Probablemente cualquiera que lea este artículo haya soñado en algún momento de su vida con la idea de comunicarse con los espíritus, bien como resultado de una morbosa curiosidad, o incluso como una necesidad de contactar con algún ser querido que ya no está entre nosotros.
El caso es que el espiritismo, que nació como una corriente pseudo-científica, desde el punto de vista literario ha acabado siendo un recurso más dentro del género del terror. Si alguien contacta con el Más Allá, siempre hay un precio a pagar. Hay consecuencias, y casi nunca son agradables.
El espiritismo es una doctrina originada en Francia a mediados del siglo XIX, cuyo máximo exponente fue Allan Kardec (1804-1869). Esta doctrina establece como principios fundamentales la inmortalidad del alma, lo que da pie a la existencia de los espíritus, que pueden relacionarse con los hombres con la ayuda de diversos médiums. De estos espíritus se podrían obtener grandes enseñanzas sobre diversos aspectos actuales, e incluso sobre el futuro.
Kardec definió al espiritismo como la ciencia que estudia la naturaleza, origen y destino de los espíritus, además de su relación con el mundo corporal y como filosofía, ya que estudia las consecuencias morales que resultan de esas relaciones.
El espiritismo se puso de moda en la era victoriana, convirtiéndose en un pasatiempo para las clases altas británicas y, entre sus ilustres practicantes, podemos encontrar -por citar a algunos- a Arthur Conan Doyle, Charles Dickens, Leon Tolstoi, y al mismísimo Victor Hugo, que pasó una larga temporada en Gran Bretaña cuando decidió exiliarse a la isla de Jersey después de haber publicado un panfleto contra Napoleón III.
Precisamente de Victor Hugo se publicó en Francia en 1964 “Lo que dicen las mesas parlantes”, un libro que no es más que la supuesta transcripción realizada por el propio autor de las comunicaciones que a lo largo de diversas sesiones tuvo con los espíritus de Shakespeare, Platón, Galileo, Jesucristo, Napoleón, Aristóteles o incluso con entes como el Drama o la Muerte. En 2014 por fin se publicó en castellano.
Afectado por la muerte de su hija Leopoldine, Victor Hugo decidió probar a pesar de su escepticismo inicial el tema del espiritismo gracias a la mediación de la poetisa Delphine de Girardin, ilusionado con la idea de poder comunicarse con su hija. Poco a poco Victor Hugo fue obsesionándose con el tema, disminuyendo el tiempo entre sesión y sesión hasta hacerlas casi diariamente, hasta el punto de que llegó a creer que los espíritus le dictaban algunas de sus obras. El propio autor duda en alguno de sus poemas de su capacidad como escritor, preguntándose si es un poeta o un mero profeta, en una interesante reflexión que nos recuerda a la intervención de las musas de la cultura griega.
Hoy en día hay todo tipo de teorías sobre si Victor Hugo creía realmente o no en los espíritus, y hay quien dice que padecía parafrenia fantástica, un trastorno mental que se manifiesta por lo general antes de los 30 años, con síntomas como la inquietud o la ansiedad y que progresivamente va avanzando hacia las ideas extravagantes y las alucinaciones, no solamente acerca de la relación del sujeto con su entorno sino también sobre todo tipo de elementos, como los conflictos políticos y, sobre todo, las fuerzas del más allá.
El caso de Leon Tolstoi no merece demasiada atención, pues, aunque recoge episodios de sesiones espiritistas en algunas de sus obras más conocidas como Anna karerina o Resurección, parece ser que se limitó a narrar algo que estaba de moda entre la clase alta de la época como parte de las tramas, pero al menos que yo sepa, a título personal no era un creyente del espiritismo.
En el polo opuesto, es más que conocida la relación de Arthur Conan Doyle con el espiritismo y con el mundo de lo sobrenatural en general. El autor de Sherlock Holmes afirmaba haber hablado con su hijo fallecido en multitud de sesiones de espiritismo, e incluso tenía supuestas fotos suyas desde el más allá, algo muy común en esa época (un fraude fotográfico, por supuesto), y cuyo ejemplo más conocido tal vez sea una fotografía del espíritu de Abraham Lincoln abrazando a su viuda, y que reproduzco en este artículo. Para el que no conozca a fondo el tema, y por no extenderme demasiado, recomiendo buscar información sobre el suceso de las hadas fotografiadas, un misterio que Doyle defendió a capa y espada, y que acabó demostrándose que tal sólo era un vulgar fraude, para decepción del escritor, que aún así siguió creyendo firmemente en los espíritus.
Para mi gusto lo más fascinante que podemos encontrar relativo a Doyle y el espiritismo es todo lo que atañe a su relación con Houdini. El rey de los magos y Doyle eran buenos amigos, y éste último le introdujo en el mundo del espiritismo cuando Houdini mostró su interés por contactar con su madre muerta. En medio de una sesión espiritista organizada por Doyle, Houdini entendió que todo era un fraude cuando la médium le entregó un mensaje escrito por su madre ¡en inglés!, un idioma que ella nunca había hablado. Por mucho que Doyle intentara convencer a su amigo de que su madre podía haber aprendido inglés en el cielo, la realidad es que esa sesión llevó a Houdini a convertirse en una especie de justiciero que se dedicaba a desenmascarar a médiums que se aprovechaban de la buena fé de la gente desesperada que intentaba contactar con un ser querido fallecido. Las opiniones enfrentadas de ambos amigos -uno un firme defensor del mundo de lo oculto, y el otro un detractor que veía que todo era una patraña- hizo que su amistad acabara rompiéndose.
El final del enfrentamiento entre los antiguos amigos no tuvo tampoco desperdicio. En 1925 una médium pronosticó durante una sesión el fallecimiento de Houdini a finales de año. El 31 de octubre de 1926, con un poco de retraso respecto a la predicción, Houdini fallece de forma trágica y prematura. Su esposa Bess cumplió con el plan que había acordado con su marido tiempo atrás: habían creado un código secreto (diez palabras secretas extraidas curiosamente de una carta de Conan Doyle) que guardaron celosamente, con el fin de que el superviviente de la pareja contactara con el otro en una sesión de espiritismo, y el espíritu debía decir las diez palabras. Lo extraño del caso es que Bess contó para llevar a cabo la tarea con Arthur Conan Doyle, que en esos tiempos ya tenía un enfrentamiento público con Houdini. El final de la historia nunca ha quedado muy claro. Según algunas versiones, el médium, un hombre llamado Arthur Ford, logró descifrar el código y Bess terminó por creer en la existencia del más allá. Otras versiones afirman que Bess destapó que Ford usó una serie de engaños en el supuesto mensaje desde el Más Allá de su marido, y demostró que todo era falso. Por otro lado, Conan Doyle se fue a la tumba muchos años después (el 7 de julio de 1930) totalmente convencido de que el mundo de los espíritus era real.
Para hecernos una idea de la importancia que Conan Doyle tenía sobre el movimiento espiritista, el día de su muerte, una multitud de unos 8 mil espiritistas se reunieron en el Royal Albert Hall de Londres para homenajear al escritor. Entre la multitud, una famosa medium inglesa llamada Stelle Roberts dijo que vio entrar a Conan Doyle a la sala y sentarse junto a ella.
Los meses posteriores, muchos mediums aseguraron haber entrado en contacto con el escritor; sin embargo, tuvieron que pasar cuatro años para que, finalmente se realizara una sesión espiritista multitudinaria con la finalidad de escuchar lo que sir Arthur Conan Doyle tenía que decir desde el más allá.
El 28 de abril de 1934, un medium llamado Noah Zerdin invocó a Arthur Conan Doyle en medio de una multitud en Aeolian Hall de Londres y, con ayuda de un fonógrafo, grabaron la voz del escritor (o al menos eso decían ellos). Para los muy curiosos, se puede encontrar en internet la supuesta grabación de esa sesión.
El caso de Charles Dickens es algo distinto, pues realmente en el escritor confluían el escepticismo y la curiosidad por el mundo de lo sobrenatural; una curiosidad que le llevó a obsesionarse con el tema, algo por cierto muy habitual, y que estoy convencido más de uno de los que lean este artículo habrán experimentado de jóvenes si es que en algún momento tuvieron una época de participar en Ouijas.
Dickens asistió a numerosas sesiones de espiritismo organizadas por El Club de los Fantasmas (una sociedad fundada en Londres en 1862 dirigida a investigar fenómenos paranormales, y de la que formarían parte años después Arthur Conan Doyle, el poeta W.B. Yeats, o Algernon Blackwood entre otros), con la intención de convencerse de que todo era un fraude, pero lo cierto es que en su interior quería creer que ese mundo existía.
El Club de los fantasmas sigue existiendo en la actualidad, por cierto.
Lo paranormal es de hecho un elemento muy importante en la carrera literaria de Dickens. A lo largo de su vida escribió más de dos docenas de historias de fantasmas, muchas de ellas pequeños relatos incluídos dentro de novelas más extensas, como Los papeles póstumos del Club Pickwick (mi obra favorita de Dickens), Nicholas Nickleby, o Casa desolada, aunque probablemente sus historias fantasmales más conocidas sean sin duda Un cuento de Navidad y El guardavía. En el primer capítulo de la novela David Copperfield se dice que el niño nació un viernes a las doce de la noche y que podía ver fantasmas.
Como curiosidad, de todos es conocido que Charles Dickens falleció en 1870, dejando inacabada su obra El misterio de Edwin Drood, una de esas obras malditas sobre las que se han escrito miles de teorías. Pues bien, en 1872 comienza a circular una historia según la cual el fantasma de Charles Dickens habría contactado con un médium americano llamado Thomas P. James, para dictarle el final de El misterio de Edwin Drood. El propio James afirmaba haber sido un incrédulo del mundo del espiritismo (algo que se demostró que era falso, pues asistía regularmente a sesiones), hasta que un día asistió casualmente a una sesión y cayó en trance, y con un lapicero empezó a escribir una extraña comunicación que le transmitía el propio Dickens, diciendo que desde el mismo día de su muerte había buscado a un médium para dictarle el final de su novela, y que por fin había encontrado uno adecuado. Además, el escritor le habría propuesto que le dedicara horas, y que Dickens se encargaría de ir dictándole el final de la novela. Cumplió el mandato que recibió y según algunas versiones el resultado de fue asombroso, pues aseguran que el estilo con el que finalizó la novela era tan parecido al del propio Dickens que parecía que el final de la obra había sido escrito por el propio autor desde el otro mundo. Yo personalmente me he negado siempre a leer cualquiera de las múltiples versiones que existen sobre el final de la obra incabada de Dickens, así que no puedo opinar al respecto.
Me gustaría aprovechar para recomendar desde aquí la lectura de La Soledad de Charles Dickens, una infravalora novela de Dan Simmons en las que se nos ofrece una interesante versión de los últimos días de Charles Dickens a raíz de un accidente ferroviario que le cambió la vida, y en la que se presenta una fascinante explicación sobre el misterio de Edwin Drood.
¿Y qué pasa con el espiritismo en la literatura española? Hay que tener en cuenta que el espiritismo ha sido considerado durante muchos años un tema tabú en sociedades como la española, fuertemente influenciadas por la religión católica, ya que el mundo de los espíritus choca frontalmente con las premisas de la religión.
Aún así, en consonancia con lo que estaba pasando en el resto de Europa, llega en 1853 a España el fenómeno de las mesas giratorias, con toda la parafernalia habitual de la época, y entre abril y julio de ese mismo año se desata una auténtica epidemia espiritista, que llama la atención incluso de la prensa médica y científica de la época.
La propia reina, Isabel II, acompañada del resto de la familia real, se deja seducir por el fenómeno, y celebra en su residencia de Aranjuez una sesión, contando con la presencia de una familia vecina de la localidad, famosa por sus dotes como mediums.
Por supuesto Su Majestad y el resto de la familia real permanecen ajenos físicamente al experimento, manteniéndose observantes a distancia, haciendo que participen directamente sus criados, oficiales y caballerizos.
A nivel literario, podemos encontrar rastros del espiritismo en la mayor parte de las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), en cuya obra el mundo no visible tiene una constante presencia, y del que hay indicios de que podría haber participado directamente en sesiones espiritistas que estaban comenzando a celebrarse en España. Posteriormente, autores como Valle-Inclán (1866-1936), especialmente en La Lámpara Maravillosa y en Ligazón; o Eduardo Zamacois (1873-1971), que, sobre todo en su fascinante “El Otro” (1910), también deja muestras del mundo del espiritismo en su obra. En esta terrorífica novela, Adelina y su amante Juan Enrique Halderg, asesinan al doctor Riaza, el impotente y sádico marido de Adelina. Al recomponer sus vidas juntos, comienzan a sentir una presencia acechante que a mi me recuerda a la figura del Horla de Guy de Maupassant. La sombra del muerto, del otro, parece interponerse entre su amor, hasta el punto de convertirse en un íncubo que va reconquistando a la viuda y debilitando la virilidad del amante, que poco a poco va enloqueciendo y acaba suicidándose después de haber matado a Adelina. Una fascinante novela que invita a que el lector se plantee diversas cuestiones sobre el más allá.
Otra autora que se tomó muy en serio el tema fue Carmen de Burgos (1867-1932), más conocida como Colombine, pionera del periodismo y de los derechos de la mujer, publicó en 1922, “El Retorno: novela espiritista”, en la que recoge sus experiencias espiritistas vividas en Portugal, narradas en un tono serio que en ocasiones parece una novela de terror. No es la única obra de Colombine relacionada con el mundo del Más Allá, como ocurre también en “La voz de los muertos” o en “Los endemoniados de Jaca”. Otra de esas autoras totalmente borradas de la historia a raiz de la irrupción del franquismo que merece la pena recuperar.
También me gustaría mencionar la visión de la literatura más bohemia sobre el fenómeno del espiritismo, que en ocasiones no se tomaba demasiado en serio el fenómeno. Pío Baroja confesó haber asistido a varias sesiones espiritistas, que suelen tener como resultado, según recuerda en sus Memorias, “que alguna criada quede misteriosamente encinta, a resultas de sus supuestos encuentros con los espíritus”.
Por supuesto otro caso similar es el de mi admirado Emilio Carrere, que en novelas como El Sexto sentido o Un crimen inverosímil da muestra de su interés por el tema, pero no parece acabe por tomárselo demasiado en serio; y qué decir de Pedro Muñoz Seca, que en La Plasmatoria (1935) resucita a Don Juan tenorio en una desternillante parodia de una sesión espiritista.
Para terminar esta “breve” introducción, me gustaría mencionar la figura de Amalia Domingo Soler (1835-1909), la gran dama del Espiritismo español, y que fue en su momento la máxima defensora de un movimiento que no se limitaba únicamente al terreno de lo sobrenatural, sino que acabó convirtiéndose en todo un movimiento político. Como prueba, en un congreso espiritista internacional celebrado en Barcelona en 1888 y del que Amalia fue vicepresidenta, se aprobaron una serie de principios del movimiento, y que en esos momentos resultaba absolutamente revolucionario. Por citar tan solo algunos de estos principios, se incluían la Reinvindicación de la igualdad entre géneros y liberación de la mujer; Enseñanza laica; la abolición completa de la esclavitud; la supresión gradual de las fronteras políticas o el desarme de los ejércitos, sin olvidar que se pedía la Interpretación del espiritismo en calidad de religión laica, antiautoritaria, igualitaria y socializadora.
Creo importante destacar el peligro que la Iglesia católica vio en el creciente interés por el espiritismo, en tanto en cuanto podía suponer una grave competencia, y de hecho en España se produjeron constantes enfrentamientos que ahora no viene al caso detallar.
La Carta Encíclica del Santo Oficio del 1856 alertó contra la evocación de las almas de los difuntos, así el 4 de agosto de 1856, vista la difusión del fenómeno del Espiritismo, el Santo Oficio declaró “ilícita, herética y escandalosa, la práctica de evocar las almas de los muertos, y recibir sus respuestas”.
El 1 de febrero de 1882, la Sacra Penitenciaría declaró ilícito incluso tan sólo asistir a las sesiones y a los juegos espiritistas.
El Catecismo de S. Pío X de 1905 recoge que “Todas las prácticas del espiritismo son ilícitas porque son supersticiosas y no están inmunes de la intervención diabólica, y por eso fueron justamente prohibidas por la Iglesia”.
Lógicamente, la guerra civil española y el inicio de la larga dictadura de Franco supusieron un parón en seco del incipiente movimiento espiritista en España. La Iglesia católica veía en este tipo de movimientos un enemigo claro, y dada la estrecha relación Iglesia-Estado que se estableció durante la dictadura de Franco, el espiritismo desapareció, al menos oficialmente. Todos los libros espiritistas fueron prohibidos, y retirados de las librerías.
El 1 de marzo de 1940, apenas un año después de acabar la guerra civil, apareció la “Ley sobre la Represión de la Masonería y el Comunismo”, que extendía todos sus preceptos a otras organizaciones como la espiritista. Aunque esta Ley no consideraba la pena de muerte, establecía penas de cárcel de hasta treinta años de cárcel, destierro, y la inhabilitación perpetua y absoluta para cargos de dirección de empresas y organismo públicos y privados.
La censura empezó a actuar, de modo que ninguna nueva publicación pudiera incluir entre otras cosas, ningún aspecto que supusiera una defensa del espiritismo.
Con este marco jurídico y social, ya podéis imaginar el margen que tenía la novela popular de posguerra para incluir cualquier referencia al espiritismo, que solo podría aparecer para ser ridiculizado y siempre asociado como un elemento oscuro o terrorífico. Precisamente, uno de los logros de la Iglesia católica a lo largo de este gris periodo de la historia de España fue lograr que la gente viera el espiritismo -que recordemos que nació curiosamente como una corriente científica y como un movimiento casi filosófico- como un fraude que podía poner en peligro nuestras almas.
Como suele ser habitual en este tipo de artículo que se centran en un tema concreto, no pretendo bajo ningún concepto el realizar una relación exhaustiva de novelas en las que aparezca el espiritismo. La novela popular es sencillamente inabarcable, y por ello únicamente quiero dar unas pequeñas pinceladas de cómo se trataba el tema.
Aunque siempre ha sido habitual en la novela popular la presencia de fantasmas, la censura no permitía la aparición de elementos espiritistas, entendiendo como tal la convocación voluntaria de los espíritus para hacerles preguntas. Tan sólo a partir de los años 70, con la dictadura dando sus últimos coletazos y la censura ya muy suavizada, es cuando podemos encontrar referencias claras al espiritismo en la novela popular de quiosco, y como es lógico, de forma casi exclusiva en el género de terror, pues en este momento la imagen del espiritismo ya era la de algo clandestino y terrorífico.
En mi búsqueda sobre novelas populares que traten el espiritismo, he localizado bastantes referencias, de las que sólo mencionaré unas cuantas, intentando recoger el mayor número posible de autores, entre los que encontraremos a Curtis Garland, Silver Kane, y, sobre todo, Ralph Barby, sin lugar a dudas el autor que en más ocasiones recurre a este tema, que intuyo conocía muy bien.
Por lo que he podido saber, gracias a la propia hija de Curtis Garland (muchas gracias, Mercedes), Juan Gallardo Muñoz, acompañado de su esposa Teresa, tuvo de forma ocasional contacto con el mundo del espiritismo, al participar en varias sesiones que imagino que en aquellos años debían practicarse en domicilios particulares de forma clandestina. Por lo visto, lo dejaron porque se estaba convirtiendo en algo muy intenso, una sensación que creo que puede entender perfectamente todo el que de joven haya participado alguna vez en sesiones similares o con la célebre Ouija. Algo que empieza como un juego, puede convertirse en una peligrosa obsesión. Para todos los que conocemos mínimamente la obra del autor, no sorprende descubrir el hecho de que se interesara en un momento dado por el espiritismo, en una persona de amplia cultura que aparentemente sentía curiosidad por absolutamente todo lo que le rodeaba. Mercedes me comentaba que pensaba que su padre tenía para muchas cosas una mentalidad de finales del siglo XIX, momento en el que el espiritismo experimentó su mayor auge. Yo simplemente creo que era un genio atemporal.
Lo que daría yo por conocer a fondo los detalles de esas sesiones de espiritismo en las que participó Curtis, y saber a quién se invocaba.
El caso es que la experiencia debió dejarle huella, pues es bastante frecuente encontrar referencias al espiritismo en sus obras, y aunque trata el tema desde un punto de vista terrorífico, al menos en sus novelas no resulta ser un fraude, y se nota que dominaba la materia por la cantidad de detalles que aporta.
Ya en la primera novela que publicó para la colección Selección Terror (Anoche salí de la tumba, nº2, 1973), hay una escena al respecto, con la esposa de un hombre recién fallecido haciendo una sesión espiritista para contactar con su marido. En ella aparecen todos los elementos típicos de una sesión de este tipo, con el círculo de manos, la médium, e incluso la mención a un espíritu burlón.
En Viaje hacia el horror (Selección Terror nº 187, 1976), se hace mención a realizar una sesión de espiritismo a bordo del Sally Ann, uno de esos barcos malditos de los que ya hablé en una reseña de este mismo blog dedicado al Terror en alta mar.
En Morgana (Selección Terror Extra nº 18, 1983), la histortia gira alrededor de Morgana de Wilders, una mujer acusada a finales del siglo XIX de practicar espiritismo y convocar a los muertos. Durante la novela se produce alguna sesión de espiritismo, con un interesante comentario de uno de los protagonistas: “Hacer una sesión de espiritismo no es delito aquí, salvo para el reverendo Moore”, en referencia a la visión de la Iglesia sobre el tema.
En Dinastía diabólica (Selección Terror nº 487, 1982), el autor nos ofrece una curiosa visión científica del espiritismo que no chocaría con la religión:
“Si existen los espíritus, es que existe otra vida. Si esa otra vida existe, es que existe Dios. Y si existe Dios, existe el demonio, del mismo modo que, si existe el Bien, tiene por fuerza que existir el Mal.
Una conjetura fría y lógica —aceptó el regente de Morgenstein—. Pero yo no digo que los espíritus sean obra simplemente de la existencia de otra vida ultraterrena, sino que pueden materializarse, quizás, a través de nuestra propia mente.
—Ya veo. El espiritismo, según eso, seria simplemente un fenómeno parapsicológico, creado por la mente humana.
—Es posible científicamente, ¿no?
—Por supuesto. La ciencia sólo admite esa clase de fenómenos como resultado de una sugestión o de un hecho parapsicológico, obra del propio ser humano. Pero la ciencia no siempre lo explica todo.”
Permítanme que no me extienda más con Curtis Garland, para dar paso a otros autores.
Un caso muy interesante es el de la novela Sonata maquiavélica (Punto Rojo nº 258 de Bruguera, 1967), de Frank Caudett (Francisco Caudet Yarza), un autor que era íntimo amigo de Juan Gallardo Muñoz, así que cabe la posibilidad de que compartieran en algún momento afición por el mundo del espiritismo. Lo interesante de esta novela es que se publicó en 1967, en medio de la dictadura de Franco, aunque es cierto que en estos años la censura ya no era tan incisiva como unos años atrás.
En la novela, en la que por cierto aparece un personaje llamado Kent Davis (uno de los pseudónimos de Juan Gallardo Muñoz), dos mujeres que no se conocen entre sí reciben una misteriosa llamada telefónica en las que les aseguran que pueden contactar con sus maridos, recientemente asesinados y decapitados, a través de una médium, y para ello les invitan a que acudan clandestinamente a un viejo caserón aparentemente abandonado, con la amenaza de que, si se lo cuentan a alguien, se reunirán con sus maridos en el Más Allá.
Una interesante premisa no tan bien desarrollada en la que el espiritismo y la Sonata pathétique n° 8 de Beethoven tienen un protagonismo decisivo, y en la que, como no podía ser de otra forma en esos años, se muestra una imagen del espiritismo como un fraude para sacar dinero a la gente.
En Yo volví del más allá (Punto rojo nº 1.119 de Bruguera), de Rocco Sarto, se nos presenta a Elmer Fallon, considerado el mejor médium de Nueva York, un hombre que ha recibido un mensaje de los espíritus en el que le avisan de que va a ser asesinado. A través de Fallon se manifiesta una tal Gloria Mendoza, un espíritu que vuelve del Más Allá para vengarse, ordenando a tres hombres que atraquen un banco…
Lou Carrigan nos presenta al principio de Juegos de Cementerio (Selección Terror nº 440, 1981) a ocho personas que se encuentran alrededor de una mesa realizando una sesión de espiritismo, haciendo las clásicas preguntas que el espíritu responde dando un golpe en la mesa cuando la respuesta es afirmativa. Los protagonistas de la sesión se la toman a modo de broma, haciendo preguntas absurdas y aprovechando para meter mano a la chica que tienen al lado. Se presenta por tanto el espiritismo como un juego de mesa más, sin ningún viso de verdad. A partir de aquí la novela toma derroteros distintos, muy interesantes, en una historia que perfectamente podría haber sido adaptada para un episodio televisivo de Alfred Hitchcok presenta. Muy representativa esta novela para reflejar esa visión del espiritismo como un juego, que tan de moda se puso en los años 70 y 80 en España. Por lo que he podido leer de Lou Carrigan en el género del terror, es un autor que huye de los argumentos sobrenaturales, posiblemente porque considera este tipo de elementos un mero fraude, y por ello recurre con frecuencia al típico Mad Doctor en sus argumentos.
Silver Kane recurre al espiritismo en Tres noches con los espíritus (Nº 333 de Punto Rojo de Bruguera), una novela supuestamente policiaca, pero que podría haber sido publicada perfectamente en Selección Terror, algo que ya he comentado en otras ocasiones. En la novela, la clásica historia sobre una herencia con cláusula excéntrica, los herederos se ven obligados a pasar 3 noches en una siniestra mansión, en la que no se les ocurre otra cosa que celebrar una sesión de espiritismo. Nuevamente vuelve a recurrirse al tema como un elemento terrorífico.
El siempre interesante Burton Hare también nos deja una interesante historia de espiritismo en Cita con los espíritus (Selección Terror nº 197, 1976). Una historia que se desarrolla en una mansión del siglo XVIII llamada Shadow House ya promete de antemano. Allí ha decidido ir a vivir un millonario espiritista llamado Robert Huntsville con su nueva y flamante esposa, Eva Allen, y con ellos se encuentra temporalmente de visita su prima Patricia, una periodista que quiere escribir sobre la siniestra casa. Una noche, Patricia cree sentir una extraña presencia en su habitación, y tras comentárselo a sus anfitriones, su primo Robert decide realizar una sesión de espiritismo en la casa esa misma noche junto con un matrimonio amigo de Eva que también está de visita. Robert intenta convocar el espíritu de su fallecido hermano George, dando lugar a una terrorífica trama que no destriparé.
El caso es que vuelve a emplearse el espiritismo como algo siniestro, ofreciendo esa visión de que el intentar contactar con los difuntos siempre trae consecuencias funestas.
Del mismo Burton Hare nos encontramos con La venganza de los espíritus (Selección Terror nº 580, 1984), donde volveremos a tener otra terrorífica sesión de espiritismo en una noche de tormenta dirigida por Amos Lundgrem, con el habitual círculo de manos alrededor de una mesa redonda que se mueve sola. Amos Lundgrem invoca a su fallecido hermano Geoffrey. Pues bien, puedo confirmar que La venganza de los espíritus no es más que la reescritura de Cita con los espíritus. Se han cambiado los nombres de todos los personajes, y se ha hecho una nueva redacción, por lo que en apariencia son dos novelas diferentes, pero el argumento es prácticamente idéntico en ambos casos. Aquí la casa se llama Black House en lugar de Shadow House, pero se repite lo de la prima viviendo con el matrimonio reciente, el millonario espiritista, la sesión en la que se invoca al hermano muerto, y el desenlace de la historia. Los autores de bolsilibros eran unos genios en esto de colar obras antiguas como nuevas, aunque hay que reconocer que en este caso el engaño no es tan evidente como en otros que hemos analizado en este mismo blog, y en los que apenas se cambiaba nada.
Ada Coretti, reina del Gore (con permiso de mi admirado Adam Surray), también nos regala una peculiar sesión de espiritismo en Los muertos quieren vivir (Selección Terror nº 556, 1983), una historia en la que no faltan las habituales escenas truculentas de la autora y en la que una especie de mago llamado Orson Wyn, que dice tener entre otros poderes el de devolver la vida a los muertos, organiza una sesión para invocar el espíritu de una joven muerta recientemente con la intención de resucitarla. Sin ser exactamente una sesión espiritista de las que estamos analizando, en el libro sí se hace mención al espiritismo más convencional, aunque de una forma superficial que denota que no es un tema que dominara la autora.
El autor que he dejado para el final es Ralph Barby, que probablemente sea el que más títulos tiene relacionados con el espiritismo, y que demuestra conocer el tema en profundidad.
En Pensión de París (Selección Terror nº 189, 1976) tienen gran protagonismo Marguerite y Hortense Magenta dos ancianas hermanas que regentan una pensión parisina, y que comparten una gran afición por el espiritismo, que practican con unos extraños instrumentos.
En Foto Sex (Selección Terror nº 173), la joven Lumiére asiste aterrada a la horrible e inexplicable muerte de su anciana tía, que está a su cuidado, y acaba encerrada en un centro psiquiátrico. Al poco tiempo la dejarán salir al no haber pruebas en su contra y un joven policía encargado del caso intentará ayudarla a investigar la extraña muerte de su tía, de la que el principal sospechoso es un misterioso espiritista llamado Joverek.
En Regresa a tu sepulcro (Selección Terror nº 397, 1980) un grupo de personas deciden realizar una sesión espiritista en la Maison des Arbres, una vieja casa de huéspedes a la que han llegado de forma accidental, y deciden contactar con el espíritu más cercano. El autor da todo tipo de detalles sobre el desarrollo de una sesión espiritista, con las habituales palabras de invocación, y el código de golpes para las respuestas del espíritu invocado (Tres golpes es presencia, un golpe, sí; dos, no), demostrando una vez más que conoce bien el tema.
El caso es que a la invocación responde una joven llamada Aurore, que dice no estar en paz en el mundo del Más Allá.
En la novela Alguien pintó el mal (Selección Terror nº 425, 1981), el juez Cunning saca de forma clandestina durante la noche a Dorothy Ambross con la complicidad de la enfermera Laura Berner. Los tres se dirigen a una pequeña isla, donde son recibidos por Aldo Wassermann, sobrino de Florence Wassermann, en el único caserón que ocupa la isla. El motivo de tan extraña reunión: celebrar una sesión de espiritismo en el caserón, que tiene fama de estar encantado, y el motivo de llevar a Dorothy es que supuestamente es una médium extraordinaria. El plan es celebrar la sesión para contactar con una tal Natalie Norton, para descubrir al hombre que la asesinó dos años atrás.
En el libro toma un gran protagonismo el espiritismo, y se hace referencia a temas como los supuestos poderes de Hitler como Medium, o al empleo del espiritismo en la resolución de ciertos crímenes.
En Profesor de espiritismo (Selección Terror nº 348, 1979) nos encontramos con un moderno edificio de oficinas llamado Midas Buiding en el que se están produciendo una serie de extraños sucesos sobrenaturales de los que parece ser responsable un horrendo fantasma. Los dueños del Midas Building recurren al profesor Wassermann, catedrático universitario, experto en espectrología, ocultismo y otras ramas de la paraciencia, para que intente resolver el misterio, y por supusto tendremos una sesión de espiritismo clásico, con su círculo, médium, y toda la parafernalia habitual. Ralph Barby vuelve a dar muestras de conocer perfectamente el mundo de la parapsicología y del hipnotismo, y nos obsequia con la siguiente reflexión de boca de uno de los protagonistas de la novela:
“El espiritismo no es una afición para quien cree en ello, sino una doctrina, aunque para la mayoría de la gente sea una estupidez y un engaño. Claro que muchos de los que pueden decir tales cosas sobre los espiritistas no irían con uno de ellos a un cementerio y de noche”
Esta novela es un perfecto ejemplo de algo que no habría sido posible publicar durante la dictadura, dado que da una visión del espiritismo casi como una rama científica, algo impensable unos años atrás.
Otra muestra más que prueba el amplio conocimiento de Ralph Barby en temas parapsicológicos es Mis amigos los muertos (Selección Terror nº 320, 1979), en la que, aparte de múltiples referencias al espiritismo, adquieren una gran importancia en la trama las psicofonías.
En Oui-ja para Recordar (Selección Terror nº 609) Nadia Darwis, una mujer con un trauma infantil oculto, acaba de salir de un hospital psiquiátrico, donde ha permanecido ingresada durante dos meses por orden judicial tras haber sufrido un extraño accidente. Al reincorporarse al trabajo, empieza a rehacer su vida con un grupo de nuevas amistades, a los que les ofrece pasar un fin de semana en una alejada casa de montaña propiedad de sus padres que se encuentra en Black Hills, cerca de un lugar que llaman el cementerio de los gambusinos. La intención de Nadia es afrontar sus traumas infantiles, que sospecha están asociados con esa casa familiar, pues allí murió su hermano Louis ahogado cuando tan solo tenía 8 años. De este modo, Nadia y sus nuevos amigos Maxwell, Micky, Sheila, Peter, Arthur, y Lizzy, inician un viaje que tendrá funestas consecuencias, pues cuando están allí, Sheila propone jugar a la Ouija, lo que, como ya os podéis imaginar, no acabará nada bien. Otra gran historia de Ralph Barby que consigue momentos verdaderamente inquietantes a lo largo de la trama, especialmente la sesión de ouija, que a mi al menos me causó auténtico miedo.
Es interesante el tratamiento que se da a la Ouija en la novela, pues coincide con la imagen popular que existe sobre la misma. Lo que supuestamente no es más que un simple juego, acaba siendo una prueba individual para todos aquellos que presumen interiormente de no creer en el Más Allá. Si me atrevo a jugar con la Ouija, me demuestro a mi mismo que todo eso no son más que tonterías. El problema es que casi todo el mundo se da cuenta de que en el fondo no tiene tan claras sus ideas al respecto.
No quiero extenderme más, porque hay muchas más novelas de Raph Barby en las que emplea el espiritismo como un recurso importante dentro de sus tramas (Las maravillas de ultratumba, Carta a los espíritus de los muertos, Tengo miedo, ayúdame…).
Debo destacar que el propio Ralph Barby confirmó haber investigado durante un tiempo diversos temas relacionados con la parapsicología, entre los que por supuesto se encontraba el espiritismo. Al margen de consultar libros sobre el tema, asistió a seminarios de los parapsicólogos y científicos Óscar González Quevedo y Linares de Mulas, entre otros expertos sobre el tema.
Es una lástima que no puedo comentar una novela de la colección Easa Terror llamada Ouija (nº 208 de la colección), obra de Russ Tryon, seudónimo de Francisco Cortés Rubio, más conocido en el mundillo de la novela popular como Frank McFair, un autor que me interesa especialmente y del que me hubiera encantado mostrar su visión del espiritismo. Por desgracia, no dispongo de un ejemplar de la novela.
Y sin más, queridos lectores, tras haberos invocado, apago las velas, y rompo el círculo de manos.
Alberto Sánchez Chaves. Abril, 2021.