombas atómicas que se lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki.

Nuestro protagonista era ingeniero de profesión, y como tal trabajó para la Firestone rubber company en Liberia desde 1936 a 1941. Precisamente su capacitación como ingeniero, y su experiencia en África, llamó de inmediato la atención de los Servicios de inteligencia de Estados Unidos. En 1942 fue reclutado por la División de Inteligencia Secreta de la mencionada OSS, y fue enviado como asesor en la embajada americana en Beirut, Líbano, claramente como una tapadera. La realidad de su trabajo es que, tras ser entrenado en Maryland, se convirtió en uno de los 93 agentes desplegados en el continente africano por la OSS. Hogue no fue además un agente cualquiera, pues fue el responsable directo de establecer las redes de agentes en Liberia y Costa de Marfil para espiar a los agentes enemigos, recopilar información militar y económica secreta, y evitar que los alemanes capturasen el mineral de uranio que se extraía desde la mina Shinkolobwe a los Estados Unidos. Ni siquiera Hogue conocía en ese momento el uso final del Uranio, ni tampoco su peligrosidad. La actividad de los agentes del OSS permitió asegurar los envíos del Uranio a Estados Unidos, impidiendo por un lado diversas operaciones de sabotaje por parte del Eje, e interviniendo en múltiples actuaciones para mantener un complicado equilibrio estratégico en una zona geográfica que era un auténtico polvorín político.

La triste realidad es que muchos de los agentes más cercanos al mineral de uranio murieron por su causa de muertes tempranas. Entre ellos, el propio Hogue, que murió a los 42 años de cáncer de estómago en Chicago. La persona que lo reemplazó, Henry Stehli, murió con 52 años víctima de un cáncer cerebral, y Doug Bonner, otro de los colaboradores directos de Hogue, falleció a los 58 años víctima de otro cáncer.

Wilbur Owings Hogue está enterrado en Kuna, Idaho, en una discreta tumba con una pequeña inscripción con su nombre, fecha de nacimiento y de fallecimiento, sin ninguna mención a su labor durante la guerra, ni a su carrera como escritor.

Nos encontramos por tanto con un escritor que participó de forma directa en la fabricación de las bombas atómicas que se lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki. Como hobby, escribió con el seudónimo de Carl Shannon (el nombre de su hermano), destacando especialmente por sus libros para niños sobre el personaje de Bob Cliffton, y en la literatura de misterio por su novela de 1.947 Lady, that´s my skull, aunque también publicó artículos científicos y relatos cortos en diferentes revistas. Sus novelas de Carl Shannon eran más de aventuras que policiacas, y para su redacción se basó en sus propias experiencias como espía. Asi nacen sus novelas sobre caza de espías, como la mencionada Lady thats my skull (1947); Fatal Footsteps (1948) -publicada en Rastros- y Murder me never (1952).

TOMÁS SALVADOR

Tomás Salvador

Vamos a hablar de otro gran autor español, ganador en 1960 del premio planeta por su novela “El atentado”, y prácticamente olvidado hoy en día. Como ha pasado en otras ocasiones, la presencia de Tomás Salvador en un blog de novela popular puede resultar injustificada para muchos de los que lean esto, pues no se ajusta a las características de los escritores que de forma habitual son recordados en estas páginas, pero creo que no está de más rendirle un merecido homenaje, aunque sea desde este modesto blog. Nuevamente la colección Pulga puede servirme de excusa para traer al blog a este escritor, pues publicó en esta colección –ya comentada en otros artículos- tres títulos, correspondientes a algunos de sus relatos cortos:

Braulio el Insomne (Enciclopedia Pulga Nº 113, Ed. G.P., 1954).

Clamor al infinito (Enciclopedia Pulga Nº 373, Ed. G.P., 1956-57).

Lluvia caliente (Enciclopedia Pulga Nº  451, Ed. G.P., 1958).

Tomás Salvador Espeso nació en Villada, Palencia, el 9 de marzo de 1921 y falleció en Barcelona el 22 de junio de 1984, el año del Gran Hermano (el de Orwell, por supuesto).

Según la propia descripción del autor sobre su pueblo natal, que comparaba con “La Aldea perdida” de Palacio Valdés, Villada era “casuchas que entonces me parecían enormes; un río seco que cuando se enfadaba, lo inundaba todo; mucho campo, muchos saltamontes, mucho pájaro… y eso sí, una libertad salvaje”.

Poco recordaba el autor de su lugar de nacimiento, salvo pequeñas anécdotas como el incendio de la iglesia del pueblo, o a una mujer ahogada a la que sacaron del pantano de los pelos, pero esos pocos recuerdos le sirvieron para estructurar “Historias de Valcanillo”, su primera novela. Con tan sólo nueve años recaló en Madrid –en el barrio de Las Ventas, para ser exacto-, donde fue internado en la Fundación Caldeiro, lugar dónde estudió hasta los 15 años, no dejando la experiencia muy buen sabor de boca al autor:

Estudiando Bachillerato sin título; los pobres, los gratuitos, no teníamos derecho a ello; estudiábamos en un edificio aparte, con horas de recreo aparte”.

Esa falta de estudios sería para él una eterna carga, pues la elitista crítica literaria de la época siempre le tildaba de escritor descuidado y falto de preparación académica.

El estallido de la Guerra Civil española supuso un cambio radical en la ya de por sí precaria vida de Tomás. Como muchas familias españolas, Tomás, su hermano pequeño y su madre se vieron de repente aislados de su padre y su hermano mayor, que se encontraban en zona nacional (en Jaca), lo que le convirtió de la noche a la mañana en cabeza de familia forzado, viéndose obligado a abandonar los estudios para ponerse a trabajar de lo que fuera: alpargatero, peón de albañil, buscador de carbonilla y desechos en los vertederos… . Siempre comentaba en las entrevistas que pasó mucha hambre, pero también recuerda que para refugiarse del frío empezó a pasar muchas horas en las bibliotecas públicas, dónde se convirtió en un lector voraz, aunque en ningún momento pensó que se convertiría en escritor.

Durante la guerra civil española, Salvador se incorporó al ejército republicano en 1938, con la “leva del biberón”, lo que motivó que al finalizar la contienda acabara recluido en el campo de concentración del Monasterio de Santa María de la Huerta, a pesar de que no llegara a combatir en ningún momento. Solo gracias a la mediación de su hermano mayor, que había alcanzado el grado de sargento en el bando nacional, consiguió salir libre.

En 1941, con tan sólo 19 años, sin estudios ni trabajo, después de afiliarse a las FET y de las JONS, se alistó en la División Azul, probablemente como medio de supervivencia y para limar asperezas con el Régimen por su pasado republicano. Con la División Azul permaneció en Rusia hasta 1943, obteniendo varias medallas por su intervención en combate, dejando testimonio de su experiencia, en su célebre obra  “División 250” (1954), una novela en la que curiosamente se intenta dar una imagen realista de lo que fue la División Azul, con miedos, dudas y deserciones de soldados, en un visión muy alejada de lo que pretendía vender el Régimen de Franco. Por lo visto Tomás Salvador salió de España en el llamado Regimiento Rodrigo, conocido por incorporar a los “voluntarios” menos convencidos de a dónde iban, por decirlo de alguna manera. No es por cierto División 250 el único acercamiento del autor a la temática, pues en Camaradas 74 (1975) el autor cuenta las impresiones y vivencias sobre la guerra de un grupo de supervivientes que se reúnen en el mencionado 1974 del título.

De regreso a España consiguió ingresar sin dificultades en el Cuerpo General de Policía, gracias a su paso por la División Azul, siendo destinado a Barcelona, ciudad en la que vivió el resto de su vida. Según cuenta el escritor Francisco Candel, su trabajo para la policía franquista « le dio fama de hombre del régimen, pero no lo era en absoluto. Al contrario, era más bien liberal e intentó abrir vías de convivencia. En algunas ocasiones intercedió por otros escritores amenazados por la policía, o incluso por mí mismo. Aún le recuerdo gritando a un superior: ¡Que no son rojos, coño, que son católicos progresistas!«. El propio Candel aseguraba que Tomás tenía un carácter liberal, y que desde su posición en la policía actuó intercediendo en nombre de otros escritores perseguidos por la dictadura.

Los motivos por los que Tomás da el salto como escritor siendo policía, los explicó el propio autor en una entrevista en 1968:

Curiosamente la sordera que le provocó el estallido de una granada en el frente soviético (en una trinchera en Nogdovod) no le impidió inicialmente seguir ejerciendo como policía, cuerpo donde permaneció hasta que se jubiló de forma anticipada en 1970 como lnspector de 3ª Clase (este dato lo he obtenido de un artículo en la revista “Policía”, publicado en abril de 2013).

Un compañero me dijo: ¿Por qué no te haces de la policía secreta? Aquello me pareció enigmático, aventurero, y efectivamente me hice policía; me destinaron a Barcelona; me quedé sordo al poco tiempo, al cabo de un año, y me refugié en los libros. Y diría yo, llegué a un punto de saturación en el que pensé: que me lean a mí”.

Publicó su primer cuento en 1950, y a partir de ahí se inicia una prolífica carrera en la narrativa corta, casi siempre de carácter humorístico y que recogió en varias colecciones tituladas con el nombre de uno de sus más famosos personajes, el gorrón Manolo: “Les presento a Manolo”, “Vuelve Manolo”, “Manolo el humorista”, “Manolo el filósofo” y “¡Ave, Manolo!”, entre otros. En 1952 es finalista del Premio Nadal con “Historias de Valcanillo”, su primer libro, escrito en 1951.

A esta novela le seguirían “Garimpo” (1952), escrita en colaboración con su cuñado José Vergés; “La Virada” (1953), premio del Instituto de la Cultura Hispánica; “Esta noche estaré solo” (1953), premio Ciudad de Barcelona; “Cuerda de presos” (1954), premio Nacional de Literatura; o “Los atracadores” (1955), obra en la que muestra toda su experiencia como policía.

El éxito de su obra entre el público, y el reconocimiento literario logrado con los premios obtenidos hace que empiece a trabajar como colaborador de numerosas publicaciones, especialmente en el periódico La Vanguardia.

En 1959 escribe “La Nave”, su primera obra de ciencia ficción considerada por muchos (erróneamente, por supuesto) como la primera novela de ciencia ficción española.

“La Nave” es una interesante novela de ciencia ficción, una auténtica rareza para la época -al margen de la literatura popular de quiosco-,  que nos traslada a una enorme nave espacial cuyo objetivo es colonizar las estrellas. Por problemas técnicos la nave se pierde, de modo que cientos de años después se ha convertido en un micromundo habitado por los embrutecidos descendientes de la tripulación original, que desconocen su origen. Cualquiera que haya leído “La nave estelar”(1958), de Brian W. Aldiss encontrará muchas similitudes entre ambas historias, al igual que ocurre con “La cárcel de acero”, de Domingo Santos, otra obra sobre micromundo dentro de una nave espacial, aunque esta vez se plantea la narración desde un punto de vista religioso. Una de las originalidades de la novela de Tomás Salvador es que la microsociedad de la nave está dividida en dos facciones: los  kros (de raza blanca) y los witt (de raza negra), siendo éstos últimos la raza dominante, algo impresionante para el año 1959.

Para este género escribió años después, dirigidas a un público más juvenil, “Marsuf, vagabundo del espacio” (1970) y sus dos continuaciones (“Nuevas aventuras de Marsuf”, en 1951, y “Nuevas historias de Marsuf”, en 1977); “Dentro de mucho tiempo” (1961), un maravilloso libro de relatos; así como la trilogía de Martin Lord, compuesta por los títulos T, K (killer), e Y, que no he tenido ocasión de leer.

En 1960 alcanza la cumbre de su carrera literaria al ganar el premio Planeta por su novela “El atentado”, cuya trama gira alrededor de un hombre que va a morir asesinado.

Podría pensarse que un autor reconocido, con buenas cifras de ventas, y encima ganador del suculento premio económico que proporcionaba el Planeta, no debiera tener problemas de índole monetario en su jublilación, pero la realidad para Tomás Salvador fue bien distinta.

Tras ganar el Planeta (y recordemos que continuaba en activo como policía), invirtió una gran cantidad de dinero en Ediciones Marte, empresa que pasó a dirigir en 1970, y donde centró todos sus esfuerzos en la tarea editorial, especialmente dando oportunidades a nuevos talentos como Carmen Kurtz, Javier Tomeo, o Francisco Candel entre otros, aparte de editar libros sobre la División Azul, a la que estaba íntimamente ligado. Se arruinó. Hasta tal punto, que acabó sobreviviendo gracias a que regentaba un pequeño quiosco de prensa en la plaza Catalunya de Barcelona, desde donde probablemente vendería miles de las novelitas de las que hablo en este blog.

En el campo de la literatura popular, realmente poca participación directa tuvo al margen de los mencionados libros editados en la colección Pulga, y unos pocos cuentos policiacos publicados como parte de algunos de los recopilatorios de Acervo, “Antología de los mejores relatos policiacos”, interesante colección que inicialmente publicaba relatos de autores extranjeros, para empezar a incluir cuentos de escritores españoles, entre los que se encontraban algunos de los sospechosos habituales de la literatura de quiosco, que emplearon en esta ocasión su nombre auténtico: Enrique Jarnés Bergua, Carlos Clarimón, Antonio Gónzalez Morales (que también publicó un relato como Inglis Carter y otro como André Picot), Francisco Cortés Rubio, Joaquín Ruiz Catarineu, Francisco  Faura Peñasco….y el propio Tomás Salvador.

En concreto los relatos de Tomás salvador en estos recopilatorios son los siguientes:

Las horas grises. Tomo XI

La pistola perdida. Tomo XIV

El grano de mijo. Tomo XV

Juego para no Esperar. Tomo XVIII

Debo hacer una reflexión sobre el autor, del que tengo la sensación –a raíz de lo que se desprende de las entrevistas en prensa que he podido leer para la redacción de este artículo- que se sentía en cierta forma avergonzado de parte de su obra, imagino que fruto de los constantes desprecios de la crítica literaria, que tildaba su escritura de ruda y desmañada, algo que ligaban a la falta de preparación académica del autor a la que aludía al inicio de la reseña.

Hace tiempo que no leía nada de Tomás Salvador. En mi juventud recuerdo haber leído sus libros de Marsuf, “La Nave”, e incluso “División 250”. Puedo asegurar que guardo un grato recuerdo de dichas obras.

A ráiz de esta reseña, y como parte de mis deberes, he leído unas cuantas cosas más, incluyendo sus relatos policiacos, que no conocía. Igualmente he leído un libro de cuentos juveniles que publicó en su día Lumen llamado “Dentro de mucho tiempo”, un conjunto de cuentos infantiles que desbordan fantasía y con inolvidables personajes como el Alférez Dick Mileto. Debo decir que me ha parecido magnífico. Desde mi punto de vista su obra tiene una frescura y espontaneidad de la que carecen escritores con mayor formación académica, a veces más preocupados de los formalismos estilísticos que de la narración en sí.

Desde aquí, un homenaje a Tomás salvador, polifacético autor que tocó prácticamente todos los géneros literarios, un escritor que adquirió el gusto por la novela en las bibliotecas donde se refugiaba del frío, pero que hubiera cambiado –según sus propias palabras- toda su obra a cambio de haber sido capaz de escribir un buen soneto.

Me gustaría recomendar estos dos enlaces para ampliar información sobre el escritor.

Artículo de Febrero de 2012: https://blogs.elpais.com/bulevares-perifericos/2012/02/me-acuerdo-de-tom%C3%A1s-salvador.html

Blog negritas y cursivas https://negritasycursivas.wordpress.com/tag/ediciones-marte/

MAURICE PROCTER Y EL CARNICERO DE HALLIFAX

Maurice Procter

Maurice Procter (4 de febrero de 1906 – 28 de abril de 1973) fue un novelista inglés nacido en Nelson, Inglaterra. Sus padres fueron Rose Hannah y William Procter, un artesano del sector textil, que tuvieron otros dos hijos, Edward y Emmot. Maurice asistió a la Escuela Primaria Nelson antes de huir para unirse al ejército a los 15 años. Consigue alistarse mintiendo sobre su edad (algo bastante habitual en esos años), lo que hizo que sus padres intentaran revertir la situación a toda costa, tarea en la que no tuvieron éxito. Tras su servicio en el ejército, Maurice trabajó brevemente como tejedor en una fábrica de algodón de Lancashire.

Nuevamente la colección Rastros es una excusa para traer al blog una de esas historias más propias del argumento de una película o novela de serie B que de la vida real. Pues bien, la historia objeto de este artículo no solo ocurrió tal y como veremos a continuación, sino que llenó páginas y páginas de los diarios de la época. Y en el medio de este escabroso suceso nos encontraremos con uno de esos escritores de los que suele hablar este blog: Maurice Procter.

En 1927, Maurice ingresó en la policía. En ese momento, a un policía no se le permitía servir en su ciudad natal, por lo que tuvo que buscarse plaza en otra localidad, y la elegida fue Hallifax, una pequeña ciudad situada en el condado de Yorkshire del Oeste, en Inglaterra, a 272 km de Londres, que creció alrededor de la industria de la lana durante la revolución industrial, y que en la actualidad no alcanza los 90.000 habitantes. Una ciudad por cierto con un largo historial de extraños crímenes, y que sería un buen escenario para una novela de Stephen Kimg. Allí tenía Maurice su base en la comisaría de policía de King Cross, donde no sólo trabajaba, sino que también residió durante un tiempo. Más tarde se alojó en el 24 de Cromwell Street, alquilando una habitación en la casa propiedad de un electricista llamado Arthur Edwin Blakey y de su esposa Isabella, una pareja con tres hijas llamadas Phyllis, Eve y Winifred. Maurice se casó con la hija menor, Winifred, en 1933, en la Iglesia de Santa María, Lister Lane, Halifax.

La ciudad de Hallifax

Pues bien, Maurice prestaba en esos años su servicio policial como parte de la patrulla motorizada, que eran un grupo de agentes que cumplían sus labores de vigilancia encima de sus motos; labores absolutamente rutinarias, dado que Hallifax era una de esas poblaciones casi rurales en las que apenas se producían incidentes, al margen de pequeñas trifulcas entre vecinos, o algún que otro robo sin importancia. 

Todo eso cambiaría radicalmente en 1938, con el agente Maurice Procter patrullando tranquilamente con su moto las calles y caminos de Hallifax, sin sospechar que la tranquila población se iba a convertir en un infierno.

El 16 de noviembre de ese año, de noche temprana, dos mujeres de 21 años llamadas Mary Gledhill y Gertrude Watts volvían a casa a la salida del molino donde trabajaban, a unas seis millas de Hallifax, cuando fueron repentinamente golpeadas por lo que parecía ser un mazo o un hacha. Tras conseguir huir de su atacante, corrieron con sus cabezas llenas de heridas y llegaron aterrorizadas a la cabaña de Mr y Mrs Helliway. Lo único que recordaban del misterioso atacante que se desvaneció en la niebla es que era un hombre de unos 30-40 años, que iba con un abrigo largo y una capucha que le tapaba la cara, y del que solo consiguieron destacar que tenía una boca enorme y que llevaba unas llamativas hebillas metálicas en los zapatos.

Este hecho causó de primeras bastante inquietud, especialmente porque en Hallifax ya habían sufrido en 1927 los ataques de un psicópata llamado James Leonard que fue condenado a 6 meses de cárcel por acechar y cortar la ropa a seis mujeres de la ciudad. La figura de Leonard como sospechoso fue rápidamente desechada por la policía porque tenía rasgos físicos que le hacían muy reconocible (una nariz descomunal), y las mujeres atacadas lo descartaron de inmediato.

No sólo eso, la prensa local ya se encargó de empezar a sembrar el pánico al ligar este extraño suceso con el asesinato de un niño llamado Phyllis Hirst en la próxima localidad de Bradford tan solo unas semanas antes. El Hallifax Daily Courier publicó un artículo en primera página alertando de que nadie dormiría tranquilo hasta que el culpable fuera detenido.

El 21 de noviembre de ese mismo año, tan solo cinco días más tarde, otra mujer de 21 años llamada Mary Sutcliffe denunció que un hombre había intentado atacarla con un cuchillo cuando volvía de trabajar de la fábrica de chocolates Mackintosh a la altura de la calle Francis, donde se encuentra una iglesia que 15 años después sería protagonista del asesinato de una nña de 6 años. Tras lograr huir de su atacante, Mary descubrió al llegar a casa que tenía un corte en la muñeca que requirió 4 puntos de sutura. La descripción de su atacante: un hombre de 25-35 años, de 1,80 de estatura, vestido con un abrigo militar, y con unos ojos especialmente saltones.

El pánico se extendió por todo Hallifax, con la gente encerrada en sus casas, las mujeres saliendo a la calle con silbatos de policía y botes de pimienta, y los negocios con la persiana bajada, hasta el punto de que inmediatamente se organizaron patrullas ciudadanas por las noches para vigilar las calles. La policía local (con nuestro autor Maurice Procter entre ellos) inició sus primeras investigaciones, pero las descripciones de las mujeres atacadas eran muy confusas y totalmente inútiles.

El 24 de noviembre, otra mujer llamada Clayton Aspinall acudió aterrorizada a la comisaría a denunciar que un hombre armado con una navaja de barbero le había perseguido cuando estaba buscando fieles para la misa nocturna de la iglesia de St Andrews, alcanzándola a la altura de la escuela de arte situada en Jasper Street. Aspinall pudo ver a un hombre joven corriendo hacia ella, que la empujó y empezó a hacerle cortes en un brazo que empleó para protegerse la cara.  El hombre siguió corriendo, desapareciendo rápidamente de su vista. La descripción del atacante: un hombre de unos 30 años y 1,75 metros de altura, bien peinado, y tirando a pelirrojo. Importante que la víctima insistía en que el hombre debía ser de Hallifax, pues parecía conocer muy bien las calles al huir.

El Daily Courier de Hallifax emplea por primera el nombre de Hallifax Slasher para referirse al misterioso atacante, que yo he rebautizado como el carnicero de Hallifax, porque en castellano la palabra Slasher, derivada de Slash/cuchillada, no tiene una traducción adecuada (acuchillador no suena demasiado bien). La policía local ofrece las primeras recompensas a cambio de cualquier información.

El 25 de noviembre, al día siguiente del ataque a Clayton Aspinall, Un hombre llamado Percy Waddington apareció en la comisaría con cortes en una mano y en la espalda, gritando que había sido atacado por un hombre con una navaja de barbero cuando salía de su tienda, en Elland Lane.

Ese mismo día, otras tres mujeres fueron atacadas: Mrs Annie Cannon dijo haber sido atcada a las 6:20 de la tarde en Highroad Well; Mrs Alice McDonald en Ovenden pocos minutos más tarde; y finalmente Hilda Lodge, una mujer de 35 años, informó que también había sido atacada cerca de allí, en Green Lane, a las 22:00, cuando salió a comprar vinagre para hacerse unas patatas. Lodge se presentó en casa de un vecino con la cara y el antebrazo llenos de cortes. La descripción del atacante volvía a ser en todos los casos completamente inútil.

Hallifax en la actualidad

La misma noche del 25 se produce el segundo herido, pero en esta ocasión por una paliza que un grupo de vigilantes propinan por error a un hombre llamado Clifford Edwards, que lo único que hizo era acudir en ayuda de Hilda Lodge al oírla gritar. La policía tuvo que escoltarlo de vuelta a su casa porque la turba quería matarlo.

Esta noche disparó definitivamente el pánico, ya que era la primera vez que alguien presenta heridas importantes,  y porque el atacante, de carácter casi sobrenatural, parecía ser capaz de encontrarse en varios sitios a la vez. Se decide solicitar la ayuda de Scotland Yard ante la presión de una población que ahora ya se encontraba al borde de la histeria.

El 26 de noviembre otras dos mujeres denunciaron ataques similares, aunque sin daños personales: Leslie Nicholls, de 21 años, fue atacada a las 19:30 y Margaret Reynolds en Caddy Field sobre las 23:30.

El 27 de noviembre una joven de 19 años llamada Beatrice Sorrel entra gritando en la estación de bombreos gritando que ha sido atacada en un brazo (con heridas muy superficiales), y dice que tan sólo pudo ver un brazo con un guante blanco, y pocas horas después un hombre llamado Fred Baldwin recibe una brutal paliza por parte de otro grupo de vigilantes nocturnos que patrullaban en un lamentable estado de embriaguez.

El 29 de noviembre se produce una avalancha de sucesos:  Margaret Kenny denuncia haber sido atacada en Dean Clough a las 7:20 por un hombre bien vestido, de cara ancha, y con botas de agua, realizándole varios cortes en su brazo izquierdo. Margaret muestra una enorme sagre fría, pues asegura haber intentado sujetar al hombre durante casi tres minutos con la esperanza de que alguien viniera a detenerle. Mary Sutcliffe, que ya había denunciado un ataque el 21 de ese mismo mes, denuncia un segundo ataque, aunque esta vez se presentó con diversos cortes en el abdomen; y otra mujer llamada Winifred McCall informa que también había sido atacada. Lo más grave es que empiezan a recibirse denuncias de similares características en Manchester y en Bradford.

Ese mismo 29 de noviembre llegan a Hallifax el Inspector jefe de Scotland Yard William Salisbury (conocido como el terror de los bajos fondos del norte de Lodres) y el Sargento Harry Studdard, que en muy poco tiempo resolverían el caso. Estos dos agentes sin duda alguna impresionaron de forma extrema a Maurice Procter, y seguro que tuvieron mucho que ver con su serie policiaca más conocida, protagonizada por el Inspector jefe Harry Martineau.

Cuando la cosa parecía estar más complicada, ese mismo día el caso daría un inesperado giro, cuando Percy Waddington, el hombre que resultó herido por el carnicero, confesó ante los agentes de Scotland Yard haberse inflingido las heridas a sí mismo con una navaja de afeitar, algo que por cierto le supuso una condena de tres años de cárcel. Esta sorprendente revelación hizo que 9 de las supuestas víctimas confesaran haberse inventado todo. Winnie McCall, Hilda Lodge (condenada a 4 semanas de prisión), Leslie Nicholls, Beatrice Sorell (pena de 4 semanas), y Lily Woodhead; todas ellas confesaron que todo había sido fruto de su imaginación. Beatrice Sorell dijo haberse hecho las heridas tras haber descubierto que estaba embarazada de su novio, con el que acababa de discutir. Hilda Lodge dijo que no entendía porqué lo había hecho, y que comenzó a contar todo tipo de mentiras a los periodistas fruto de los nervios producidos por las constantes noticias sobre el carnicero de Hallifax.

Sin embargo, hubo tres de las supuestas víctimas (Clayton Aspinall, Margaret Kenny, y la doblemente atacada Mary Sutcliffe) que jamás reconocieron haber mentido, así que cabe la duda de si realmente existió algún ataque, aunque fuera de algún perverso imitador que buscara satisfacer sus oscuros deseos. Respecto a Mary Sutcliffe, la policía dudó en todo momento de sus testimonios, llenos de incoherencias, pero no pudo probarse que mintiera.

Aún así, los días 30 de noviembre y 1 y 2 de diciembre, siguieron produciéndose en diversas ciudades inglesas denuncias por parte de personas que aseguraban haber sido atacadas por un hombre con una navaja de barbero.

Scotland Yard dictaminó que el supuesto atacante de Hallifax jamás existió, y que todo había resultado ser un extraordinario caso de histeria colectiva. El 2 de diciembre el Halifax Courier, cuyos titulares fueron posiblemente uno de los principales culpables del pánico creado, publicó un artículo en el que se explicaba la confesión de Percy y del resto de falsas víctimas, y se daba por zanjado el caso del inexistente psicópata de Hallifax, una especie de hombre del saco nacido de la mentira y el miedo.

El suceso de Hallifax ha perdurado en la memoria, e incluso podemos encontrar una mención expresa en la obra From Hell, el famoso cómic de Alan Moore sobre los asesinatos de Jack el destripador, relacionando el suceso de Halifax con otros terribles hechos criminales de la historia de Inglaterra que se repetirían de forma recurrente: en 1788, el monstruo de Londres; en 1888 (100 años después), Jack el Destripador; en 1938 (50 años más tarde), el carnicero de Hallifax; en 1963 (25 años después) los crímenes de Ian Brady y Myra Hindley; y en 1976 (12´5 años después), los asesinatos de Peter Sutcliffe…

Es más que posible que la novela de Maurice Procter titulada  I Will Speak Daggers (1956), publicada también como Ripper Murders o The Ripper en Estados Unidos, esté basada en su experiencia en Hallifax con el carnicero. En esta novela, una de las protagonizadas por el Inspector jefe Phillip Hunter, un psicópata armado con una navaja de afeitar está asesinando mujeres en una pequeña población inglesa, sembrando el pánico entre los lugareños. La policía local se ve obligada a pedir la ayuda de Scotland Yard, que envía a Hunter para resolver tan siniestro caso.

Tras los sucesos de 1938, la vida de Maurice Procter cambió radicalmente. Durante la guerra, Maurice fue trasladado de King Cross a la comisaría de Mixenden. En aquellos días, Mixenden era solo un pequeño pueblo, por lo que Maurice era el policía del pueblo y él y su esposa vivieron en la casa de policía durante 5 años. Maurice y Winifred tuvieron un hijo, un hijo llamado Noel. En total, Maurice sirvió en la fuerza policial de Halifax durante 19 años, permaneciendo como agente durante todo ese tiempo.

Su experiencia como policía en ese periodo es lo que hizo que el autor tuviera conocimientos de primera mano acerca de los procedimientos policiales, lo que se tradujo años después en un gran realismo en su obra policial, algo que elogiaron muchos críticos.

Comenzó a escribir ficción estando todavía como policía en servicio. Su primer libro, No Proud Chivalry, se publicó en 1947 y tan pronto como empezó a ganar dinero escribiendo, renunció a la policía. Gran parte de su obra la escribió en el estudio de su casa en Willowfield Road, en Hallifax, aunque años más tarde él y su esposa acabarían pasando gran parte del año en España y Gibraltar.  El principal personaje de las novelas de Procter ya he comentado que es el inspector jefe Harry Martineau (15 novelas), de la policía de la ciudad de Granchester, una ficticia ciudad industrial del norte de Inglaterra basada en Manchester. Su novela Hell Is a City (1954), primera de la serie de Martineau, (que se publicó en los Estados Unidos como Somewhere in This City ) se trasladó al cine en 1960 con Stanley Baker como Martineau. El otro gran personaje del autor es Phillip Hunter, que protagonizó otras tres novelas entre 1951 y 1956. Almargen de estos dos personajes, el autor escribió otras 7 novelas policiacas sin protagonista fijo, entre las que se encuentra The sprahead death, publicada en Rastros como A punta de lanza, novela que me ha servido de excusa para traer al blog la fascinante historia del carnicero de Hallifax.

Maurice Procter murio en 1973, en -lo han adivinado- Hallifax.

Alberto Sánchez Chaves. Abril de 2022

CORÍN TELLADO, LA REINA DE CORAZONES

A partir de ahora el blog va a ponerse romántico, aunque quizás menos de lo que pensáis. Uno podría esperarse que al hablar de Corín Tellado empiece a sonar música de violines de fondo, y que el ambiente se llene de suspiros y corazones con alas, pero las cosas no son siempre lo que parecen.

Debo reconocer que escribir sobre Corín Tellado me ha resultado una tarea complicada. En primer lugar, porque es una autora sobradamente conocida de la que creo que no puedo aportar nada que no se encuentre fácilmente a poco que cualquiera se ponga a buscar por internet (amén de varias obras notables sobre ella); y en segundo lugar, por la sencilla razón de que nunca había leído nada de ella (pero puedo afirmar que para redactar este artículo he tenido un empacho importante de su obra). Con el género romántico me ocurre lo mismo que con el Oeste, y es que tengo una predisposición negativa hacia estos géneros literarios, aún cuando soy perfectamente consciente de que no tienen por qué tener peor calidad ni resultar menos entretenidos que cualquier otro género de la novela popular. De hecho últimamente he encontrado algunas obras muy notables dentro de la mal llamada novela rosa que me han sorprendido muy gratamente, no sólo por tener tramas mucho más elaboradas de las que uno podría pensar, sino por una cantidad de referencias literarias e históricas muy superiores a las que he encontrado en otros géneros. El descubrimiento de Marisa Villardefrancos ha hecho que pulverice gran parte de los prejuicios que me impedían disfrutar de este tipo de obras.

Buena parte de la culpa del menosprecio que ha sufrido el género romántico en nuestro país se debe a los propios editores, que dirigían este tipo de publicaciones exclusivamente al público femenino, tanto en el nombre de las colecciones (Rosaura, Biblioteca de chicas, Alondra…) como en la forma en las que se le daba publicidad . Por ejemplo en la Biblioteca de Chicas de la editorial Cid el estandarte era “Un suspiro, una risa, una lágrima, un beso”. Lógicamente, en una sociedad en la que los hombres tenían que ser muy machos y las mujeres muy femeninas, hubiera estado muy mal visto que un hombre se interesara en este tipo de publicaciones, y no bastaba con que no las leyeran, sino que tenían que dejar claro que eran cosa de mujeres.

Es llamativo que buena parte de los actuales eruditos sigan considerando el género romántico como un sinónimo de mala calidad, en muchas ocasiones sin fundamento alguno, pues posiblemente -como he experimentado en mis propias carnes- no hayan leído nunca nada del mismo. Pueden alabar historias policiacas con enormes fallos en sus tramas, o libros de terror y ciencia ficción con escenas que rozan el ridículo; pero basta que una novela fuera publicada en su día en una de las múltiples colecciones de novelas romántica para que sea menospreciada sin darle ni siquiera una oportunidad.

Vuelvo a insistir que yo soy el primero que he tenido injustificados prejuicios hacia el oeste y el romántico, géneros que siguen sin contarse entre mis favoritos, pero de los que he aprendido que tienen los mismos defectos y las mismas virtudes que el resto de géneros literarios, y en los que es posible encontrar cosas buenas y malas en el mismo porcentaje que en otros géneros más “respetables”. Otra cosa es que te guste como género literario. No creo que a nadie le extrañe si una persona sólo lee novelas de Terror, o de ciencia ficción, pero si eso mismo se dice del género romántico, la gente tiende a menospreciar al que realiza esa confesión.

Sin ir más lejos, gran parte de la novela histórica actual son básicamente historias del género romántico a las que se da una ambientación histórica, y no creo que haya nada malo en ello: habrá unas que estén mejor escritas que otras, y gustarán más o menos, igual que en la literatura popular, en la que por cierto también se emplea con frecuencia el truco de ambientar las historias en otras épocas y en entornos exóticos.

Lo mismo se puede decir de algunos clásicos de la literatura universal, de los que no creo que haya mucha gente que dude de su calidad, como es el caso de “Cumbres Borrascosas”, “Jane Austin”, o “Romeo y Julieta”, sin ir más lejos.

Lo que sí que tenía claro desde un principio es que un blog de literatura popular no puede dejar de dedicar al menos una reseña exclusiva que ponga de manifiesto la importancia superlativa de Corín Tellado, una escritora considerada por la UNESCO en 1965 como la más leída en lengua española, tan sólo por detrás de Miguel de Cervantes.

María del Socorro Tellado López, nació el 25 de abril de 1927 en Viavélez, una pequeña localidad pesquera del concejo de El Franco, en Asturias, que no podía imaginarse que contaría entre sus vecinos con la futura reina de la novela romántica, una mujer que llegaría a vender más de 400.000.000 de ejemplares de su obra, traducida a 27 idiomas.

Socorrín, que es como la llamaban de pequeña, fue la única niña de los cinco hijos del matrimonio formado por un ama de casa y un maquinista naval de la Marina Mercante. De ese apodo de Socorrín surgiría el futuro seudónimo de  Corín que se haría mundialmente famoso.

Al finalizar la guerra civil en 1939, su padre fue ascendido a jefe de máquinas y destinado a Cádiz, en donde se instaló con toda la familia, cuando Corín tenía 12 años. Allí estudió en un colegio de monjas, en una época en la que ella misma se describe como «muy vergonzosa, muy tímida, ni siquiera jugaba en los recreos«, mientras que alguna de sus compañeras de colegio la recuerdan sin embargo como una adolescente «muy lanzada, que montaba en bicicleta cuando estaba mal visto y que fumaba cigarrillos a escondidas«.

Desde muy joven fue una gran lectora, y dentro de sus preferencias ha comentado en alguna ocasión que se encontraba Pedro Mata Domínguez (Madrid, 1875 – 1946), un autor español que destacó entre otras cosas por sus novelas cargadas de romanticismo que alcanzaron gran éxito durante la 2ª República y que sin duda influyeron en la futura carrera literaria de Corín Tellado.

Como toda buena lectora, tenía una escritora en su interior, pero no fue hasta después de que uno de sus hermanos escribiera una novela cuando decidió que podía hacerlo mejor que él,  y de este modo descubrió que tenía un don para escribir historias.

En 1945 se producen una serie de sucesos encadenados que cambiarían su vida de forma repentina. Su padre fallece y la familia empieza a verse en serias dificultades económicas. El librero de Cádiz que le vendía de forma habitual las novelas, sabedor de las penurias por las que estaban pasando, se enteró de que escribía novelas, y la puso en contacto con la Editorial Bruguera, que estaba en plena expansión y buscaba nuevos autores españoles. El 12 de octubre de 1946 se publicó “Atrevida apuesta”, novela por la que la Editorial Bruguera le pagó 3.000 pesetas, una cantidad muy importante para la época. Como su segunda novela fue rechazada, Corín estuvo a punto de entrar a trabajar como dependienta en una zapatería, pero poco a poco empezó a vender alguna novela más. Comenzó a publicar también novelas para la editorial Cies, y al año siguiente la editorial Bruguera la incluyó en su nómina de escritores, encargándole una novela corta a la semana. La autora  presumía de ser capaz de escribir una novela en poco más de dos días, pero a costa de trabajar de forma incansable. Cada día se levantaba a las 5 de la mañana, gracias a lo cual siempre lograba acabar sus obras mucho antes de los plazos fijados. Desde el principio se dedicó a escribir novelas románticas (tampoco le habrían dejado en esos años escribir otra cosa a una mujer) que fueron recibidas con gran éxito por un importante número de lectores, que poco a poco fueron exigiendo más obras de esta nueva autora. Como pasa con el resto de autores, es prácticamente imposible saber cuanta gente podía leer de media las obras de Corín Tellado, pues la editorial pagaba inicialmente por obra, no por nº de ejemplares vendidos; y además este tipo de novelas eran cambiadas habitualmente en los puntos de venta, por lo que eran leídas por varios compradores.

Alternando su trabajo como escritora empezó a estudiar Psicología, pero no pudo terminar la carrera, debido a la precaria situación de la familia. Es de destacar que una mujer –tan joven además, pues hay que recordar que tenía 19 años- trabajara en estos años, y que encima estudiara en la universidad.

Sobre este punto, me gustaría destacar que siempre que se habla de Corín Tellado se critica que todos sus personajes femeninos eran estereotipos de la clásica mujer sumisa que sólo buscaba casarse con el hombre de turno. Yo no conozco su obra como para poder opinar, pero me ha llamado la atención que   María Teresa González -catedrática de francés en Gijón y autora de un estudio titulado “Corín Tellado, medio siglo de novelas de amor”- destaca que quizás en sus primeros libros sí aparecieran este tipo de personajes femeninos, pero siempre aportaban un punto de rebeldía. Era el tributo que exigía la sociedad y el régimen de la época, y aún así la autora se las apañaba para dotar a sus personajes femeninos de una fortaleza nada habitual en la literatura de esos años.

Esta misma catedrática destaca con buen criterio en su libro un estudio de Amando de Miguel que a mí me parece muy revelador: En los años 50, sólo un 1,8% de las mujeres entre 20 y 24 años estudiaban una carrera superior. Un 21,3% trabajaba y un 76,9% se casaba y no mostraba ningún interés por el mundo laboral. En Estados Unidos, sólo un 3% ejercía la abogacía y no llegaba al 1% el número de mujeres ingenieros. En las novelas de Corín Tellado sus protagonistas siempre van un paso por delante de la sociedad de la época que retratan los libros. En los años 50, hablan idiomas, se interesan por la educación, son secretarias, enfermeras… y después, en seguida, se convierten en profesionales.

«A insinuar me enseñó la censura, porque decía las cosas claras y eso me lo rechazaban. Hubo meses que me rechazaron hasta 4 novelas. Algunas novelas venían con tantos subrayados que apenas quedaba letra en negro. Me enseñaron a insinuar, a sugerir más que a mostrar. Aprendí a contar lo mismo pero con sutileza, así nunca me dejé nada por decir«.

Incidiendo sobre la crítica despectiva que de forma habitual se hace de Corín Tellado –y de la novela romántica de la época en general-  hay que recordar los años en los que nos estamos moviendo. La gente no podía escribir lo que quisiera, y menos si eras mujer. La propia autora afirmaba que su estilo se perfiló gracias a la censura de la España franquista, que expurgó sus novelas de forma inmisericorde; además, todas debían terminar inevitablemente en boda.

Si la censura le prohibía escribir sobre sacerdotes, ella los convertía en pastores protestantes. De todas formas, ubicando sus novelas en el extranjero, Corín logró eludir la acción de la censura, escribiendo sobre abortos, divorcios, madres solteras, y todo tipo de temas que, de haberse situado en España, hubieran supuesto un escándalo mayúsculo.

En 1948 Corín regresa a Viavélez con su madre, y desde entonces vivió en Asturias, aunque en 1951 se trasladó a vivir a Gijón, de donde ya no se movería. Ese año la revista Vanidades, de gran difusión en toda Hispanoamérica, firmó un contrato con Corín Tellado para que le entregara dos novelas cortas e inéditas al mes. La autora siguió escribiendo para Vanidades hasta el final de sus días, con la curiosidad de que para esa revista trabajó muchos años Guillermo Cabrera Infante, que en más de una ocasión confesó su admiración por la obra de la escritora, a la que tuvo que leer a raíz de su trabajo como corrector “por obligación, pero con gusto”.

Otro de los aspectos que más interés ha despertado sobre la escritora es su vida sentimental. Curiosamente, la reina de la novela romántica no tuvo suerte en el amor en la vida real.

En 1959, Corín Tellado tenía 33 años -una edad importante en esa época para estar soltera sin empezar a levantar comentarios-, y era ya entonces una mujer moderadamente rica y famosa, que sostenía económicamente a su madre y a sus cuatro hermanos. Corín, a la que no se le conocía novio alguno, decide casarse por sorpresa con Domingo Egusquizaga Sangroniz. Según ha declarado en diversas entrevistas la propia Corín, se casó por despecho y sin amor, y harta de pagar bodas de familiares.

Según aparece en su biografía escrita por la periodista Blanca Alvarez,  Corín se enamoró sólo una vez y no precisamente de su marido. Una relación de la que le costaba hablar, pues decía « que todos los protagonistas estamos vivos todavía«. Un pretendiente marino, como su padre y como muchos de los personajes de sus libros, que opinaba que el trabajo no era más que un entretenimiento de mujeres solteras, y que exigió a Corín que abandonara la literatura cuando se casaran, a lo que la escritora no accedió. Así que Corín siguió escribiendo, le dejó y, cuando se enteró de su boda con otra, se prometió: «Con el primero que llegue, me caso«. Y pasó Domingo Egusquizaga.

A mí personalmente me suena a una de las historias de sus propias novelas, pero es una opinión personal sin base alguna.

Al año siguiente del matrimonio nació su primera hija, Begoña, y en 1961 su hijo Domingo. En septiembre de 1962 decidió separarse de su marido, de quien dijo que no era un mal hombre. «No era ni mujeriego ni borracho ni un mal amante. ¿Qué pasó?, que no le soportaba. No le quise ni antes ni durante ni después. Siempre fui muy libertaria y siempre hice lo que me dio lo gana. No encajaba con alguien tan estirado y tan tradicional. Pude permitírmelo porque ganaba mi propio dinero pero, de todas formas, tampoco entiendo a las mujeres que aguantan y aguantan. O que no denuncian los malos tratos. Antes prostituirse que permitir un golpe. Eso sí, no me divorcié, simplemente, porque no tenía intención de volver a casarme. No me hacía ninguna falta un hombre»

Resulta llamativo que la reina de corazones de la literatura reconociera abiertamente que jamás comprendió las pasiones de las que ella misma escribía:. «Nunca estuve locamente enamorada. Quise apaciblemente«. “No he sufrido nunca ese amor ardiente y arrebatado».

«Soy realista. Me emocionan las cosas reales, las que palpo, las que tienen vida. No me seducen las puestas de sol, ni las estrellas, ni la luna llena. Yo nunca he dicho te amo, te quiero, o vida mía. Sólo lo sugiero en las novelas para que se emocionen otros. A mí me conmueven los animales, los prados, las personas, la roca viva, los acantilados.”

De cualquier modo, como en las mejores novelas, hay una buena parte de la vida de la autora que probablemente no se sepa nunca: «Hay cosas de mi vida que sólo yo conozco y que nadie sabrá jamás. Mi verdadera vida no se la digo ni se la diré a nadie. A nadie».

Mientras que en el amor Corín no conseguía la felicidad, en el trabajo las cosas le iban cada vez mejor.

En 1962 la UNESCO declaró que Corín Tellado era la autora más leída en castellano después de Cervantes. Ese mismo año firma un contrato en exclusiva con Bruguera por 150.000 pesetas. Los problemas comenzarían poco después.

En 1964 Corín descubre que, a pesar de su gran producción de obras, Bruguera estaba reeditando parte de sus obras cambiando el título de las novelas sin consultarla.

«Esta avalancha de viejas novelas publicadas como si fueran nuevas, cambiándoles el título, me desacreditaba. Algunas lectoras me escribían llamándome estafadora».

Tras un fuerte enfrentamiento por este motivo con la editorial, Corín rompe unilateralmente el contrato de exclusividad y  empieza a trabajar en 1965 para  la Editorial Rollán, que la fichó como la gran estrella que era a bombo y platillo, y comienza a publicar una colección de novelas certificadas como «inéditas». En julio de 1966 muere su madre, y a final de ese mismo año apareció Corín Ilustrada, colección quincenal de adaptaciones a fotonovelas de sus novelas, vendiendo 750.000 ejemplares en una semana del primer título de la colección.

Mientras tanto, continúa el litigio durante estos años con Bruguera, que la había denunciado por incumplimiento de contrato.

En 1973 la Editorial Bruguera gana el contencioso contra su antigua autora, con una sentencia que condena a Corín a pagar una indemnización de 65 millones de pesetas, una auténtica fortuna para la época.

«Nunca lo hice, claro, llegamos a un acuerdo. Fue un pleito en el que nos embarcaron los abogados y, a pesar de todo, yo recuerdo con mucho cariño a Bruguera».

Para evitar el pago de la indemnización, llegó a un acuerdo con Bruguera, merced al cual debía escribir en exclusiva para ellos hasta 1990 en condiciones muy exigentes, pues se veía obligada a entregar un importante número de títulos al mes, e incluso a escribir 26 novelas eróticas bajo el seudónimo de Ada Miller dentro de una colección llamada Especial Venus que pretendía pasar como traducciones del inglés. Esta situación se mantuvo hasta 1984, año que marca el principio del fin de Bruguera, lo que provoca que la escritora no publicara nada durante un periodo de 2 años -aunque nunca deja de escribir-, hasta que en 1986 Corín recupera de forma anticipada la libertad al rescindir el acuerdo con Bruguera, que se disolvió de forma definitiva. Por un tiempo decidió cambiar de registro, escribiendo cuentos de literatura juvenil para las editoriales Júcar y Cantábrico. En 1992 publicó su primera novela larga, “Lucha oculta”, una obra enmarcada en la transición española que la autora consideraba su obra favorita. Posteriormente publicó otra novela larga llamada “Amargos sentimientos”, pero no debió tener mucho éxito, porque la autora se quejó en diversas entrevistas de que le resultaba muy difícil vender obras que no fueran sus habituales novelas rosas cortas.

Las novelas de Corín Tellado tienen algunas características que la distinguen de otras escritoras del género romántico, entre las que destacaría que siempre sitúa la acción en el presente -a diferencia de otras autoras que prefieren ambientar sus obras en el pasado- y que sus protagonistas son mujeres muy adelantadas para la época, con estudios y profesiones que no estaban al alcance de la mayoría de sus lectoras, y con una forma de ser mucho más realisista que lo que era habitual de ver en el género. Eso, sí, siempre en un entorno de lujo que consiguiera hacer soñar a sus lectores, algo que destacó la propia autora: “Una vez escribió una novela protagonizada por pobres, y no se vendió nada bien.”

Otra característica fundamental de la obra de Corín Tellado es su indudable capacidad para adaptarse a los gustos de cada época, lo que explica su eterna permanencia entre los autores más vendidos. Supo interpretar en cada momento las preferencias de los lectores, modificando el tipo de historias y personajes para ajustarlos a la realidad de cada momento, tratando temas con el paso de los años como la independencia económica de las mujeres, el maltrato, la infertilidad o la drogadicción. El fin de la dictadura de Franco abrió un gran abanico de posibilidades a las protagonistas de Corín Tellado, que ya no tenían que enviudar para huir de un matrimonio desgraciado. Desde entonces las mujeres de sus novelas trabajaban, se divorciaban, tenían hijos fuera del matrimonio e incluso se interesaban por el sexo.

«Yo hilvano un argumento en 5 minutos. Las historias de la vida cotidiana me inspiran. Recopilo las vivencias de la calle y las acoplo a mis cosas. Mis personajes tienen una tremenda humanidad. Hay muchas chicas que en la vida real han vivido lo que viven mis personajes. Yo adorno con fantasía las realidades, siempre escribo de gente de la alta sociedad, rodeada de lujos».

Si normalmente es casi imposible conocer el número aproximado de novelas que realizaron los escritores profesionales de literatura popular, en el caso de Corín Tellado es aún más complicado, dada su inagotable capacidad de trabajo. En 1989, un diccionario enciclopédico acreditó que llevaba ya escritas 2.243 novelas, aunque es probable que la cifra real sea prácticamente el doble si se cuentan sus relatos para la revista Vanidades.

En 1995 su salud se ve muy resentida por problemas en un riñón que le obligaron a someterse desde ese momento a tres sesiones de diálisis por semana, lo que no le impidió seguir escribiendo, dictando las obras a su nuera. En el año 2000 publicó su primera obra en Internet, “Milagro en el camino”.

El 11 de abril de 2009 falleció en su domicilio de Gijón, a los 81 años de edad, tras sufrir un infarto cerebral. En un cajón dejó tres novelas inéditas sin publicar, y tan sólo tres días antes había acabado de dcitar su última historia para la revista Vanidades,  como prueba de que cumplió su sueño de morir escribiendo.

He buscado en mi mente la motivación de este afán al trabajo y he de confesarme a mí misma que soy trabajadora de nacimiento, que me gusta lo que hago y que quiera Dios que lo siga haciendo hasta la víspera de mi muerte, o como suele decirse, que me permitan morir con las botas puestas, en este caso será pluma en ristre, para inventar una historia nueva.”

Pues lo hizo.

Me gustaría destacar un tema del que ya hablé en otra reseña de este blog dedicado a las escritoras de novela popular, y no es otro que el desprecio con el que se habla de la novela rosa al referirse a la literatura romántica popular. En mi opinión, la histórica visión negativa de este género tiene su origen en que siempre se ha identificado como un género exclusivo de las mujeres, tanto como lectoras como escritoras. En los años de oro de la literatura popular parecía incluso mal visto que una mujer leyera cualquier cosa que no fuera novela rosa, no fuera a ser que sus frágiles cerebros no pudieran soportar la acción y violencia que se podían encontrar en el resto de géneros, aunque hubo algún intento de alguna editorial como Rollán para intentar atraer al público femenino a sus colecciones policiacas, con anuncios que prometían que encontrarían en ellos “más emoción y sentimientos que en la mejor de las historias románticas”. Desde el punto de vista como escritor, ya comenté en su día que las editoriales recurrieron a las mujeres únicamente para cubrir las necesidades de demanda de género romántico, pues no había escritores masculinos suficientes dispuestos a  dedicarse al mismo, aunque hubo algunos que lo hicieron de forma casi exclusiva, como Pedro Mata, o Carlos Santander; y algunos de los habituales de otros géneros aportaron su granito de arena, como Jesún Navarro Carrión, Francisco Gónzález Ledesma, Juan Gallardo Muñoz, o Enrique Jarnés, entre otros.

A su vez, las mujeres de la época que querían dedicarse a escribir se veían prácticamente obligadas a hacerlo dentro del género romántico, pues los editores veían complicado que los hombres compraran obras de género policiaco, bélico, terror, o ciencia ficción que fueran escritos por mujeres, motivo por el que las pocas que lo lograron lo hicieron con seudónimos masculinos.

Ese encasillamiento de la mujer en el género rosa no era más que otra forma de desprestigiar la labor de las pocas mujeres que se dedicaron a la literatura popular de forma habitual, a las que se miraba de forma condescendiente por considerar que lo que hacían podía hacerlo cualquier hombre sin ninguna dificultad. Era un entretenimiento para mujeres solteras que servía para que otras mujeres pasaran los ratos libres que les dejaban las tareas del hogar.

Y Corín Tellado es la reina indiscutible de esta supuesta novela rosa, a pesar de que ella misma no consideraba que escribíera «novela rosa» o romántica.

«Ni soy romántica ni escribo novelas románticas. Soy positiva y sensible, y escribo novelas de sentimientos, que no es lo mismo. Para mí, la novela puede ser sentimental, no me molesta que me encasillen en la novela rosa, pero es evidente que muchos ignoran que la denominación rosa procede de cuando las tapas de la novela eran de ese color. El amor nunca pasa de moda y aunque mis novelas puedan parecerse entre sí, todas son diferentes. El desamor es lo que más está presente en ellas».

Durante toda su vida la escritora tuvo que soportar las destructivas críticas  –incluyendo las de muchos compañeros de profesión-  que despreciaban abiertamente su obra, por considerar que lo que hacía era poco menos que basura que cualquiera podría escribir. Sobre estos escritores que no paraban de atacar a la autora, supongo que afectados por el éxito de ventas de Corín, la escritora escribió lo siguiente:

«Me dio igual, muchos autores de mi generación se quejaban de que el franquismo los ahogaba. Terminó el franquismo y continuaron sin escribir un pimiento. Yo me adapté a los tiempo y creo que sigo haciéndolo»

“Dicen que no es fácil vivir de la literatura, pero en cambio yo llevo 53 comiendo de ella; para bien o para mal, soy una autora que cuenta historias, con amor, con desamor, con tragedias, con lágrimas o con risas, siempre he buscado la mejor forma de entretener al público lector, ese gran público como se le suele llamar, que es el que nos alza o nos mengua, porque según les agrademos, así se multiplican las ventas.”

En una entrevista pocos años antes de su muerte, la autora comentó lo siguiente a la periodista:

«Ay, los dichosos tópicos. Procuro recordarle a mi hija que el día que me muera tiene que escribir en la lápida: Ahí te vas con tu sambenito. Siempre he creído en la igualdad de oportunidades. Nosotras hemos avanzado, aunque serán las hijas de mis nietas quienes ocupen el mismo lugar que los hombres. No es fácil. ¿Cuántos siglos llevan dominándonos? Ellos con el látigo en la mano y nosotras con la venda en los ojos. Digamos que soy feminista, aunque no milite».

Investigando para la realización de este artículo, me encontré con una sorprendente publicación en apariencia irreverente, pero que en el fondo no deja de ser un halago a la figura de Corín Tellado, que se ha covertido sin lugar a dudas en todo un símbolo de la cultura popular. Se han publicado al menos dos vólumenes de un libro titulado Corín Tellado Revisited, con 110 relatos incluidos en cada volumen. Los autores de este libro se proponen un juego literario en apariencia absurdo, pero que a mí me ha parecido fascinante, siempre y cuando se haya realizado con cariño y respeto a la autora. El experimento consiste en tomar como base los títulos de la amplia obra de la escritora, y a partir de ahí escribir los relatos que dichos títulos les sugieran, añadiéndoles ilustraciones gráficas y -¡Ojo!- a un ritmo de tres relatos semanales. Por lo que he podido leer en la publicidad de estas obras, se pueden encontrar relatos de todo tipo, a cual más estrafalario: el último vasco sobre la faz de la Tierra, una antigua pareja que se daña a través de los años y los planetas, un pintor de cámara neandertal, un náufrago con amnesia, la Muerte escondida en un altillo, una pareja de recién casados que huye de una horda de muertos vivientes, una cuidadora de marcianos, un boxeador con acondroplasia y su chófer gaditano, un vikingo con problemas matrimoniales, un mosquito enamorado, un hipster del Born, un vengativo viajero del tiempo, un albatros con serios problemas de fidelidad, una misteriosa mujer de rojo o un aviador tan célebre como infame. Dios sabe qué títulos de Corín Tellado habrán inspirado estos relatos…

He de confesar que no he tenido oportunidad de leerlos -y ganas no me han faltado-, pero he querido hacer referencia a este fascinante experimento para poner en valor hasta qué punto Corín Tellado es ya un icono popular de la cultura española; una mujer que es un género en sí misma, y de la que todo el mundo ha hablado en un momento u otro, sin necesidad de haberla leído.

Para acabar, quisiera reivindicar la importancia de esta escritora en la historia de la literatura popular en nuestro país. Todas aquellas personas que no se sientan atraídos por las novelas que escribía Corín Tellado –entre las que me incluyo- lo tienen muy fácil, pues no hay ninguna obligación de leerlos, del mismo modo que al que no le guste el género de Terror, o la ciencia ficción. Pero eso sí, no se puede juzgar a la ligera ni negar su lugar a alguien que consiguió vivir de la literatura y que hizo que miles de mujeres –y unos cuantos hombres que jamás lo reconocerán-  leyeran en una época en la que no les resultaba nada fácil el acceso a la cultura; ni se debe criticar a las personas que leen este tipo de literatura, cuyo objetivo final es entretener. Tal vez a partir de estas lecturas dieran el salto a obras de mayor calado.

Por mi parte, Corín Tellado, una autora por la que reconozco que yo sentía ciertos prejuicios, me ha sorprendido gratamente, y ha despertado todas mis simpatías como persona y como autora. Mis respetos.

Alberto Sánchez Chaves. Febrero 2022

LA SOLEDAD COMPARTIDA

Cualquiera que esté paseando por Roma puede encontrarse por casualidad con una pequeña estatua en un escondido rincón de la diminuta Piazza de Pasquino, muy cerca de la famosa Piazza Navona. La insignificante estatua en cuestión, llamada il pasquino por los romanos, probablemente pase desapercibida para el turista acostumbrado a las continuas maravillas que se encuentra en cada esquina de esta inigualable ciudad, pero como suele ocurrir en muchas ocasiones, no es el objeto en sí lo que resulta interesante, sino la historia que atesora sobre sus envejecidos hombros teñidos de verdín.

LA ESTATUA DE IL PASQUINO

Si finalmente el caminante decide acercarse a la mencionada estatua, descubrirá que normalmente está literalmente rodeada de pequeños papelitos doblados cuidadosamente, o de notas adhesivas tipo post-it acumuladas sobre su base.  En ellas, los habitantes de la ciudad -los verdaderos romanos-, dan rienda suelta a su malestar con diversas personas (generalmente políticos locales), siguiendo una tradición que se remonta al siglo XVI, cuando tras un decreto por el que subió desmesuradamente el precio del pan, los romanos comenzaron a desahogarse dejando junto a la estatua todo tipo de escritos críticos y satíricos (a veces en verso) contra los poderosos de la época: pontífices, nobles y ricos en general.

Yo personalmente he tenido la ocasión de cotillear algunos de esos anónimos mensajes-protesta, y te puedes encontrar desde insultos contra el dueño de un restaurante quejándose del mal servicio, hasta comentarios despectivos acerca de algún vecino ruidoso. Todo tiene cabida a los pies de Pasquino, auténtico tablón de anuncios artístico, que, por cierto, no es la única estatua “parlante” de Roma (Marforio, Madame Lucrezia…), pero sí la que se emplea de forma más habitual para dejar estos mensajes de desahogo.

Y el lector pensará, ¿para qué sirve protestar por escrito, dejando las quejas frente a una estatua en la calle, cuando probablemente nadie vaya a leerlo? Sencillamente, está en la misma esencia del ser humano la necesidad de compartir con los demás sus inquietudes, incluso aunque se piense que nadie va a escucharle, ya sea pintando, escribiendo, hablando o por cualquier otro medio imaginable. Desde la prehistoria el ser humano se ha dedicado a pintar bisontes en una cueva sin aparente utilidad, y hoy en día los jóvenes exponen públicamente los detalles más nimios de sus vidas a través de las redes sociales, a sabiendas de que probablemente no interesen a casi nadie. Incluso, hay gente que escribe blogs que apenas se leen. Los medios cambian, pero la necesidad de expresarse permanece.

En este blog he escrito todo tipo de cosas relacionadas con el mundo del bolsilibro: sus colecciones, autores, editoriales, géneros, y cualquier cosa que se os pueda ocurrir, pero este artículo trata precisamente de la necesidad humana de compartir sus más profundos sentimientos.

Todo el que coleccione o lea de forma habitual bolsilibros se habrá encontrado más de una nota escrita a mano en los espacios en blanco de las novelas: las habituales dedicatorias, números de teléfono del fontanero, críticas a la novela, advertencias a los lectores, listas de la compra, recordatorios de citas con el médico, hasta declaraciones de amor. El bolsilibro puede ser hoy en día un objeto de coleccionismo, pero en su génesis estaba pensado para ser desechado tras su lectura, lo que lo convertía en muchas ocasiones en provisionales blocks de notas, cuando no un lienzo sobre el que pintar bigotes y garabatos en su portada.

Sin embargo, en ocasiones uno se encuentra con reflexiones que van mucho más allá; pensamientos plasmados por escrito que transforman un simple libro de usar y tirar en la botella en la que los náufragos envían una llamada de auxilio, sin saber si alguien llegará a leer su mensaje. De esto va este artículo, escrito a raíz de tener conocimiento de uno de esos mensajes que me impactó y entristeció enormemente. Debo agradecer a Alberto Cabrera que compartiera públicamente esta anécdota. Él encontró la botella de este náufrago, y yo he sentido la necesidad de compartirlo, por mucho que comprendo perfectamente que este artículo se aleja del tipo de artículos que suelen aparecer en el blog.

Reproduzco a continuación el mensaje manuscrito en un ejemplar de la novela policiaca Cita con el horror, de Alar Benet. El título de la novela no puede ser más premonitorio. Lo reproduzco tal cual está escrito -faltas de ortografía incluidas-, repartido entre varias páginas de la novela, aprovechando huecos en blanco. No sé cuánta gente podrá haber leído directamente el mensaje a lo largo de los años, pero seguramente que habrán sido muchas, dado que este tipo de novelas entraban habitualmente en un circuito de cambio de novelitas, lo que hacía que un mismo libro pasara por muchas manos, y cuando digo muchas, estoy hablando de más de 500 personas, por lo que pudo contarme el propietario de uno de esos quioscos que se dedicaban al cambio de novelitas, jubilado hace ya muchos años.

Aquí dejo el mensaje. Cuando aparece sigue (tal cual figura en el original) significa que la carta continúa en el próximo espacio en blanco de la novela.

“Hola, soy una señora de 59 años, busco una persona mayor que le gusten los perros y que viva solo o sola y que tenga piso propio y que se encuentre solo o sola y que necesite que le acompañen

                                                                                                                                  Sigue

día y noche. No busco sexo. Solo busco cariño y dar cariño si estás enfermo o enferma, nos cuidaremos los dos, si eres anciano y ves que tu familia te rechaza y te quieren meter                                                                            Sigue

en una residencia llamarme, yo seré como una hija para ti, no te encontraras mas solo o sola.

yo tengo familia pero es como si no la tuviera, estoy a punto de que me hagan el desaucio del piso donde vivo y como tengo 2 perros son pequeños estoy sufriendo por ellos pues no quiero que se los lleven                 Sigue

a la perrera.

También, me tienen que operar y por los perritos no me opero pues no tengo con quien dejarlos y los médicos me dicen que piense en mi, que si me muero los perritos se van a quedar solos y que si me descuido me operaran a vida o muerte.                                                                                    Sigue

Si os intereso vuestro piso tiene que tener ascensor o ser casa vivienda de planta baja. Me llamo XXXXXXX, soy valenciana, estoy rellena o gruesa pero si no                                                                                                                              Sigue

gusta que lo esté puedo adelgazar, me gusta mucho ver la televisión y leer novelas policiacas también de amor y alguna del Oeste, también salir a pasear, y sobre todo tener un hogar donde pueda vivir a gusto y tranquila sin miedo a quedarme en la calle,                                                                    Sigue

esto que me pasa es urgente pues el desaucio es en seguida si os intereso, mi teléfono es XXXXXXXX también me podéis mandar mensajes ¡solo personas españolas                                                                                    Sigue

de 60 años en adelante! Si estas jubilado mejor todavía. Hasta pronto.

Yo soy española de la provincia de Valencia, pero vivo en l´hospitalet provincia de Barcelona Catalunya”             

Debo reconocer que es probablemente lo más triste que he leído en mi vida, no tanto por la situación en la que se encontraba la protagonista -que ya es suficientemente grave-, sino por la desesperación que debe sentir alguien para enviar este tipo de mensaje a través de un librito, con la esperanza de que cualquier desconocido atienda su llamada de auxilio. Puedo imaginarme a nuestra protagonista llevando de vuelta la novela con su mensaje manuscrito al quiosco o librería dónde la compró, cual Robinson Crusoe acercándose a la orilla, a sabiendas que tarde o temprano su mensaje llegaría a otras manos, y con la esperanza de dar con la persona adecuada.

No es un caso único, pero sí el más llamativo que me he encontrado hasta la fecha, tanto por la extensión del mensaje, como porque la protagonista da todo tipo de datos personales (nombre y teléfono incluidos, que no he reproducido por motivos obvios).

Por si no os parece suficiente, en otra novela encontré hace años -esta vez en la última página del libro- una inquietante nota, muy escueta, escrita a lápiz con tanta fuerza que atravesó el papel, que decía lo siguiente:

No puedo más, vivo solo y nadie me escucha. No quiero seguir viviendo

Desconozco cuando fueron escritos estos dos mensajes, ni el destino final de sus protagonistas. En un mundo menos imperfecto que el que nos ha tocado vivir, me gustaría pensar que los dos personajes de esta historia lograron ponerse en contacto gracias a la desesperada nota de ella. Quiero creer que un día, el anónimo protagonista de la escueta nota de suicidio abrió la puerta de su casa, para encontrarse a la anónima desahuciada, con su maleta en la mano y sus dos perritos esperando a entrar en su nuevo hogar.

Alberto Sánchez Chaves.

Febrero de 2022.

LA FASCINACIÓN POR EL MAL: LA COLECCIÓN CRÍMENES CÉLEBRES

Nº 1 de la colección

En una de esas incoherencias tan características del ser humano, es innegable que, en mayor o menor medida, la mayoría sentimos una irresistible atracción por los sucesos truculentos. Un crimen nos horroriza, es cierto, pero también despierta en nosotros una insana curiosidad por conocer en profundidad cualquier mínimo detalle del mismo. Los periódicos, la radio y la televisión han cubierto desde que existen este tipo de sucesos, buscando dar a su público toda la carnaza que demandan, traspasando en muchas ocasiones las líneas rojas de la decencia y de la ética. Todo vale mientras el público siga (sigamos) mirando, algo que tal vez debería hacernos pensar.

El extremo de esta fascinación por el mal sería la hibristofilia (atracción de naturaleza sexual por una persona que ha cometido un delito o que puede ser potencialmente peligroso), término acuñado por el psicólogo John Money y que probablemente sea más conocido como el Síndrome de Bonnie y Clyde. Creo que todos recordamos los casos de Ted Bundy o Charles Manson, auténticos monstruos que recibían en prisión cientos de propuestas de matrimonio por parte de mujeres rendidas a sus supuestos encantos.

Ya he comentado en ocasiones que considero la literatura de quiosco como uno de los mejores medios de entender la sociedad de cada época, y con el tema de la fascinación por el mal, vuelve a ser un reflejo de la realidad. Incluso hoy en día, cuando los quioscos no tienen ni de lejos la importancia de años atrás, es prácticamente imposible no encontrarse en los mismos con alguna colección de libros sobre criminales o crímenes famosos (eso que llaman ahora true crime), una muestra clara del interés que este tipo de sucesos sigue despertando en el público, y eso a pesar de que en la actualidad cualquier persona puede acceder de forma permanente a todo tipo de informaciones gracias a la televisión y a internet, algo que no era posible hace 30 años.

Ya he hablado en el blog de la colección Galería Siniestra de Rollán, en la que se narraba de forma novelada la vida de algunos de los mayores criminales de la historia, así como de otras colecciones que incluyeron entre sus títulos biografías de este tipo de personajes (Celebridades de Editorial Dólar, la colección Pulga…).

En abril de 1986, cuando la literatura de quiosco estaba en fase terminal, Bruguera lanza a los quioscos Crímenes Célebres, una curiosa colección en forma de cuadernillo (tapa blanda con formato 22,5 X 15 cm, 64 páginas a doble columna) cuyos números incluían tres historias independientes entre sí que narraban de forma novelada diversos crímenes que en su momento fueron objeto de interés por parte de la prensa. A día de hoy, algunos de estos crímenes han pasado a la historia, y otros han sido completamente olvidados.

Con un precio de 110 pesetas (125 a patir del nº 6), y con una periodicidad semanal, la colección se alejaba mucho de lo que era la novela popular de quiosco más tradicional (el bolsilibro), tanto por el formato como por el tipo de narración, pues, aunque eran historias noveladas, la colección tenía un registro casi periodístico. Salvando las distancias, la colección recuerda a la obra de Alejandro Dumas de mismo título (Crímenes célebres), en la que, a lo largo de 18 libros publicados entre 1839 y 1841 , el autor se dedicó a reconstruir de forma fidedigna algunos de los más macabros y horrendos sucesos de la historia (Los Cenci, La Marquesa de Brinvilliers, La marquesa de Ganges, Murat, Los Borgia…). Por cierto que en una de sus magníficas ediciones, Valdemar publicó una recopilación con 4 de estos sucesos en el nº 7 de su colección Gótica. Un Alejandro Dumas que venía a ser en su época algo mucho más parecido a los autores de novela española de quiosco que se tratan en este blog de lo que puede pensarse a simple vista: recordemos que fue autor de una obra ingente (cerca de 300 obras) que trabajaba a destajo, y del que aún se sigue poniendo en duda su calidad literaria, especialmente en lo que se refiere a la profundidad de sus personajes. Hoy Alejandro Dumas es un clásico, y sólo cabe preguntarse si dentro de 200 años autores como Curtis Garland, Peter Debry, José Mallorquí y tantos otros no serán objeto de constantes reediciones, y parte de la historia de la literatura española.

El mismo año 1986, con la editorial dando sus últimos coletazos, Bruguera hizo un intento desesperado de revitalizar las publicaciones de quiosco, lanzando al mercado otras colecciones con el mismo formato estilo cuadernillo que la de la colección objeto de este artículo: Los basureros del espacio, una breve serie de 13 números de ciencia ficción); y El agente de la National, 12 números de género policiaco. En ambos casos se alternaban texto e historieta tipo cómic, buscando alcanzar un público más amplio.

Por desgracia, la colección de Crímenes célebres sólo logró llegar al nº 8. Recordemos que Bruguera cerró sus puertas ese mismo año (1986), cuatro años después de haber entrado en suspensión de pagos y con una deuda acumulada que hacía inviable su continuación. El hecho de que la colección se lanzara al mismo tiempo que la compañía se estaba hundiendo hizo que tuviera una distribución muy deficiente. Una pena, porque merecía un destino mejor.

Estos son los números publicados, con detalle de su contenido:

AUTORCONTENIDO
1Curtis Garland (Juan Galardo Muñoz)Landrú y Petiot
Crimen en el expreso de Andalucía
Cadáveres de conserva
2Curtis Garland (Juan Galardo Muñoz)Jack, el destripador
Del asilo a la eternidad
La cabeza viajera
3Curtis Garland (Juan Galardo Muñoz)El caso Lindbergh
Descuartizador en Zaragoza
El club de los corazones solitarios
4Curtis Garland (Juan Galardo Muñoz) La agencia Pinkerton investiga
La viuda alegre
Cocida y bien cocida
5Curtis Garland (Juan Galardo Muñoz)El vampiro de Düsseldorf
El suministrador de cadáveres
Guiso de niña con zanahorias
6Juan Luis GonzálezEl crimen de Cuenca
Pascua Roja
Asesinato en el paraíso
7Ralph Barby (Rafael Barberán)El Estrangulador de Boston
Vendedor de carne humana
El astrólogo y sus descuartizadas
8Curtis Garland (Juan Galardo Muñoz)Vidocq, de criminal a policía
Asesinato victoriano
Una huella imposible

Como podemos ver, la colección contó con un interesantísimo equipo creativo, con Curtis Garland (Juan Gallardo Muñoz) llevando el gran peso, con 6 de los 8 títulos a su cargo.  La mera presencia de Curtis Garland es un sinónimo de calidad asegurada, algo que yo mismo puedo confirmar, pues he leído la mayor parte de los relatos que escribió para la colección.

Ralph Barby (Rafael Barberán) aportó el número 7, con su versión sobre el célebre estrangulador de Boston, y de otros dos casos criminales que yo al menos no conocía.

El otro autor de la colección -y el único que aparentemente no emplea seudónimo- es Juan Luis González, un desconocido para mí del que no he logrado obtener ninguna información, y del que no tengo constancia de que estuviera detrás de alguno de los pseudónimos habituales en la literatura popular. Cabe la posibilidad de que se trate de Juan Luis González-Ripoll (1925-2001), un autor especializado en temática de la naturaleza que llegó a ser finalista del premio Nadal en 1981 con El dandy del lunar; Juan Luis González Gómez, autor de obras de índole científico y político, entre las que destaca Años de sueño y plomo; o incluso he llegado a pensar en Juan Luis González Caballero, uno de los editores de Valdemar. Por desgracia, no he podido obtener información alguna, así que de momento será un misterio más sin resolver.

Entre las tres historias que componen el título a su cargo, yo destacaría Asesinato en el paraíso, sobre el asesinato de Harry Oakes, uno de los hombres más ricos del mundo de su época, íntimo amigo del Duque de Windsor, que fue brutalmente asesinado en las Bahamas el verano de 1943, donde apareció muerto en extrañas circunstancias, hasta el punto que los detalles que rodearon a su muerte nunca han sido determinados por completo.

Se sabe que murió a causa de las heridas provocadas por una especie de punzón detrás de la oreja, que su cuerpo fue parcialmente quemado en cara y gemitales, y que apareció con el cuerpo cubierto de plumas, lo que en un principio apuntaba a un ritual vudú.

El yerno de Oakes fue juzgado por el asesinato, pero resultó inocente para el jurado. A día de hoy sigue siendo un crimen sin resolver. Un caso muy interesante.

Para finalizar, y para entender la clara intención de esta colección en atraer nuestra parte más morbosa, esta es la forma en que se publicitaba:

Crímenes Célebres

Donde la realidad supera a la ficción

Tiene usted en sus manos una fascinante colección de cuadernos semanales, con los casos más espeluznantes y sangrientos, los golpes más audaces y espectaculares de la historia del crimen. Una sensacional galería donde, semana tras semana, los más despidados asesinos, los más osados atracadores, los más hábiles malhechores, estafadores y timadores aparecen reflejados con todo su impresionante verismo a fin de que pueda ud. coleccionarlos en su biblioteca.

Hechos que parecen increíbles y que, sin embargo, fueron realidad, aparecen aquí recreados en forma de novela. Apasionantes casos donde la fascinación de lo macabro y de lo estremecedor prenden en el lector, desde la primera línea hasta su final.

No podrá dejar estos cuadernos ni un instante. Los leerá de principio a fin, devorando su crudo realismo y su descarnada dureza, a veces no exenta de negro humor.

Y al final esperará impaciente el siguiente cuaderno, donde nuevos y apasionantes crímenes volverán a sumergirle en un mundo alucinante de horror y sangre”.

Desde mi punto de vista, y a pesar de que ni el formato ni la ausencia de las habituales portadas de la literatura popular invitan al coleccionismo, considero que nos encontramos con una gran colección que nos permite descubrir algunos fascinantes crímenes hoy en día olvidados. Y ahora, acomódense en el sofá para disfrutar de cada pequeño detalle.

ALBERTO SANCHEZ CHAVES. ENERO 2022

AL ABORDAJE: LA PIRATERÍA COMO GÉNERO POPULAR

Resulta curioso que un acto tan deleznable como es la piratería haya conseguido instalarse en la cultura popular como una figura heroica que goza de todas las simpatías del público. Ese hombre apuesto y gentil con un pañuelo en la cabeza, maestro en el arte de la esgrima, y que abordaba barcos en los que encontraba a una encantadora jovencita que siempre se enamoraba de él, nada tiene que ver con una realidad plagada de sanguinarios asesinos sin escrúpulos que se dedicaban al saqueo, y en muchas ocasiones al esclavismo.

A primera vista uno podría pensar que los grandes culpables de esto son sin duda alguna la literatura y el cine, que una vez más habrían logrado traspasarnos una versión idealizada de algo que en realidad no deja de ser un hecho histórico terrorífico, y por supuesto que son los principales responsables, pero tampoco debemos perder de vista que determinados países intentaron dulcificar la figura del pirata, dado que su figura fue empleada en muchas ocasiones de forma más o menos extraoficial  como arma contra los navíos de potencias enemigas. La imagen que un español tiene de Francis Drake no tiene nada que ver con la de un inglés.

Aunque en tiempos de Cervantes la literatura ya había tratado el tema de la piratería (el autor fue preso de piratas berberiscos, y en el mismo Quijote hay un capítulo en el que se habla de un cautivo de los piratas), tenemos que esperar hasta el siglo XVIII para encontrar las primeras novelas protagonizadas de forma exclusiva por estos mercenarios del mar, con Daniel Defoe y sus libros Vida, aventuras y piratería del célebre capitán Singleton (1720), una prodigiosa novela de aventuras que para mí está a la altura de su célebre Robinson Crusoe,  e Historias de piratas (1724-1728). Aunque posiblemente sea la primera vez que se presenta la figura del pirata como protagonista de una novela de aventuras, aún carece de esa aura romántica que cuajó posteriormente entre el gran público, pero sí es cierto que empieza a forjarse esa visión paradójica del pirata como un símbolo de la libertad absoluta precisamente por su condición de marginado de la sociedad.

El 1814 el poeta inglés Lord Byron da un giro radical a la figura del pirata con El Corsario (libro del que se vendieron el año de su publicación más de 10.000 ejemplares) y en 1836 es José de Espronceda quien hace lo mismo en la famosa La canción del pirata. La figura del pirata aparece de repente con las características que lo distinguirán en el futuro: un héroe al margen de la ley, seductor irresistible, símbolo de libertad…, pero en ningún caso podemos considerarlas novelas de aventuras, debido a que se trata de dos obras poéticas.

En 1822 Walter Scott -uno de los primeros autores de la historia que podría ser considerado como un autor de best-sellers, dada la difusión de su obra-   publica El Pirata, una interesante novela ambientada en una isla de Escocia protagonizada por dos piratas (Mertoun y Cleveland) que ya se hace eco de la visión romántica aportada por Byron (algo habitual por cierto en toda la obra de Walter Scott). Por cierto, en la novela se hacen varias referencias al Quijote.

El inmortal Julio Verne (1828-1905), maestro de la literatura de aventuras, regala al mundo el personaje del Capitán Nemo, una especie de pirata (se dedica a hundir navíos que lleven la bandera de Inglaterra) que a bordo del Nautilus protagoniza 20.000 leguas de viaje submarino (1869), y que también aparece tangencialmente en La isla misteriosa (1874). Resulta muy curioso que en diversas publicaciones literarias que pretenden ser serias se describe al Capitán Nemo como una versión moderna de Sandokán, cuando Nemo es un personaje anterior a este último.

Julio Verne tocó el tema de la piratería de forma más directa en alguna novela posterior como Los piratas de Hallifax (1903), para mí una de las obras menores de Verne, en la que los piratas son malvados sin matices.

En 1881 Robert Louis Stevenson (1850-1894) escribe la que es sin lugar a duda la novela de piratas más famosa de todos los tiempos, y una obra maestra de la literatura en general: La isla del tesoro. En el libro, una historia de aventuras en mayúsculas sobre la búsqueda de un tesoro oculto, un chico llamado Jim experimentará en primera persona las dos caras de la piratería (el bien y el mal), gracias a la figura de los piratas Pew y Long John Silver. La novela se publicó originalmente por entregas en la revista infantil Young Folks entre 1881 y 1882 con el título de The Sea Cook, or Treasure Island, y en 1883, dado su enorme éxito, se integró en un solo volumen, alcanzando, sin saberlo, la inmortalidad. Aprovecho desde aquí para recomendar la lectura de esta obra a todos aquellos afortunados que aún no la hayan disfrutado, probablemente porque ya conocen la historia gracias a las múltiples versiones cinematográficas. Si es uno de los libros que más veces ha sido reeditado es por algo. También me gustaría recomendar la lectura de Regreso a la isla del Tesoro (2014), de Andrew Motion, novela a la que me acerqué con todo tipo de prejuicios, y que me sorprendió gratamente.

Tan sólo unos años más tarde, y contagiado del espíritu de La Isla del Tesoro, el escritor Emilio Salgari (1862-1911) se hacía popular con sus novelas de aventuras, entre ellas las dedicadas a los piratas asiáticos y a los del Caribe: Los piratas de Malasia (1896), El corsario negro (1898), Sandokán (1900) o Los últimos piratas (1908) dieron forma a un nuevo género literario en el que se marcaban las características que debían tener a partir de entonces los piratas de novela. Todas las novelas de Salgari tienen como protagonistas a héroes románticos y atrevidos que luchan por un ideal en exóticos escenarios, y eso establecía la pauta a seguir a partir de entonces.

A principios del siglo XX el género de aventuras protagonizado por piratas experimenta su edad dorada,  con obras de gran calidad a cargo de autores como Joseph Conrad con Lord Jim (1900) y su posterior El pirata (1923); Jack London (Los piratas de la bahía de San Francisco , de 1905 y La expedición del pirata, 1916); Nathaniel Hawthorne (Relato de un corsario Yanqui, 1926); o el propio James Matthew Barrie (1860-1937), con su prodigiosa Peter Pan y Wendy (1911) basada en su obra de teatro de 1904, que servía para presentar al temible capitán Hook, némesis de Peter Pan que era presentado como el único hombre a quien John Silver tuvo miedo.

Pero el éxito no se consigue tanto por la calidad de las obras como por la cantidad de lectores a los que consigues llegar, y ahí es donde aparece la figura de Rafael Sabatini (1875-1950), autor de obras tan emblemáticas como Scaramouche, El halcón de los mares (1915) o El cisne negro (1932), donde se nos presenta el personaje del capitán Blood, que Errol Flynn se encargaría de popularizar a través de la pantalla. Sabatini transformó definitivamente al pirata en el icono popular actual. En este mismo blog se puede leer un artículo sobre este autor.

También Arthur Conan Doyle (1859-1930) ―ya inmensamente famoso gracias a Sherlock Holmes― escribió Cuentos de piratas y del agua azul en 1922; Edgar Rice Burroughs, al que el público adoraba gracias a Tarzán, escribe Piratas de Venus en 1932, dando quizás una de las primeras muestras de fusión del género de piratas y ciencia ficción, algo que repetirían muchos autores posteriormente, entre los que yo destacaría a Isaac Asimov (1920-1992) y su obra Los piratas de los asteroides (1953).

Otro ejemplo de fusión temprana de géneros es la de William Hope Hodgson, que en Los piratas fantasmas (1909), mezcla piratas y terror, algo que también será un tema recurrente y que acabaría llegando al cine con películas míticas como La Niebla (1980), de John Carpenter. El origen de las historias de piratas fantasmas probablemente habría que buscarlo en la leyenda del Holandés errante, iniciada en el siglo XVII a partir de la figura del marino Bernard Foke y que gracias a las obras de autores como Edgard Allan Poe (Aventuras de Arthur Gordon Pym, 1838), el Capitán Frederick Marryat (El buque fantasma, 1837), Washington Irving (El Holandés errante, 1855), o William Clark Russell (El barco de la muerte,1888), ha perdurado hasta nuestros días. Por no mencionar por supuesto la inmortal ópera de Wagner dedicada al ilustre fantasma.

El caso es que, con estos antecedentes literarios, en el siglo XX Hollywood se encargará de popularizar las ya descritas características del pirata “moderno”, transformando definitivamente al pirata en un rebelde que lucha contra la injusticia, algo que insisto nada tiene que ver con la realidad. No creo conveniente por motivos de espacio ponerme a relacionar películas de piratas, pero creo que a todos se nos viene a la cabeza la figura de Errol Flynn como el gran icono del pirata cinematográfico (protagonizando El Capitán Blood, El Halcón del Mar, y La isla de los Corsarios), con permiso de las nuevas generaciones, a las que se les vendrá a la cabeza la imagen de Johnny Deep encarnando al emblemático Capitán Sparrow.

Y llegamos por fin a la literatura popular española, y su visión de la piratería. Como era de esperar, la novela de quiosco no podía dejar de lado un fenómeno tan popular, y se sumaría a esa moda temporal con gran fuerza.

Durante el auge del folletín, el género de piratas fue uno de los de mayor éxito entre el público, y prueba de ello es el gran número de títulos dedicados al mismo. Citaré algunos de ellos, sin pretender hacer un listado exhaustivo:

Fanet, aventuras de un intrépido grumete, es un folletín publicado en los años 20 por El Gato Negro (precursor de Bruguera) en el que los piratas tuvieron una importante presencia a lo largo de sus 40 números.

Esta misma editorial simultaneó gran número de colecciones protagonizadas por el mundo de la piratería a lo largo de los años 20 y 30: Gong, el emperador pirata, alcanzó los 14 números en los años 30; Sansón, rey de los mares, grandiosas aventuras de un pirata de 19 años; Barbarroja, la fiera del mar (15 números a lo largo de 1931); Drack, el rey de los piratas (28 episodios publicados en 1925); o Sin miedo, el demonio de los mares (50 números).

Otras editoriales menos recordadas en la actualidad también se volcaron en el género de piratas, como en el caso de La vida de un pirata (o el grumete de la nave negra), un folletín de 36 números publicado por la editorial Carceller; La reina de los piratas, de la editorial Guerri, que alcanzó la nada desdeñable cifra de 305 números y que coincide en el título con una novela de mi admirado Miguel Mª Astraín (MIkky Roberts); Montbars el pirata (el pabellón de la muerte), que alcanzó los 59 títulos; o Botalón, el pirata fantasma (12 números publicados por la editorial Vincit).

Una vez que el fenómeno del folletín pierde fuerza, y coincidiendo con el parón editorial que supuso la guerra civil española, el género de piratas parece quedar aparcado a la espera de vientos más favorables, con la excepción de las traducciones de clásicas historias de piratas de Karl May, Sabatini, E.V. Timms y otros autores que la editorial Molino seguía publicando en sus diversas colecciones de aventuras desde Argentina; o con esporádicas apariciones en otras colecciones menos conocidas, como en el de la colección de aventuras Hércules, de editorial Vives, con títulos tan sugestivos como Los piratas de la mano roja (nº 7) o Los malditos del mar (nº 1), en ambos casos obra de un tal Maurice Lenoir, autor desconocido al menos para mí y del que no he encontrado información.  

La primera de estas obras era por cierto la recopilación de una serie al más puro estilo Pulp que ya había sido publicada en España en 1934 por publicaciones Pocholo dentro de la colección Popular de aventuras en 6 cuadernillos por entregas quincenales: El Barco del Terror, Chacales del desierto, Tras la cautiva, La venganza del pirata, Miedo en los ojos, y La última lucha. Los seis títulos fueron publicados con el sobrenombre de Los piratas de la mano roja, y en las que consta que son traducciones a cargo de Antonio Torralbo Marín. Este hecho es interesante porque Antonio Torralbo Marín figura acreditado como autor de al menos una novela (Aventurero a la fuerza, nº 147 de la serie azul de la Biblioteca Oro de Molino, 1943), amén de una larga serie de obras dirigidas a un público infantil. Antonio Torralbo Marín no era más que un pseudónimo del periodista José María Huertas Ventosa (Barcelona, 1907 – Barcelona, 4-12-1967), del que sabemos que publicó al menos otra novela de aventuras (Bha, nº 212 de la serie azul de la Biblioteca Oro Molino), esta vez con el pseudónimo de J.V. Travesi.

Con su nombre verdadero publicó cuentos infantiles, diversas adaptaciones biográficas (la zarina Alejandra Feodorovna en la colección Vidas extraordinarias, El Cid campeador, Sigfrido, Juana de Arco…) y multitud de guiones de tebeos de la época.

El hecho de no encontrar información alguna sobre el tal Maurice Lenoir, sumado a la presencia de Antonio Torralbo (que encima es un seudónimo) como traductor, despierta en mí la teoría de que detrás del tal Maurice Lenoir podría ocultarse en realidad José María Huertas Ventosa, del que además sabemos que trabajó para la misma editorial donde se publicó la serie de Los Piratas de la Mano Roja como autor acreditado de guiones de tebeos. No tengo certeza  sobre el tema, así que como suele ocurrir en el mundo de la novela popular, probablemente sea otro enigma más sin resolver.

El final de la guerra civil supone el pistoletazo de salida para el resurgimiento de la novela popular con más fuerza que nunca, ante una población necesitada de entretenimientos que les permitan olvidar las difíciles circunstancias que les tocó vivir tras la guerra. La situación sin embargo había cambiado en lo que respecta a los gustos del público, pues Hollywood había dejado de lado las historias de piratas para centrarse en otro tipo de géneros, especialmente el western y el policiaco, y esa corriente se trasladó a España.

Los quioscos se inundaron de colecciones del Oeste, policiacas, románticas, y de aventuras, pero todo lo relacionado con piratas parecía haber pasado definitivamente de moda, si exceptuamos ocasionales apariciones en colecciones ajenas al género de piratas, como por ejemplo el nº 6 de Yuma (editorial Molino, 1943) El pirata fantasma, de Rafael Molinero, y sobre todo una curiosa colección que tan sólo alcanzó 8 títulos, llamada Colección Juan Gallardo. Esta casi desconocida colección de autor anónimo, publicada supuestamente en 1944 por Hispano Americana de ediciones (una editorial especializada en el mundo del tebeo) al precio de 4 pesetas, narraba las peripecias de un pirata justiciero de origen español llamado Juan Gallardo a mediados del siglo XVII. Como curiosidad, en varias de las novelas de la serie aparecen referencias a La Canción del Pirata, de José de Espronceda, el célebre poema que seguro que todos los que leen este blog han tenido que recitar en algún momento en el colegio, lo que supone un anacronismo imperdonable si tenemos en cuenta que la obra de Espronceda se publicó en 1835, casi 200 años después del momento en que se desarrolla la acción de las novelas.  

Sobre esta colección (como pasa casi siempre en el mundo de la novela popular) hay una gran confusión respecto a cuándo se publicó y respecto a la autoría. Algunas fuentes -como por ejemplo Fernando Eguidazu en su monumental historia de la novela popular española- indican que la colección se publicó en 1954, mientras que Jorge Tarancón en su imprescindible blog noveladeaventuras.blogspot.com nos remite a 1944. Yo me inclino por 1944 por el precio de las novelas, ya que las 4 pesetas se corresponden con el precio habitual de este tipo de publicaciones en esa fecha.

Otra polémica es la autoría de las novelas. El título de la colección ha provocado confusiones haciendo pensar que el autor pudiera ser nuestro admirado Juan Gallardo Muñoz, más conocido como Curtis Garland, pero insisto que el autor es desconocido, y por las fechas en que se publicó la colección es imposible que fuera nuestro Juan Gallardo. Pudiéramos estar ante una obra colectiva, pero veo complicado llegar a tener más datos al respecto.

Dado que es una colección bastante desconocida, adjunto los títulos que la componen:

TITULO
1El pirata justiciero
2Suplicio
3Entre el amor y el odio
4La capitana de bucaneros
5Mujeres piratas
6Una treta ingeniosa
7Traición y castigo
8En las garras del tirano
Colección Juan Gallardo

Esta era la situación de la literatura popular de piratas en España hasta mediados de los años 40.

Hasta que llega El Pirata Negro.

En 1946 la editorial Bruguera publica el primer número de El Pirata Negro, titulado La espada justiciera, bajo la autoría de un tal Arnaldo Visconti, que no es otro que Pedro Víctor Debrigode, un autor del que hemos hablado en múltiples ocasiones en este blog, y al que yo al menos considero uno de los mejores escritores de literatura popular de nuestro país sin ningún lugar a dudas. Un escritor con mayúsculas.

Esta novela, publicada en el popular formato tipo revista que imperaba en la época (tamaño 20×15, con texto a dos columnas, similar al de El Coyote), presentaba la figura de Carlos Lezama, un clásico justiciero acusado de forma injusta siempre dispuesto a acudir en defensa del más débil.

Las aventuras del pirata negro se extenderían a lo largo de 85 títulos, todos ellos con portada del gran Jaume Provensal, desde 1946 hasta 1949, en una colección que supuso un éxito sin precedentes, casi a la altura de El Coyote de José Mallorquí, y que fue traducido incluso al alemán. Si hoy en día apenas es recordado por el gran público es porque, a diferencia del mencionado Coyote, no ha habido ninguna reedición de su obra, a excepción de algún esporádico y valiente intento por parte de editoriales como la extinta Darkland, que por desgracia no obtuvo continuidad ante la falta de ventas. Una verdadera lástima, pues El pirata negro nada tiene que envidiar a obras para mí inferiores en lo que a calidad se refiere, como por ejemplo las de Emilio Salgari, que son reeditadas una y otra vez, logrando de esta forma permanecer en la memoria del gran público. Podéis llamarme loco, pero es lo que pienso.

En 1952 Debrigode retomó brevemente las aventuras de Carlos Lezama como parte de la colección Iris de Bruguera, en un intento fallido de la editorial de volver a reflotar el género de aventuras.

De cualquier forma, no me extiendo sobre la colección de El Pirata Negro, a la que me gustaría dedicar un artículo en exclusiva, principalmente porque para mí es la mejor colección de la historia de la novela popular española.

En 1949, atraída por el imparable éxito de El pirata negro, la editorial Clíper lanza al mercado El corsario azul, bajo la autoría de J. León (Jacinto León Ruiz de Cárdenas) y con portadas de Francisco Batet. Esta serie narra las aventuras de Don Diego de Villegas, un valiente español que a bordo de El Antillano se dedica a limpiar los mares de piratas. A pesar de la buena calidad y de sus vibrantes historias, la colección tan sólo alcanzó los 12 títulos. En el blog se puede encontrar un artículo sobre este interesante autor para el que quiera más información sobre esta serie.

También en este mismo blog se puede encontrar un artículo dedicado a El Capitán Pantera, otra colección de aventuras de Debrigode ambientada en el mundo de los piratas, escrita supuestamente hacia 1946, en la que se nos narran a lo largo de 10 números las andanzas de un aventurero llamado Ross Maloney, un personaje que por cierto aparecería en otras novelas de Debrigode que nada tenían que ver con el Capitán Pantera. Al artículo os remito.

El mismo Debrigode (firmando de nuevo como Arnaldo Visconti) retoma poco después el mundo de la piratería en Pabellón Negro, colección publicada por Toray en 1950 que por desgracia sólo alcanzó los 8 números, posiblemente porque la distribución de Toray no tenía el mismo alcance que Bruguera, y porque el hecho de que la serie fueran historias independientes sin relación entre sí, no acabó de convencer a un público que buscaba personajes a los que pudiera seguir semana a semana. Insisto que es una pena porque la calidad de la colección merecía un recorrido mucho mayor.

A principios de los años 50, la edad de oro de la novela popular española, los quioscos de prensa comienzan a inundarse de colecciones de bolsilibros (formato 10×15) de todo tipo de géneros: romántico, oeste, policiaco, bélico, ciencia ficción…. pero ni rastro de piratas. El espacio dedicado por los lectores al género de aventuras parecía haber sido ocupado de forma casi absoluta por el Oeste, en línea con lo que estaba ocurriendo en el mundo del cine.

Los tiempos habían cambiado. El propio Debrigode arría la bandera pirata, apartando a un lado el género de aventuras para centrarse en otro tipo de historias, especialmente policiacas, donde por supuesto también destacó con luz propia. Aun así, se nota que le costaba desprenderse definitivamente del parche y la pata de palo, con títulos entre sus obras como Piratas de frac (Servicio secreto nº 202), o Piratas de puerto (Servicio secreto nº 375), ambas obras policiacas firmadas como Peter Debry; o incluso Costa Bárbara (Servicio secreto nº 204), única novela policiaca/espionaje del autor en la que volvió a emplear el pseudónimo de Arnaldo Visconti, y en la que hay constantes referencias a piratas del pasado.

Una interesante rareza de los años 50 en la que encontramos piratas de los de verdad es la colección Celebridades, de la editorial Dólar, una serie de 100 novelas en las que se novelaban algunas de las más importantes figuras históricas -algunos de ellos de discutible importancia-, mezclando personajes reales y ficticios (impagables las biografías de Sherlock Holmes, Fantomas, Nick Carter, Arsenio Lupin, Raffles, Sandokan y otros cuantos personajes novelescos que son tratados como si hubieran existido realmente). Pues bien, entre los personajes históricos encontramos las biografías del Capitán Kidd (Nº 19 de la colección, del escritor Red Lowel), y de Francis Drake (nº 33 de la colección, narrada por John Ruzakosta), y el pirata Barbarroja (nº 88 de la colección, de F.G. Rich).

No espere el lector un sesudo tratado histórico sobre los personajes objeto de la colección, y mucho menos imparcialidad sobre los hechos históricos, pero es un interesante ejercicio su lectura que nos enseña mucho sobre cómo puede desvirtuarse la historia. Y además, entretiene.

Para que podáis haceros una idea del tono de la colección, os transcribo el prólogo de Drake el Pirata, nº 33 de la colección, escrito según consta en el mismo desde París por John RuzaKosta (pseudónimo de Juan José Ruiz Acosta) en 1952:

“He aquí la biografía novelada de Francis Drake.

Cuando la editorial Dólar me encargó escribirla, comprendí que era una tarea poco fácil.

Sabido es que en Inglaterra Drake es un personaje de la historia: almirante, descubridor, predilecto de la reina Isabel, héroe del Mar Caribe… y un sinnúmero de adjetivos más.

Pero yo no soy inglés y no puedo sentir por él simpatía, ni tampoco repudia como en varios países le tienen. Soy neutral y creo haber hecho justamente lo más equilibrado. Si bien es cierto que fue almirante, no lo es menos que fue pirata. Si los escondidos documentos que encontré me han demostrado que Drake tuvo una infancia hermosa, como todas las infancias, otros me han revelado su condición de criminal, de asesino de fraile y de profanador de templos.

Drake, de niño, socorrió a varios pobres, Era bueno, estudioso, obediente, humano. En su pubertad tuvo deseos de abandonar tan borrascosa existencia, y aún de mayor, cuando ya sus manos estaban tintas de sangre, cada vez que recordaba a su madre y a uno de sus amigos de la infancia, las lágrimas acudían a sus pardos ojos. Pero también Drake mató, incendió, profanó, fue la causa de miles de desgracias. Fue el ladrón que con orden o sin orden de la reina se apoderó de un galeón español con las pagas de los ejércitos de Felipe II en Flandes.

Incendió Cartagena, Las Palmas, Cádiz, y atacó cobardemente a la Escuadra Invencible, cuando ésta luchaba con los elementos desencadenados.

No es mi intención herir susceptibilidades. No hice más que recopilar datos, huyendo de las opiniones apasionadas de unos y otros historiadores. Yo no he opinado. Sólo creo haber dado forma a la Historia para que, de una manera amena, llegue a los selectos lectores de la colección Celebridades la vida y aventuras de este personaje.

Como siempre, agradezco de antemano, a todos, el cariño que me demuestran leyendo mis originales, y por medio de estas líneas envío un efusivo saludo a Editorial Dólar, cada día más superada y mejor dirigida.

París, 24 de Junio de 1952.”

Impagable prólogo, que viene a decirnos que la mayor parte de los datos que figuran en la novela son inventados, y que la imparcialidad brillará por su ausencia, especialmente en las partes en que Drake se enfrenta a los españoles. Frases como “¿No habría aprendido aún Francis Drake que un español vale más que mil ingleses?, se preguntaba el mundo”, no dejan lugar a dudas acerca de la imparcialidad del autor.

Volviendo a tema principal, a partir de aquí, y durante casi 50 años, la sequía en lo relativo al género de piratas es casi absoluta, si exceptuamos los inevitables homenajes que esporádicamente aparecen en novelas de distintos géneros, como Los piratas del espacio, de Alf Regardie (Luchadores del espacio nº 18), Piratería sideral, de Van S. Smith (Luchadores del espacio 212); Piratas espaciales, de Ralph Barby (La conquista del espacio nº 565); o Los piratas de Korgia, de A. Thorkent (Héroes del Espacio nº 103, 1982), por citar tan sólo alguna, que por supuesto no son en ningún caso novelas de piratas al uso, pero al menos intentaron dar un enfoque más moderno al tema como parte de una trama de ciencia ficción.

El motivo por el que los piratas parecían haber perdido el favor de público no deja de ser un misterio; probablemente al igual que el género de capa y espada, era algo repetitivo, y resultaba totalmente anacrónico para un público que buscaba nuevas emociones. Tampoco era algo exclusivo de la literatura, pues en el cine ocurría algo muy similar, con muy pocas incursiones en el género, y con sonados fracasos que invitaban a no arriesgar al respecto. Recordemos por ejemplo Piratas (1986), de Roman Polanski; Hook (1992), de Steven Spielberg (aunque no fue un fracaso de taquilla fue despedazada por la crítica); o La isla de las cabezas cortadas (1995), de Renny Harlin; tres intentos fallidos de resucitar el género que se estrellaron de forma estrepitosa en taquilla, haciendo que los productores se lo pensaran dos veces cada vez que alguien les hacía llegar un guion que oliera a piratas. Tan sólo parecía aceptarse a los piratas en películas de terror de bajo presupuesto, como La Niebla (1980), de John Carpenter, o siendo parte secundaria de una trama, como en el caso de Los Goonies (1985), de Richard Donner. El éxito de Jack Sparrow y sus piratas del Caribe aún quedaba muy lejos, y probablemente sólo logró triunfar porque supo dar con la mezcla exacta de espectacularidad, humor y fantasía, y gracias a una interpretación que transformó al clásico caballero pirata en un sinvergüenza sin escrúpulos. De haber seguido la habitual línea de las películas de piratas clásicas, seguramente se hubiera convertido en un nuevo fracaso.

Curiosamente en 2001, un genio de las letras españolas tuvo la misma idea que haría triunfar a Disney dos años más tarde con su saga de Piratas del Caribe: fusionar el género de piratas con todo tipo de géneros, buscando dar un nuevo enfoque al tema.

De este modo, cuando el mundo del bolsilibro daba ya sus últimos estertores, nace la original colección Piratas en la editorial Astri, una colección mítica de 12 títulos a cargo de Donald Curtis (Juan Gallardo Muñoz), para mí todo un ejemplo de lo que debe ser la literatura Pulp (imaginación y diversión desbocadas), pero que por desgracia contó con lo que probablemente sean las portadas más feas de toda la historia de la novela popular en España, amén de una infame edición plagada de errores ortográficos -algo habitual en Astri-, lo que hace que como objeto de coleccionismo pierda casi todo el interés.

Mi recomendación es que os olvidéis del envoltorio y disfrutéis de una lectura que, seguro que os sorprenderá con su mezcla de piratas clásicos y todo tipo de elementos históricos, fantásticos y hasta terroríficos, con el habitual buen hacer de un autor que destaca de forma especial en el mundo de los pastiches. Afortunadamente Matraca Ediciones ha reeditado recientemente toda la colección en 4 volúmenes, así que supongo que no será complicado acceder a su lectura. Además, la edición de Matraca incluye en cada volumen un cuento inédito sobre el tema escrito por estudiosos y amantes de la novela popular que suponen un valor añadido a la obra original.

Esta es la relación de títulos de la que a buen seguro fue la última colección de piratas de la novela popular española:

TITULO
1El corsario de oro
2El galeón negro
3Halcones sobre Jamaica
4El bucanero fantasma
5Máscara de terror
6La dama en la niebla
7Bajo bandera negra
8La isla de las tinieblas
9Tesoro sangriento
10El corsario escarlata
11Con la muerte a bordo
12Mar de naves perdidas

Y sin más, en estos tiempos convulsos, recordad, que “si tenemos la fortuna de ser impelidos por viento favorable, arribaremos pronto a la isla y nos llevaremos el más fabuloso de los tesoros” (La isla del tesoro, Robert Louis Stevenson).

Ojalá que cada uno de vosotros acierte a descubrir el tesoro que debe buscar.

Alberto Sánchez Chaves. Enero de 2022

EL CALDITO

Media gallina, una patata, una zanahoria, un puerro y un hueso de jamón. Esa, exactamente esa, es la receta de mi madre para hacer lo que ella denominaba un “caldito”; receta que, por cierto, no se sabe cómo, conseguía colar en cualquier conversación, algo que siempre era motivo de risa para sus nietos, que esperaban expectantes el momento en que su abuela acabara sacando el tema. Si le hablabas del último Barca-Madrid de liga, todo  derivaba  en que Cristiano Ronaldo había estado un poco flojo, problema que claramente se hubiera solucionado si hubiera tomado un caldito antes del partido. Ẹlla lo hacía con media gallina, una patata, una zanahoria, un puerro, y un hueso de jamón.

Daba igual que el tema fuera la prima de riesgo, la guerra de Irak, o el resultado de las últimas elecciones; la única preocupación de mi madre era encontrar el momento exacto para soltar a traición la receta del caldito. Hablando del accidente nuclear de Chernobyl, ella empezaba a comentar que dónde estaba eso, que qué chapuzas eran los rusos, que qué buena está la ensaladilla rusa, que si murió mucha gente, que si en España teníamos centrales de esas -Ay Dios que miedo-, y preguntaba y preguntaba en busca de la ocasión perfecta, y cuando ya te había vuelto loco y le estabas explicando que para mantener fríos los núcleos de las centrales se  sumergían en una gran piscina de agua, ella te soltaba de golpe y sin cambiar el gesto que, como la piscina estaba tan calentita, si le hubieran echado media gallina, una patata, una zanahoria, un puerro y un hueso de jamón, hubieran tenido un caldito. A lo mejor había que echar un poco más, eso sí, que era mucha agua.

Y tú, con cara de portero goleado, ya podías maldecir protestando que qué leches tenía eso que ver con una catástrofe nuclear, que a ella le daba igual. Ya te la había colado. Objetivo cumplido.

El motivo por el que viene al caso esta anécdota es que en muchos casos el proceso de creación de los bolsilibros seguía el mismo esquema que el caldito de mi madre.

Sabido es que los saturados autores de los que habla este blog tomaban prestadas ideas de todas partes -cine, literatura, comics, e incluso sucesos de los periódicos-, pero hasta eso a veces resultaba insuficiente, nada raro si consideramos que gran parte de ellos debían entregar un nuevo original con una periodicidad semanal.

Invito a los lectores del blog a intentar, no ya escribir, sino tan sólo pensar el argumento de una novela cada semana, y así durante años y años. Esto provocaba que en ocasiones los escritores montaran una trama en torno a cualquier anécdota aparentemente intrascendente. Tal era el oficio de estos autores que estoy convencido que Curtis Garland o Adam Surray hubieran sido capaces de escribir una terrorífica novela partiendo de la receta del caldito, o que mi querido Joseph Berna habría desarrollado una de sus hilarantes y disparatadas historias alrededor de la sencilla receta de mi madre.

Como muestra de lo que digo, voy a contar una anécdota sobre una novela de Ray Lester (Juan Mora Gutiérrez), uno de esos olvidados autores objeto de este blog al que en su momento dedicaré un artículo, y del que por cierto la Asociación ACHAB dedicó uno de sus estupendos volúmenes recopilatorios.

Toni Mora Díaz, hijo del escritor, recuerda cuando su padre estaba escribiendo la novela Telefonistas agresivas (nº 731 de Punto Rojo, Bruguera, 1976):

Pues resulta que mi tía (hermana de mi padre) trabajaba en telefónica y tenía un grupo de amigas que eran de miedo. Imaginaros que allá por los 70 viajaban solas por Europa en un 600 que llevaba mi tía y que cuando paraban y salían parecía que entraban por una puerta y salían por la otra de lo apretadas que iban.

Yo era un niño y me gustaba cuando me lo explicaban porque reíamos mucho de las aventuras y desventuras que les pasaban. Mi padre se inspiró en ellas, que andaban como locas de verse reflejadas en los personajes. Tenían entre 25 y 30 años, y con lo que cobraban en telefónica se lo pasaban bomba”.

Una vez que conocemos este detalle, podemos comprobar que la novela -una convencional historia policiaca-, no es más que una excusa para que el autor incluya una serie de anécdotas basadas sin duda en los personajes citados por su hijo.

Un auténtico especialista en esto era Silver Kane, autor al que he dedicado un buen número de reseñas en el blog, que estructuraba tramas policiacas o de terror a partir de cualquier cosa que en un momento dado pudiera haberle llamado la atención, muchas veces artículos de sucesos de cualquier diario. Se nota que hay ocasiones en las que Kane orquesta la historia con la única finalidad de comentar algo que le resultara curioso, incluyendo notas a pie de página tan características de su obra, pero es tal el oficio del autor, que suele integrar de forma más que aceptable este tipo de cuestiones.

Este artículo está dedicado a mi madre Lucía, y al resto de madres que ya no están con nosotros.  Vosotras sois y seréis las que hacéis girar el mundo.  Quién me iba a decir lo que iba a echar de menos oír la receta del caldito.

Alberto Sánchez Chaves. Agosto 2021.

¿A QUÉ HORA LE MATARON, MR. LUGER?

Aunque ya he dedicado en el blog diversas reseñas de obras de Keith Luger (Miguel Oliveros Tovar, La Coruña, 17-3-1924 – Madrid,  16-11-1971), lo que me permite ahorraros los habituales datos biográficos, creo que es una buena oportunidad para profundizar un poco más en la obra este autor, uno de los más reconocibles por el gran público, y uno de los de mayor éxito de ventas en su época si nos atenemos a la cantidad de reediciones que se realizaron de sus obras (de los 206 títulos policiacos que publicó en Bruguera, se reeditaron 137, y posiblemente en el género del oeste el porcentaje sea similar).

Para esta ocasión he optado por comentar una curiosa tetralogía cuyo nexo en común es que los títulos de las novelas comienzan por la enigmática pregunta ¿A qué hora le mataron? (en el caso de las mujeres les tutea, y la pregunta es ¿A qué hora te mataron?), dedicada en cada título a un famoso personaje distinto que murió asesinado, algo curioso pues según parece el autor considera entonces que la muerte de Marilyn Monroe no fue accidental.

Sin más preámbulos, la supuesta tetralogía estaría formada por los siguientes títulos:

TÍTULOCOLECCIÓN/NºAÑO
¿A qué hora te Mataron, Marilyn Monroe?Servicio Secreto/ 1.1021971
¿A que hora te mataron, Sharon Tate?  Servicio Secreto/ 1.0181970
¿A que hora le mataron, Míster Lutero King?  Servicio Secreto/ 953 Punto Rojo/ 864 (Reed.)1968  
¿A que hora le mataron, Mr. Kennedy?  Punto Rojo/ 3191968

Como puede verse, los personajes seleccionados por el autor no son poca cosa. Marilyn Monroe falleció en 1962 víctima de una sobredosis de barbitúricos, en un supuesto suicidio que a día de hoy sigue dando lugar a todo tipo de especulaciones; Sharon Tate, esposa de Roman Polansky y embarazada de 8 meses y medio, fue una de las cinco víctimas de los salvajes asesinatos de 1969 perpetrados por “la Familia”, la secta de Charles Manson; Martin Luther King fue asesinado en 1968, oficialmente por el segregacionista blanco llamado James Earl Ray, pero es otro de esos casos en los que siempre ha habido una sombra de sospecha; y finalmente, qué decir de John Fitzerald Kennedy, asesinado en 1963 por Lee Harvey Oswald, en el que es probablemente el crimen que más teorías conspiratorias ha generado a lo largo de la historia.

Pues bien, de todos estos sucesos Keith Luger nos aporta su particular versión de bolsillo de estas muertes, en una serie de novelas en las que se palpa que el autor puso un especial interés, y el resultado se nota.

Quiero reiterar que estas novelas suponen una rareza dentro del mundo de la novela popular, pues no es fácil encontrar ejemplos de tramas montadas a partir de hechos históricos, y menos tan bien documentadas como en estos casos. Estoy convencido de que cualquier lector disfrutará enormemente de esta magnífica saga.

TITULO: ¿A QUÉ HORA TE MATARON, SHARON TATE?

AUTOR: KEITH LUGER

SERVICIO SECRETO 1.018. EDITORIAL BRUGUERA

1ª EDICIÓN SEPTIEMBRE 1970

PORTADA: DESCONOCIDO

La novela comienza un 11 de Agosto de 1969, con el detective privado Paul Forrest hablando con su abogado, que le ha llamado para decirle que su esposa Judy ha presentado una demanda de divorcio contra él.

Judy abandonó a Paul justo dos días antes, después de tirarle a la cara unas comprometidas fotos suyas junto a una despampanante pelirroja. Un día difícil de olvidar, pues ese mismo día se produjo el horrible asesinato de Sharon Tate y sus cuatro invitados, una noticia que inundaba las portadas de todos los periódicos.

Justo en ese momento llaman a la puerta de Paul, y resulta ser un periodista llamado Jack Drake, un tipo por el que Paul no siente ninguna simpatía, pero que tiene para él un trabajo por el que le ofrece nada menos que medio millón de dólares por una investigación relacionada con el asesinato de Sharon Tate.  Sin querer escuchar más detalles, Paul manda a Drake a freir espárragos, pues no confía en absoluto en él, y además en esos momentos su única preocupación es que su mujer va a dejarle.

Poco después Paul se entera casualmente de que Drake ha contratado como segunda opción a Mark Price, otro investigador privado de turbia reputación que en su día fue amigo suyo, y al rato recibe la llamada de una tal Clara Allen, amiga de Price, y le dice que Mark quiere que se encuentre con él, por un asunto de vida o muerte. Por lo visto Mark llevaba horas intentando ponerse en contacto con él sin éxito, y al parecer temía gravemente por su vida.

De este modo nuestro protagonista se verá envuelto de lleno en uno de los asesinatos más famosos de la historia, en un momento en que todavía no se había oído hablar de Charles Manson y su extravagante “familia”.

El autor nos muestra una sorprendente versión alternativa sobre el asesinato de Sharon Tate que descolocará a más de uno. Recordemos que hasta finales de Noviembre de 1969 no se supo nada de los autores reales de los asesinatos, cuando Susan Atkins alardeó desde la cárcel de haber matado a Sharon. A partir de ahí se empezó a tirar del hilo, hasta que la investigación condujo hasta la secta de Charles Manson. El juicio contra Manson y compañía comenzó en Junio de 1970, y no fueron condenados hasta el 25 de Enero de 1971, unos meses después de la publicación de la novela de Luger (Septiembre de 1970). Esto quiere decir que es más que posible que la novela fuera escrita sin que el autor hubiera oído hablar de Charles Manson, y se basara únicamente en el mar de especulaciones informativas que inundaron la prensa durante los meses siguientes al asesinato. Recordemos que en Estado Unidos el asesinato provocó una auténtica ola de terror, especialmente entre los ricos y famosos, que de repente se sintieron amenazados.

Debe destacarse que la novela aporta detalles que se ajustan perfectamente a los días que siguieron al asesinato. Por poner tan solo un ejemplo, se menciona que la prensa publicó tres días después de los horribles crímenes que los asesinos podían ser invitados a la fiesta que tras ingerir todo tipo de drogas iniciaron un ritual satánico con los cinco asesinados (de los que también se da un exhaustivo informe en la novela). Esta noticia es cierto que se publicó inicialmente, basándose en los horribles detalles de los crímenes, aunque luego se demostró totalmente falsa.

La historia contiene elementos fascinantes, y el único pero que le pongo es que la historia secundaria que supone la inestable relación entre Paul y su esposa Judy ocupa demasiado espacio, alejando en ocasiones al lector de la trama principal, e incluso llegando a resultar irritante por sus inaceptables tintes machistas. Es de esas historias (algo común por otra parte en los bolsilibros) que requieren que el lector respire profundamente y vea la historia con ojos de los años 60. Recordemos que el divorcio no era legal en España, y la mentalidad de los hombres era que la mujer es una posesión más de sus maridos.

Como muestra de lo que digo, creo que basta con esta breve conversación:

“—¿Qué me hiciste, Paul? ¿Qué me hiciste?

—Lo que un marido tiene derecho a hacer con su mujer.”

Como suele ser habitual en el autor, hay una buena cantidad de referencias y homenajes cinematográficos, y por supuesto, toques de humor que suponen una de las principales señas de identidad de la obra de Keith Luger.

TITULO: ¿A QUÉ HORA TE MATARON, MARILYN MONROE?

AUTOR: KEITH LUGER

SERVICIO SECRETO 1.102. EDITORIAL BRUGUERA

1ª EDICIÓN SEPTIEMBRE 1971

PORTADA: JORGE NÚÑEZ

Con un retrato de la mítica Marilyn Monroe se abre al lector esta fascinante versión de Keith Luger sobre la fatídica muerte de esta leyenda del cine. Una historia a la que no le falta de nada: homenajes constantes al cine, misterio, acción, e incluso nostalgia, y sorprendentemente, un relato muy alejado del habitual y característico sentido del humor que tanto abunda en otras obras del autor. Una gran novela, la verdad, para mí la mejor de las que componen este artículo.

Alex Carrigan es un joven periodista del Star, el típico rebelde rompecorazones pero con buen fondo que se verá envuelto en una historia que puede suponer la noticia del siglo. Un detalle muy curioso es que el personaje de Alex Carrigan volvería a aparecer en al menos otra novela del autor: Las hijas de Neptuno (Punto Rojo nº 489, también de Septiembre de 1971), que reseñaré en otro artículo del blog.

Cuando Alex está a punto de abandonar los Estados Unidos temporalmente debido a un lío de faldas con la hija del embajador ruso, recibe la llamada de Spencer Holden, un periodista que en su época dorada ganó el Pulitzer, pero que con los años se ha ido hundiendo en un pozo sin fondo, víctima del alcoholismo; un despojo humano que de vez en cuando llama a Alex para que le preste algún dólar.

El caso es que Spencer se encuentra muy agitado, y asegura que tiene pruebas de lo que puede ser la noticia del siglo: Marilyn Monroe está viva.

Convencido de que Spencer ha enloquecido definitivamente, Alex le ignora y se dirige rumbo a su destierro en Noruega, pero el destino quiere que tenga que ver cómo Spencer es asesinado de tres disparos en el propio aeropuerto.

Afligido por la culpa de no haber hecho caso a su amigo, decide suspender su viaje, para investigar su muerte hasta las últimas consecuencias, con la inestimable ayuda de la bella secretaria de su jefe, Joan Foster. Las primeras pistas le llevan al club La Orquídea, donde contacta con Frank Oliver, un transformista que se gana la vida imitando a Raquel Welch, Rita Heyworth, Marilyn Monroe y otras celebridades de la época. Un personaje por cierto muy llamativo por el respetuoso trato que le da el autor, algo francamente extraño en el año 1971, momento en el que la homosexualidad y el travestismo se veían en nuestro país como una desviación.

A partir de aquí, Alex irá atando cabos en una investigación que le irá conduciendo hasta el descubrimiento de una historia increíble, y que por supuesto no desvelaré para no arruinar la lectura de una obra que aporta una magnífica versión de la muerte de Marilyn, y que considero imprescindible para cualquier amante de la novela de quiosco.

La historia es un constante homenaje al mundo del cine. Los nombres de todos los personajes (Norman Burton, James Fonda, Spencer Holden, Tony Harris, Frank Oliver, Clark Malden…), son una clara referencia a famosas figuras del cine por la combinación de nombres y apellidos, pero además a lo largo de la novela se van dando interesantes detalles de la vida y filmografía de Marilyn Monroe que harán las delicias todos los apasionados del séptimo arte.

TITULO: ¿A QUÉ HORA LE MATARON, MISTER LUTERO KING?

AUTOR: KEITH LUGER

SERVICIO SECRETO 953. EDITORIAL BRUGUERA

1ª EDICIÓN SEPTIEMBRE 1968

PORTADA: DESCONOCIDO

Con un tono muy diferente de la novela antes reseñada, nos encontramos sin embargo con otra fascinante versión de un crimen; en este caso el asesinato de Martin Luther King, abatido de un tiro en la cabeza por un francotirador mientras saludaba a sus seguidores desde el balcón de la habitación nº 306 del motel Lorraine de Mempkis el 4 de abril de 1968 (tan sólo 5 meses antes de la publicación de la novela de Luger).

El asesinato de King, que sólo tenía 39 años al morir, fue atribuido a un tirador solitario, un hombre llamado James Earl Ray que aceptó declarase culpable para evitar la pena de muerte, siguiendo los consejos de su abogado, lo que le supuso una condena de 99 años de prisión (acabarían siendo 100, porque se fugó de prisión en 1977, pero le pillaron a los tres días aumentándole la pena 1 año más). El caso es que Ray (que falleció en prisión en 1988) se pasó toda su vida defendiendo que él no había matado a King, y la propia familia del reverendo siempre estuvo convencida de que nunca se detuvo al verdadero culpable.

La novela de Luger –en la que esta vez sí que aparece su humor característico- está protagonizada por Bruce Frazer, el típico investigador privado duro como el mármol, pero con principios irreductibles.

Estamos en Abril de 1968. Bruce está investigando la desaparición de una joven negra llamada Martha Monroe, y todas las pistas le han conducido hasta un mafioso llamado Charles Larkin. Tras recibir una terrible paliza por parte de dos de los matones de Larkin, Bruce regresa al día siguiente acompañado de su fiel Luger (arma que suele aparecer siempre en las novelas del autor) para devolver las caricias del día anterior, encontrándose el cadáver de Larkin, con tan mala suerte que se convierte  en el principal sospechoso de su asesinato, pues todo apunta en esa dirección.

La situación obliga a Bruce a descubrir al verdadero asesino para poder limpiar su nombre, pues está en busca y captura, y la única pista de la que dispone es que Larkin estaba chantajeando a un tal Farrell exigiéndole el pago de 100.000 $ por su silencio.

A partir de aquí conoceremos a Jeanne Logan, una inocente corista aficionada a la lectura, y a un buen montón de gángsters sin escrúpulos que acaban conduciendo a Bruce a Memphis, justo el 3 de abril de 1968. En este momento Bruce descubre que la intención de Farrell y sus matones es matar a Luther King, y quieren usarle a él como chivo expiatorio. A pesar de que Bruce avisa de forma anónima a la policía del próximo asesinato, nadie parece creerle, lo que le obliga a ir en persona al hotel Lorraine para intentar avisar al propio King en persona.

En la novela se dan todo tipo de detalles reales sobre lo que estaba haciendo King en Memphis, y donde se alojaba (incluso el nº de habitación).

La novela de Luger tiene un trasfondo social muy por encima de lo que era habitual en la literatura popular, pues aprovechando el asesinato de Luther King (al que se cita constantemente, incluyendo algunas de sus más célebres frases)  se aborda el tema del racismo en diversas ocasiones. A modo de ejemplo reproduzco una conversación entre dos gángsters:

“- Escucha lo que dice ese Martin Luthero King: he leido en alguna parte que todos los ciudadanos de color tienen libertad de palabra. He leído en alguna parte que cualquier ciudadano de color tiene libertad de expresión. He leído en alguna parte que cualquier ciudadano de cualquier color tiene derecho a manifestarse.

Si los dejásemos manifestarse nos pisarían el cuello”.

Queda pendiente en este artículo la reseña de la cuarta obra que compone esta inusual tetralogía. En cuanto pueda, colgaré la reseña de ¿A qué hora le mataron, Mr. Kennedy?

TITULO: ¿A QUÉ HORA LE MATARON, MR. KENNEDY?

AUTOR: KEITH LUGER

PUNTO ROJO 319. EDITORIAL BRUGUERA

1ª EDICIÓN 1968

PORTADA: DESCONOCIDO

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