Dentro de la colección Best Sellers del Espacio de la editorial Toray se publicó una novela de ciencia fcción llamada “Los hombres de la quinta dimensión”, firmada por un tal P. G. M. Calin, seudónimo que corresponde en realidad al escritor José García Martínez-Calín.
José García Martínez-Calín nació en Valencia en 1932. Estudió Ingeniería Industrial química, carrera que le procuró una profesión que ejerció durante ocho años.
En 1953, con tan sólo 21 años, comenzó su carrera como columnista de humor en el diario valenciano Las Provincias, donde coincidió con autores de la talla de Azorín, Wenceslao Fernández Flórez, Julio Camba, o Pío Baroja. Dos años después trabajó en el semanario Don José, dirigido por Mingote. En 1959 pasa a la mítica La Codorniz, cantera de grandes humoristas donde colaboraría hasta 1973. En esa época escribió además novelas de ciencia-ficción, obras de teatro y guiones de cine.
En 1974 crea el semanario El Cocodrilo Leopoldo, que cierra en 1975, tras lo que el autor comienza a escribir en Interviú. En 1990 crea La Golondriz, que en la actualidad mantiene una presencia testimonial en versión digital.
A lo largo de su dilatada carrera ha trabajado en numerosos diarios y semanarios, así como en la radio, realizando guiones de divulgación científica para Radio 3, y colaboró durante más de 25 años en TVE en una veintena de programas.
Ingresó en la Academia Española de Humor en 1957, refundándola en 1989, siendo elegido presidente a perpetuidad.
Empleó el seudónimo Pgarcía en su obra humorística, en homenaje al Psmith, de P.G. Wodehouse. Precisamente la obra humorística es lo más característico del autor, y a ella me referiré al final de la reseña con mayor detalle.
Para su breve experiencia como autor de relatos populares de ciencia ficción y bélicos empleó el sobrenombre de P. G. M. Calin, con el que publicó –al menos que a mí me consten- los siguientes títulos en colecciones de formato muy cercano al clásico bolsilibro:
- Los hombres de la quinta dimensión, de P. G. M. Calin. Nº 20 Colección Best Sellers del Espacio. Editorial Toray.
- Los Mentales (1965). Colección Infinitum nº 10. Editorial Ferma.
- ¡Tengo que descubrir a Dark!. Nº 22 colección Best Sellers Bélicos. Editorial Toray.
Para hacernos una primera idea de la clase de obras de ciencia ficción que escribía, esto es lo que figura en la contraportada de “Los Mentales”:
“Unos seres que son inteligencia pura crean un Universo: el nuestro. El Universo crece, se desarrolla…y trata de destruir a sus creadores.
El presente libro es la más original de las cosmogonías de fición científica, compuesta a la luz de las modernas vertientes de la ciencia y el pensamiento, y llevada audazmente hasta el último extremo (el fin lógico de la aventura cósmica), a través de personajes tan diversos como los gigantescos Turo y Oiba, o la encantadora y escultural Andrómeda Clarke.
El autor, químico, hoy plenamente dedicado a la literatura, aprovecha su formación técnica para brindarnos una obra de excepción, de profundo contenido filosófico, adobada con abundantes rasgos de humor”
Como puede verse, esta colección pretendía revestir sus publicaciones con una apariencia de seriedad formal, en un intento de desmarcarse del clásico bolsilibro, que buscaba un entretenimiento sin mayores complicaciones que atrajera a un público de gustos sencillos. La mera mención al “profundo contenido filosófico” hubiera hecho que los posibles clientes de bolsilibros huyeran despavoridos de los quioscos de prensa. No obstante, debo decir que en los títulos que he podido leer de esta colección (entre ellas no está justo la de este autor), el mayor número de páginas y el texto de la contraportada son lo único que distingue a estos libros de los bolsilibros tradicionales en cuanto a calidad literaria se refiere.
La colección Infinitum de Ferma alternó obras de autores extranjeros de reconocido prestigio como Brian W. Aldiss, Murray Leinster o Harry Harrison con la publicación de obras de escritores españoles que en ocasiones procedían de la literatura de quiosco, como en el caso de Enrique Sánchez pascual (Alan Comet), Enrique Sánchez Mariñas (Max Cardiff), o Pedro Guirao (Walt G. Dovan); y otros autores españoles de aspiraciones literarias más elevadas que firmaban con su propio nombre, como Domingo Santos (que no obstante también participó en la literatura de quiosco), o Francisco Valverde Torné.
Lo mismo puede decirse de la colecciónBest sellers del espacio, de Toray, que pretendía también dar un aura de seriedad a sus títulos, escritos, eso sí, por los habituales autores nacionales de la editorial, aunque con incorporaciones puntuales de otros escritores como es el caso del propio P. G. M. Calin.
Dejo aquí reseña de “Los hombres de la quinta dimensión”
TITULO: LOS HOMBRES DE LA QUINTA DIMENSIÓN
AUTOR: P. G. M. CALIN
BEST SELLERS DEL ESPACIO Nº 20. EDITORIAL TORAY
1ª EDICIÓN 1962
PORTADA: E. TORRES
El protagonista de la novela es Eduardo Gávez, un detective copropietario de una franquicia de investigación de 20 despachos a lo largo del mundo entero junto con su socio Guy Masters.
El caso es que Gálvez, que actúa desde la agencia central en Madrid, recibe el encargo de investigar la extraña desaparición del profesor Kroww.
Debo reconocer que las constantes demostraciones de la hombría del personaje protagonista han acabado por cansarme. Aunque es algo habitual que los personajes masculinos de la novela popular se comporten como dominantes machos alfa, la insistencia del autor por demostrar que Eduardo Gálvez es un hombre como Dios manda consigue que te acabe resultando verdaderamente vomitivo, pues da muestras de un machismo excesivo incluso para la época en la que se escribió la obra; y eso es decir mucho.
Respecto al argumento, es una tradicional historia de detectives encuadrada en el futuro que simplemente se deja leer, pero que desde luego no deja huella alguna. Me atrevo a decir que si hubiera sido un bolsilibro de duración tradicional (96 páginas), hubiera funcionado mucho mejor, pues la historia no da para más, provocando un buen número de páginas de relleno que el autor intenta cubrir con pasajes supuestamente humorísticos basados casi exclusivamente en la “irresistible” personalidad del varonil Eduardo Gálvez.
A pesar de todo, la novela presenta ciertos elementos de interés relacionados con la visión del futuro del autor:
- El mundo vive una época de paz y prosperidad tras haber superado la seia amenaza de una tercera guerra mundial que no ha llegado a producirse.
- La exploración espacial se ha visto reducida a la creación de colonias marcianas.
- Muy interesante la existencia del hipnocinematógrafo, un espectáculo en el que los espectadores sienten en primera persona de modo absolutamente realista las sensaciones vividas por los personajes de la película. Este espectáculo es aprovechado por el autor para realizar una crítica social
Pero si por algo será recordado el autor (la realidad es que no se acuerda casi nadie de él) es por su obra humorística, en especial por su saga de novelas protagonizadas por Gaylor Rose, más conocido como «Gay Flowers”, un investigador privado en Los Ángeles de los años 40 que parodia a los grandes detectives litearrios de la novela negra anglosajona.
Gaylor se define a si mismo como un tipo duro, limpio, elegante y puntual. Siempre viste de forma impecable, combinando con gran estilo su indumentaria. Para entenderle, basta con ver como se presenta en una de sus novelas:
“Me he dedicado a un oficio mitificado por el cine y los novelistas, que es en realidad el trabajo de pequeños hombres duros, en pequeñas oficinas, diciendo pequeñas palabras duras, que no significan absolutamente nada. La gente que se conoce en él a veces resulta amable, comunicativa, no intenta demostrarte su egoísmo. No es necesario. Lo tiene en hielo para cuando lo precise. Sólo que inevitablemente acaba por sacarlo de la nevera”.
A causa de su belleza y estilazo todas las mujeres intentan seducirlo, algo habitual en las clásicas novelas de detectives, aunque hay un pequeño detalle que diferencia a Gaylor del resto de investigadores privados: no le llaman Gay por abreviar su nombre, y de hecho no quita nunca ojo a los guapos novios o maridos de las mujeres que tratan de llamar su atención. Sus refinados gustos incluyen el Peppermint, y bordar en momentos en que necesita relajarse.
Una de las más interesantes aportaciones de esta saga de novelas es la aparición de lo que el autor denomina el método Flower de investigación, que consiste en acusar a diestro y siniestro a todos los sospechosos sin argumento alguno, a ver si cuela y confiesan; o en explicar complicadísimas soluciones a los crímenes al azar, normalmente sin éxito alguno, lo que provoca situaciones realmente hilarantes. Es un detective tan completo que lo mismo recurre a la fuerza bruta liándose a guantazos, que se transforma en la bella periodista Chou Chou LaVerne para seducir a los criminales.
Su oficina se encuentra en el edificio Sausalito Arms en la ciudad de Los Ángeles, y conduce un Chevrolet.
El humor inunda desde el título de las novelas hasta cada una de las líneas que figuran en el relato, con situaciones y diálogos absurdos que buscan sorprender al lector.
Precisamente todos los títulos de sus novelas parodian algunos de las más grandes novelas del género:
«Encontrar un culpable» parodia a “Encontrar una víctima” de Ross MacDonald, en una historia en la que Flower debe proteger a la hija de un senador.
«Adiós, muñeco» obviamente nos recuerda a “Adiós, muñeca”, de Raymond Chandler, en una trama en la que Gay investiga unas extrañas muertes por agotamiento sexual.
«El nombre es Flower» es la réplica a “My name is Archer”, de Ross Macdonald. Flower debe investigar la muerte de un fabricante de preservativos al que encuentran muerto con la boca llena de profilácticos, a la vez que investiga, por orden de la revista Black Mask, si uno de sus escritores trabaja a la vez escribiendo novelas, descuidando así los relatos que escribe para ellos.
“Flower siempre llama dos veces”, parodia de “El cartero siempre llama dos veces”, de James M. Cain.
«El Calzoncillo Eterno» es probablemente el título más genial de la saga (The big slip, en lugar de The big Sleep). En este complejo caso, Flower es el encargado de recuperar los calzoncillos de Humphrey Bogart.
En sus aventuras Gay Flower se verá acompañado de toda una fauna de personajes secundarios, como Flossie Vaugh, su vecina prostituta amante de la música; Azalea Moriarty, una seductora camarera de 17 años descendiente del temible archienemigo de Holmes; Elizabeth Trevillyan, sargento albina de policía de Los Ángeles, más conocida como la Mantis Religiosa, que a sus 20 y pocos años ha tenido una fulgurante carrera, y que se acuesta con todos aquellos agentes a los que envía a misiones suicidas; Marion Fulwider, detective negra a las órdenes de la mantis religiosa, una adicta al culturismo, cuyo único tema de conversación es la gimnasia…
Además, entre los grandes atractivos de las novelas de Flower tenemos que en sus historias se cruza con algunos de los más célebres detectives de la época (Charlie Chan, Marlowe, Perry Mason) así como con rutilantes estrellas de Hollywood, como Bogart, Lauren Bacall, o Errol Flynn, entre otros.
Y por si fuera poco, en una de las novelas del personaje, “El tataranieto del Coyote”, es todo un homenaje a la obra de José Mallorquí, al que dedica la novela.
El inicio de las historias de Gay Flower lo encontramos en revistas para adultos de la transición, en las que publicaron algunos relatos cortos protagonizados por este peculiar personaje. Ya a principios de los 80, comenzó a publicar las novelas de mayor duración. La relación de obras de Gay Flower es la siguiente:
Relatos cortos publicados en revistas
Encontrar un culpable, 1975
Adiós Muñeco, 1975
Orgía sexual en el invernadero de orquídeas y perejil, 1976
Manchas de sangre y moco en un cortaúñas chino, 1976
Mafia y travestismo con secuestro de testículo de cargo, 1977
El ladrón de orgasmos, 1979
La leyenda de Fulwider y Trevillyan, 1981
Novelas
Gay Flower, detective muy privado, 1978
El nombre es Flower, 1982
Flower, al aparato, 1982
Demasiados muertos para Flower, 1983
Flower en El calzoncillo eterno, 1983
¿Pero hubo alguna vez 800.000 puestos de trabajo?, 1984
Flower en El Tataranieto del Coyote, 1985
El Método Flower, 1991, que realmente incluye dos relatos (“Encontrar un culpable” y “Adiós, muñeco”) que ya habían sido pubicados en revistas en 1975, pero que el autor revisa para esta edición.
Novelas cortas
Flower siempre llama dos veces, 1995
Flower, blanco y negro, 1996
La leyenda de Fulwider y Trevillyan, 1996 (ampliación del relato publicado en revistas en 1981)
Mi nombre es Flower, 1997
La venganza de Flower, 1997
Flower, te necesito, 1998
La cliente de Flower, 1999
Fulwider, Trevillyan & Moriarty, Ltd., 1999
Flower, punto final, 2002
Flower total, 2010. Novela corta que incluye además 3 relatos inéditos: «Flower cambia el paso», «La secretaria de Flower» y «Los archivos de Flower».
Debo reconocer que sólo he tenido ocasión de leer uno de los títulos de este personaje, y el resultado me pareció muy curioso. Soy consciente de que hoy en día este personaje sería sumamente polémico, por políticamente incorrecto, por no decir que muchos lo considerarían inaceptable, ya que la parodia del personaje se basa en gran parte en la utilización de todos los clichés de la época asociados a la homosexualidad. Sin llegar a tanto, vendría a ser como intentar publicar hoy en día chistes de mariquitas de Arévalo, todo un anacronismo que triunfaban en su momento. Vuelvo a repetir que el humor está íntimamente ligado a su época, y lo que hoy resulta ser graciosísimo, mañana será nausebundo.
Voy a hacer desde aquí una defensa de las novelas de Flower, pues, aunque es cierto que desprenden en ocasiones –en especial en las primeras novelas- ese inevitable tufillo homófobo fruto de tiempos pasados, hay una forma de poder disfrutar de su humor, y no es otro que entendiendo las historias precisamente como una crítica a esa forma de ver las cosas. Como casi todo en esta vida, uno puede tomarse las cosas de dos maneras: entendiendo que el autor se burla despiadadamente de la homosexualidad, lo que hace que la novela no tenga ninguna gracia; o entendiéndolo como una burla a la actitud de una época hacia la homosexualidad, precisamente mediante el uso exagerado de todos los clichés habidos y por haber. La cosa cambia, y uno puede reírse tranquilamente, al entender que no es más que humor.
Para apuntalar este argumento, pensad en Torrente, un personaje que representa todas las cualidades negativas posibles, y que sin embargo hace gracia precisamente por su carácter paródico.
Yo por mi parte soy defensor a ultranza del uso de la incorrección política en el humor –siempre que no se incumpla la legislación, por supuesto-, precisamente como un vehículo para la crítica social, y creo que los límites entre lo gracioso y lo ofensivo debe marcarlos el propio lector. En mi caso, no puedo reirme de algo que suponga una ofensa grave para una persona o un colectivo, pero tampoco creo que deba meterse en la cárcel a nadie por sobrepasar ese límite invisible llamado libertad de expresión que separa el humor de la estupidez. La solución es tan fácil como cerrar el libro o apagar la televisión cuando se escucha algo que uno considera ofensivo. Por poner sólo un ejemplo: si yo estoy viendo un programa de televisión en el que alguien se suena los mocos con una bandera, o hace chistes de mal gusto sobre los gitanos, puedo sentirme ofendido o simplemente no ver la gracia por ningún lado. Dejo de ver el programa y listo, pero no voy a perder ni un minuto en montar una campaña para colgar al autor en la plaza Mayor o iniciar un boicot para arruinar su carrera. Otra cosa sería si alguien se burla de forma insistente en la cara de alguien por tener síndrome de Down, o por ser homosexual, o por lo que sea, pues entraríamos en el terreno de la ofensa personal, que entre otras cosas está tipificado en el código civil como delito de injurias. En este segundo caso, además de que se personalizan las injurias, uno no tiene la libertad que le permita decidir si escucha o ve las supuestas ofensas.
Como suele ser habitual en este blog, que debería llamarse el rincón del abuelo cebolleta, pues acabo siempre por los cerros de Úbeda, comentaré un caso real que creo que puede ser revelador sobre este polémico tema de los límites del humor.
No sé si alguien que lea esto sabrá quien es Andrew Dice Clay (Brooklyn, 29 de septiembre de 1957), pero es un actor estadounidense que en su día se hizo muy popular en los clubs de monólogos (stand-up comedy, lo llaman allí) con un personaje llamado Ford Fairlane.
El personaje en sí era un macarra de look rockero (tupé engominado, chupa de cuero, motero) que representaba lo peor del ser humano. Era racista, machista, homófobo, y realmente repugnante, hasta el punto de que nuestro popular Torrente parece una hermanita de la caridad a su lado. Las barbaridades que decía en cada espectáculo eran de un calibre que no os las podéis ni imaginar, pues no había límites ni filtros a lo que salía por su boca.
Para hacerse una idea de lo que era el personaje, os invito a que veaís la película “Las aventuras de Ford Fairlane” (1990), una adaptación cinematográfica del soez personaje que muestra una versión muy suavizada de lo que eran las actuaciones en directo, pero que permite entender el tipo de persona que representaba (por cierto, el improvisado doblaje de Pablo Carbonell es para mi gusto una obra maestra del humor absurdo). El personaje en la película dice frases como “siento haberte hecho limpiar el baño y el lavabo, pero ¿Quién es el que hizo todo el trabajo en la cama?” y cosas mucho peores, pero os aseguro que nada similar a las salvajadas que decía en los espectáculos en directo.
Pues bien, hasta tal punto se metía Andrew Dice Clay en la piel de su personaje que llegó un momento en que la gente no distinguía al actor del personaje, y tras un escandaloso programa en la MTV, en el que desplegó tan sólo una mínima parte de las salvajadas que soltaba en sus funciones en los clubes de comedia, se inició una campaña en su contra que acabó con su carrera, y casi con su vida. Ford Fairlane era un personaje desmesurado que precisamente pretendía burlarse del racismo, el machismo y la homofobia que proliferaban en la Ámerica profunda de esos años. El problema fue que consiguió justo lo contrario de lo que pretendía, pues era tal su mimetismo con el papel, que todo el mundo entendía el personaje como una apología de todas esas actitudes.
A pesar de la caza de brujas iniciada en su contra, Andrew Dice Clay decidió continuar con el mismo tipo de shows en clubs privados, pues estaba convencido de que hacía lo correcto, y de hecho sus espectáculos tenían un gran éxito de público.
El propio Andrew Dice Clay se encargó de aclarar en muchas ocasiones que Fairlane era sólo un personaje que no tenía nada que ver con lo que pensaba, y sin embargo el actor comprobó un buen día que su amplio público lo componían única y exclusivamente los rednecks (palabra empleada en Estados Unidos para el colectivo de lo que aquí llamaríamos paletos; gente basta a la que le gusta de reírse de colectivos minoritarios y que odia a todo el que no sea un varón heterosexual de raza blanca). Cuando entendió que la gente no se reía de la parodia, sino que celebraban cada una de las barbaridades que salían por su boca, supo que se había equivocado.
El público que idolatraba a Ford Fairlane era precisamente el tipo de personaje que despreciaba y que pretendía parodiar. En ese momento comprendió que había sobrepasado los límites, y abandonó el personaje, entrando en una espiral de fracaso y autodestrucción que le llevó durante muchos años al olvido.